EL JUICIO

¿CÓMO sacar ejemplo de lo que sucede en Brasil? Algún episodio aleccionador. Generalmente son las cosas malas que se pegan. Como esa manía de algunas figuras del patio doméstico imitando la patanería –ese lenguaje brusco, hiriente y hasta vulgar utilizado para descalificar “enemigos”– de los próceres autócratas de América del Sur. Alguna enseñanza hay que sacar de las experiencias ajenas –de lo bueno y de lo malo– que sirvan de orientación. ¿Cómo hacen otros para quitar un jefe de Estado sin que eso desestabilice el sistema? Sin que produzca un conflicto endemoniado que, como castigo, ocasione el ostracismo del país. El juicio político es un proceso largo y tortuoso difícil de manejar. Mientras, el interinato, aparte de la crisis económica que atraviesan, resiste la crispación política que ello genera. La percepción es que se trata de una conspiración política para deshacerse de una presidenta, pero con las formalidades de ley de permitirle a la imputada el derecho al debido proceso.

Ni ella, ni el vicepresidente –quien la sustituye en forma interina y quedaría en forma definitiva de ser destituida– gozan de alta estima popular. La señora califica su destitución como un “golpe de Estado”. Acusa a quien fue su compañero de fórmula de ser el principal conspirador. (En su momento, el vicepresidente confió que la señora lo tenía de adorno, relegado de las funciones importantes y solo lo llamaban cuando ocupaban votos de los diputados de su partido en el Congreso). La cortina de desconfianza abarca a empresarios y a políticos de uno y de otro lado del arcoíris.

Muchos se han visto involucrados en actos de corrupción, asociados con el mayor escándalo de coimas y transacciones pandas en la estatal Petrobras.

El presidente del Congreso, artífice del juicio contra la Rousseff, fue suspendido del cargo por vinculaciones al escándalo. El expresidente Lula, mentor de la señora, es objeto de investigación de la policía y los juzgados por obstrucción a la justicia y la obtención ilícita de un apartamento. El propio presidente interino ha tenido que desmentir imputaciones que lo ligan al escándalo de coimas en la petrolera. En igual predicado se encuentran senadores y diputados de distintos partidos. A la presidenta suspendida la juzgan por presuntos delitos fiscales en el retraso de transferencias de dinero a bancos públicos y la aprobación de créditos extraordinarios, que no fueron votados por el Congreso, para maquillar las cuentas públicas.

Sin embargo su popularidad sufrió un sensible deterioro por el malestar que produce en la población el estancamiento económico que sufre el país, exacerbado por todos estos sonados casos de corrupción. Desde el banquillo de acusada habló en forma desafiante. Evocando los duros momentos de resistencia durante su época de guerrillera, cuando en sus años de juventud fue encarcelada y torturada por la dictadura militar les dijo: “No esperen de mí el obsequioso silencio de los cobardes. En el pasado, con las armas, y hoy con la retórica jurídica, pretenden nuevamente atentar contra la democracia y contra el Estado de Derecho. A mis casi 70 años de edad, no sería ahora, después de haber sido madre y abuela, que abdicaría de los principios que siempre me guiaron. No puedo dejar de sentir en la boca el gusto áspero y amargo de la injusticia y el arbitrio”. “Dos veces miré cara a cara a la muerte… Hoy yo solo temo la muerte de la democracia, por la cual muchos de nosotros, aquí en este plenario, luchamos con nuestros mejores esfuerzos”. Independientemente del desenlace, un último contraste entre lo de acá y lo de allá. No deja de estremecer el solo peso de la palabra. Sobre todo cuando es auténtica –no apangada de simuladores– por el solo hecho que emana de labios de genuinos revolucionarios.