“Honduras está cambiando”

Los políticos de tanto engañar al pueblo y de trampearse los unos a los otros, ya no saben distinguir la verdad del engaño, y desconfían hasta de simples verdades, como esa del axioma adoptado por el oficialismo como eslogan, y hasta se enardecen escuchándolo. Pero lo cierto es que la vida es acción y la acción es cambio; puede ser físico y también mental; para bien o para mal. Desgraciadamente, el cambio experimentado por la sociedad hondureña, según los estudiosos del funcionamiento mental del ser humano, es regresivo, decadente, involucionista.
Los psiquiatras han reportado que más de la mitad de la población hondureña sufre alteraciones mentales que le impide mantener relaciones civilizadas con los demás, y que el incremento del mal es terrífico. A este paso, pronto volveremos a los árboles.
Pero ¿a qué se debe este dramático cambio en el hondureño, si hace apenas 30 años éramos el país más pacífico del área, y hoy nos califican como sociedad híperviolenta?
Los psiquiatras no lo dicen, pero todos sabemos que durante los últimos tiempos, dirigentes políticos se han empecinado en dividirnos, inoculándonos con el maléfico virus de la violencia, la intolerancia, la anarquía y la agresividad, hasta convertirnos en una insociable sociedad. Para llevarnos a este patético estado ha tenido que ver:
La permanente conspiración desde el poder contra la ley, confiando llegar a pactar, porque un pacto político está por encima de la Constitución, según ellos.
La inoperancia de la justicia (manipulada por políticos), incapaz de sancionar a aquellos investidos de autoridad que, a vista y paciencia del engranaje oficial, se enriquecieron apadrinando el narcotráfico; enseñándonos que poder y corrupción son sinónimos.
La incapacidad del Estado (léase de los políticos en el poder) de aplicar la ley a operadores de justicia cuando se volvieron cómplices del crimen organizado, el contrabando y el narcotráfico. Dejando indefenso, o bajo la protección de la ley del más fuerte, al ciudadano Pérez.
La anarquía como método populista irresponsable, que busca adeptos explotando las necesidades insatisfechas de la gente, desde obreros y estudiantes, hasta profesionales, e incitando turbas al desenfreno y la violencia; inculcándoles que el desposeído debe destruir lo ajeno, porque el propietario es su enemigo.
Los call center (y redes sociales) de respuesta que montan los partidos, desde donde para descalificar al adversario, se injuria con los más soeces epítetos, sin asomo de pudor, como si la intolerancia y la ofensa procaz fuesen irrebatibles argumentos en su pequeño mundo cerebral.
La falta de verdaderos líderes. La mayoría de los dirigentes de hoy no conocen la diferencia entre la lucha por principios y los pleitos por intereses.
Como vemos, aquellos que dijimos, son los principales vectores del perverso virus que nos infecta. Entonces ¿qué hacer? Muchos opinan que, como primera medida, hay que internar la mitad de los vectores, y mantener bien vigilada la otra mitad. Pero yo pregunto: ¿Y quién los va a internar, y quién los va a vigilar? ¿Estará ya, entre nosotros, ese adalid?
Carlos E. Ayes
Tegucigalpa, M.D.C.