¿Todo es malo en Honduras?

Por: Segisfredo Infante
En otros artículos he aludido y subrayado que al pueblo hondureño (me refiero al hondureño promedio) le fascina la pésima costumbre de la autoflagelación. Para justificar esta práctica perversa, los otros pueblos que también la han acostumbrado, encuentran toda clase de autojustificaciones basadas, por regla general, en las desinformaciones históricas; en la ausencia de visiones filosóficas globales; en la hiperestesia individual y colectiva (que colinda con la histeria); y en la repetitiva distorsión exagerada de los hechos. Un hondureño que finge ser equilibrado, solamente necesita tres contertulios más, en algún velorio o en algún mitin social, para poner por los suelos a casi todos sus paisanos. El escritor olanchano Medardo Mejía solía referir que tres buenos olanchanos solamente necesitan, que se les agregue un cuarto individuo para organizar “una banda de cuatreros”. O de “entilados”, como repetía mi recia abuela materna hace varios decenios.
Nosotros le agregaríamos a “Don Medardo”, en estos tiempos de banalidad y superficialidad extremas, que el hondureño merece un “Premio Nobel de Autoflagelación”, especialmente en el área de poner por los suelos a su propio país, sin considerar que en otros países vecinos y lejanos, están ocurriendo las mismas cosas, o mucho peores, por una desnivelación precipitada actual de los valores occidentales; por el triunfalismo ciego de los penúltimos globalizadores; y por el desmontaje enfebrecido del Estado que provocaron los neoliberales extremistas, que fue aprovechado al máximo por los neopopulistas; a lo que ha venido a sumarse el problema del espantoso crimen organizado continental y las frivolidades universales, en casi todos los niveles sociales y económicos. Son muy pocos los cerebros sobrios y realmente equilibrados (tanto filosóficos como económicos) que han quedado subsistiendo en el planeta, que para una analogía forzada tendríamos que poner, nuevamente, los ojos en los comienzos inciertos de la “Alta Edad Media”; en los tiempos caóticos y “terroristas” de la revolución francesa, con sus cosas positivas y altamente negativas; y en los racismos odiosos que condimentaron las destrucciones masivas imperiales de la Segunda Guerra Mundial, en donde al comienzo solamente Winston Churchill parecía comprender lo que realmente estaba ocurriendo. (Naturalmente que Churchill era un estudioso previo de los fenómenos de la “Historia”, la que debe ser estudiada sin los sesgos ideológicos acostumbrados, de unos y otros bandos).
Cuando el hondureño promedio habla de Honduras, con las fauces abiertas propias de un cocodrilo jurásico, nunca se toma la molestia de averiguar si acaso las cosas horribles que está expresando poseen algún asidero real. Basta con que un personaje político le caiga mal, o sea de un grupo político contrario (lo hemos subrayado en otros artículos), para que le ponga heces fecales al ventilador, y de este modo manchar a todo mundo, perdiendo de vista que él también se está automanchando. Esta actitud peligrosa de atorarle heces fecales al ventilador, es típica de ciertos personajes del bajo mundo, que han perdido todo código de honor; o bien cuando se sienten acorralados, circunstancia que crea confusión por todas partes. Ni siquiera “San Francisco de Asís” se salvaría frente a esta práctica de arrojar los escorpiones sobre las camisas de los demás. Lástima grande que tales prácticas sean aprovechadas por aquellos individuos poderosos que en otras latitudes sienten un enorme desprecio (con muy poca amistad y lealtad) para los países mestizos, débiles y pequeños como Honduras. Con México, Chile, Colombia y Brasil se lo piensan hasta tres veces antes de utilizar las materias fecales colocadas frente al ventilador, porque saben de antemano que la desestabilización de los países grandes les afectaría a ellos también. Pero que Honduras se hunda en el abismo les importan “un bledo”, tal como lo repetía Clark Gable, en la inolvidable película “Lo que el viento se llevó”.
En un texto inédito, comparativamente imparcial, titulado “Martí y los mambises en el país donde florece el ópalo” (2003) del profesor Mario Membreño González, se recuerda que el escritor don José Martí expresaba una enorme simpatía por los virtudes de los hondureños. El Apóstol de América decía: Honduras “es un país que comienza, ya se sabe; pero debía inspirar respeto la suma de sus infortunios pasados, y el ímpetu que se consagra a su remedio.” (…) “Sus pastores hablan como académicos. Sus mujeres son afectuosas y puras. En sus espíritus hay substancia volcánica.” También conocía “la pereza, la negligencia, la incuria, el fanatismo” y “los pequeños rencores de las ciudades vecinas”. Es una pena que José Martí nunca haya interiorizado en la historia centroamericana, pues desconocía a los verdaderos fundadores de la “República Federal de América Central”, es decir, a don José Cecilio del Valle y a otros personajes como don Pedro Molina. Espero que el profesor Membreño me perdone por haber citado un texto inédito suyo. Pero no me quedaba más alternativa para equilibrar las virtudes y defectos de Honduras, la tierra donde florece el ópalo tornasolado. Y donde comienza a florecer el pensamiento sobrio.