Los retos de Trump

Por: Juan Ramón Martínez
Tengo la lejana sospecha, fruto de la observación de los neuróticos, narcisistas y demagogos que llegan al poder, que Donald Trump no tiene conciencia todavía de la responsabilidad que signifi ca la Presidencia de los Estados Unidos. Sigue atrapado en la lógica de los reality show, en los que se simulan cosas y se manipulan las realidades. Allí todo es falso, desechable y modifi cable. El ejercicio del liderazgo de los Estados Unidos, integrada siempre sobre el fi lo de la navaja, y expuesta a la confrontación de unos grupos en contra de los otros, a quienes se consideran como sus enemigos, no es fácil. Especialmente para un hombre tan poco califi cado como Trump, en el cual se le aprecian no solo los grandes vacíos históricos, sino que además, el menosprecio por el conocimiento cómo funciona una sociedad compleja como la suya. Sus difi cultades para integrar un gabinete, cuestionado desde su anuncio, es una muestra muy clara de sus debilidades formativas –no terminó sus estudios universitarios a nivel básico– y a su falta de información cómo operan, los vasos comunicantes del poder en la democracia y la forma cómo el Partido Republicano, puede colocarse tras de su fi gura para consolidar un mandato que, por lo que apunta, no será fácil. Sino que todo lo contrario: frágil, vacilante, cuestionable y altamente confrontativo.
Por supuesto, la culpa no es de Trump. El gobierno de Obama ha heredado un clima de confrontación entre blancos y negros, que, en términos objetivos, ha representado un verdadero retroceso. Los blancos, ofendidos en lo que consideran sus derechos de habitantes originarios –que no lo son, porque este honor le corresponde a los “indios” que vivían en el actual territorio estadounidense antes del Mayfl owers y a los grupos indígenas mexicas, establecidos antes de la llegada de Colón– no pueden, en este momento, imaginar siquiera la posibilidad de la reconciliación, para fortalecer la unidad de su nación. Todo lo contrario. Muchos líderes, incluso piensan que están en una situación similar a la que experimentaron en el siglo antepasado, cuando eligieron a Lincoln, a quien los sureños consideraban un enemigo que, pondría en peligro sus intereses, al eliminar la esclavitud. La diferencia es que Lincoln era un estadista, negociador nato. Y Trump hasta ahora, un sectario que cree que puede imponer sus objetivos, vía la obstinación y el ataque en contra de sus adversarios.
Si Estados Unidos fuera una “república bananera” –como nos ofenden algunos analistas estadounidenses– no sería otro accidente más, en el incómodo proceso de subdesarrollo, al que algunos países están condenados. No habría porqué inquietarse. Pero se trata de Estados Unidos que es, hoy por hoy, la referencia democrática del continente, el líder moral del comportamiento cívico y, posiblemente lo más interesante, la primera potencia militar del planeta. Y que, sin caer en los extremos de lo que decían los cínicos de hace algunos años, que cuando Estados Unidos estornudaba, aquí, en el resto del mundo, había que sacarse el pañuelo para limpiarse los mocos, no hay otra más que preocuparse. No solo por el tema de los inmigrantes –que tienen sus defensores en California, Nueva York y otras grandes ciudades–; la revisión de los TLC con Canadá –que no se menciona extrañamente– y México, la víctima propiciatoria escogida por Trump para cargar las desgracias de su patria, sino que por la forma cómo tratará sus relaciones con Europa, su cercanía a Rusia, su distanciamiento con China, el abandono de la Alianza Pacífi ca y el descuido de Israel, los países árabes e Irán.
Estados Unidos no tiene todas las de ganar. Tiene muchas de las difi cultades entrevistas por Trump. Lo que le falta es competencia para aprender y capacidad para renunciar a creer que, puede lograr todo lo que quiera, pasando por encima de las instituciones democráticas. Si no entiende que ha estimulado una fractura en el interior de su sociedad, y que su deber es reconstruir la confi anza de los ciudadanos, sometiéndose a la obediencia de las instituciones democráticas, puede tener una presidencia agitada que provoque inestabilidad en el interior de su país y en el mundo. Estados Unidos está amenazado. Y el universo también. Su liderazgo, comprometido. Y su condición de gran potencia, empezando a menguar a mayor velocidad que lo que cree Trump, en su simpleza primaria.