‘No se enoje, embajador’

Interesante lo conceptualizado por Juan Ramón Martínez en su artículo ¡No se enoje, embajador! Plasmado en LA TRIBUNA del 25 de octubre de 2016. Y es oportuno para acotar otras disquisiciones que considero muy importantes.
Para comprender la actitud de manifiesto irrespeto del actual señor embajador yanqui en nuestro país, es menester revisar las páginas de nuestra historia nacional para conocer la génesis de su comportamiento caprichoso e imperialista:
Las relaciones diplomáticas Honduras-Estados Unidos de América datan desde abril de 1854 cuando José Trinidad Cabañas nombró como primer representante en Washington a José Francisco Barrundia. La cauda de las intervenciones yanquis a través de estos procónsules se inicia en 1906 con la negociación de paz entre Honduras-Guatemala y El Salvador en el crucero de guerra norteamericano Marblehead. La suscripción en 1911 de la Convención Paredes-Knox con puntos irritantes para la soberanía nacional y cuyo rechazo por parte del presidente Miguel R. Dávila provocó su estrepitosa caída. La reivindicación del ferrocarril por medio del cobro de impuestos efectuados mediante Decreto No. 31 del Poder Ejecutivo del 10 de julio de 1912 generó la intervención del buque de guerra norteamericano “Petrel” que se ancló en Puerto Cortés.
Adicionalmente los hondureños que aman verdaderamente a nuestro país no debemos olvidar nunca el abierto enfrentamiento suscitado el 6 de septiembre de 1919 entre el ministro plenipotenciario (embajador) yanqui, Thomas Sambola Jones con el presidente Francisco Bertrand y la imposición del Convenio Tiburcio Carías Andino – Juan Ángel Arias para un arreglo de comicios suscrito el 30 de enero de 1924 por orden del ministro plenipotenciario (embajador) yanqui, Franklín E. Morales.
Similar papel de irrespeto a nuestra soberanía jugaron también los entonces embajadores John D. Edwin durante el gobierno de Tiburcio Carías Andino; John Dimitri Negroponte (o puente negro) “halcón” traído de Vietnam para “asesorar” al gobierno de Roberto Suazo Córdova en su enfrentamiento diplomático con el gobierno revolucionario de Nicaragua instaurado en julio de 1979; sumemos a Crescencio Arcos en la administración de Leonardo Callejas Romero; a Charles Ford en el gobierno de Manuel Zelaya Rosales y ahora… el actual embajador representando al imperialismo norteamericano a quien parece que le encanta hacer uso de las redes (al igual que a la candidata actual por el Partido Demócrata a la Casa Blanca cuando fungió como secretaria de Estado), para enviar subliminales mensajes al gobierno de la República, al margen de los canales diplomáticos. Pero parece que este embajador es la primera vez que ostenta un cargo de esta naturaleza.
Es así que conociendo el marco histórico en que se han desenvuelto las relaciones diplomáticas Estados Unidos de América-Honduras no hay que extrañarse cuando el amigo Juan Ramón acota en su artículo qué “razón tiene usted embajador, de estar disgustado, no es para menos. Qué imparta una orden, después de científicas investigaciones, y que quienes tienen que cumplirlas, no solo le digan que no, sino que hagan lo que les de la gana, incomoda”.
Sin embargo, amigo Juan Ramón, ello es producto de que los políticos hondureños que han dirigido al país no han tenido la grandeza y dignidad de que hablaba mi General José Francisco Morazán Quezada. Ya un personaje de este país con la “cosa aquella” tocó las puertas del Departamento de Estado norteamericano para reconquistar el poder que le fue arrebatado en junio de 2009. Estas cosillas no hay que olvidarlas ya que alimentan la prepotencia de los embajadores por esa falta de carácter, hidalguía, dignidad y orgullo de nuestros políticos criollos, máxime cuando se quieren perpetrar en el poder de la nación.
¡Felicidades, Juan Ramón!
César Augusto Bonilla Ochoa
Tegucigalpa, M.D.C.