LA PANADERÍA

NOS ha dado mucho pesar escuchar la noticia del cierre de una emblemática panadería que viene sirviendo a su clientela desde 1963. Su propietario expresa, en el comunicado, que su empresa fue “un referente tanto para nuestra competencia como para el pueblo hondureño, por su amplia gama de productos y servicios”. Agrega que la panadería “ha sido fuente generadora de empleo, de apoyo a empresas familiares, contribuyendo con impuestos municipales y estatales”. Causa tristeza que una empresa dedicada a elaborar alimento básico de la dieta del hondureño no pueda continuar operando por tantas trabas y el gradual incremento de sus costos de operación, sin que los propietarios puedan subir el precio de sus productos. Impacta que si así de mal le va a una panadería, cómo no será la difícil situación que atraviesan otros negocios y emprendimientos familiares. Esta realidad que golpea a la economía de abajo –contrario a lo bien que pueda estarles yendo a los de la economía de arriba– es la muestra de lo que hemos venido diciendo en esta columna editorial. El objetivo de las políticas fiscales y monetarias debería orientarse a producir riqueza, a incentivar la actividad privada para que esta pueda generar empleo.
Estas son las discrepancias que tenemos con el FMI. Nosotros somos partidarios de un modelo que genere riqueza –que a la vez sirve, por el mayor volumen de renta disponible, para incrementar los ingresos fiscales– no en esos correctivos que asfixian gran parte de la actividad económica. Varias veces hemos explicado que el moderado crecimiento si bien obedece a algunas medidas internas se debe a factores exógenos favorables, tales como el desplome de los precios del crudo, la recuperación del mercado norteamericano, el incremento de las remesas familiares y los recursos frescos que ingresan de los préstamos internacionales. De no haber sido lo anterior, las medidas del FMI tendrían al país en recesión. Esas recomendaciones de la “aves agoreras” sirven para reducir el déficit fiscal, pero no son un aliciente a la actividad productiva nacional. Corrigen el desequilibrio contrayendo la demanda no incrementando la oferta. No crean empleo, lo estancan. La devaluación –por el lado monetario– encarece todo lo que el país importa. El alto encaje hace que el financiamiento a la inversión sea demasiado caro. Lo anterior debe ser entendido como un aviso para que modifiquen esas medidas. No como tirria hacia estos entes fiscalizadores de los cuales el país depende. Perfectamente entendemos la teoría económica como la necesidad de un país tan dependiente de someterse a cierta disciplina.
Hay que celebrar los informes de esas delegaciones del FMI ponderando cifras positivas de la macroeconomía. El gobierno necesita de esta certificación de buena conducta para que los organismos internacionales de crédito y la comunidad de cooperantes no lo vean con desconfianza. Sin acuerdo no podría acceder a los empréstitos del Banco Mundial, del BID o del BCIE. Se detendrían los desembolsos de los entes financieros. Las evaluaciones de las agencias que califican el riesgo de país serían adversas. El valor de los bonos nacionales colocados dentro o fuera del país caerían en los mercados. La relativa estabilidad financiera del país depende de los préstamos, con todo y que el endeudamiento ya supera los niveles impagables que habían cuando al país le condonaron la deuda externa. Con esto el fisco cierra los déficits presupuestarios y mantiene un nivel aceptable de reservas internacionales, ya que no basta solo con el valor de las remesas y de lo que ingresa por las exportaciones. Sin embargo, la macroeconomía solo es una cara de la moneda. La otra es el cierre de esa panadería. Un síntoma de lo que aqueja a la economía de los de abajo.