¿Por qué las mujeres abandonan a los hombres?

No lo llegamos a entender. Todo parecía perfecto. No habíamos notado ningún signo que nos hiciera presagiar la catástrofe, sin embargo, un día nuestra pareja nos comunica que no puede más, que ya basta, que lo deja. Peor aún, puede ocurrir que ni siquiera nos diga nada y cuando volvemos después de un viaje o de un largo día de trabajo nos encontramos con los cajones vacíos y un inmenso espacio en el hogar que nos va a costar un mundo volverlo a llenar.
Fuera del shock que implica que una situación así suceda de manera imprevista, lo más desasosegante es no entender los porqués: la ayudábamos cuando nos lo pedía, la cuidábamos, nos mostrábamos disponibles y amables con ella en todo momento…
Probamos a llamarla y no coge el teléfono o responde con evasivas, investigamos su perfil en las redes sociales para encontrar pistas sobre una tercera persona, preguntamos a sus amigos o algún familiar, buscamos indicios de una depresión, de algún problema que no nos quería confiar… Todo en vano. Sabemos que tenemos que comenzar una nueva vida, pero sin respuestas que sean transparentes carecemos de un remedio que nos permita curar las heridas y poner el necesario punto final a una etapa que tenemos que dejar atrás.
La vida de una pareja es tan compleja como los miembros que la componen y las razones de una ruptura solo las conocen quienes han pasado juntos muchos meses o incluso años en compañía. Con todo, el consultor matrimonial Justice Schanfarber intenta ofrecer a los hombres una fórmula basada en su experiencia para alertar sobre el detonante que conduce la mayoría de las relaciones a su fracaso: las mujeres nos dejan porque sienten que no estamos presentes.

Nos aman, pero nos abandonan

La conclusión es trágica, ya que la ruptura puede no tener nada que ver con el amor. Nuestra novia o esposa puede seguir prendada de nosotros, nos admira todavía, nos considera unos padres maravillosos, pero si siente que no estamos ahí, puede entender que el vínculo que nos unía se encuentra de alguna manera roto.
No es cuestión de maldad, no hay detrás sentimientos como la venganza. No se trata de que sea una decisión correcta o injusta. La resolución para ellas puede ser incluso terrible, les destroza por dentro, pero las mujeres llegan a decidirse por una acción así como un impulso vital imposible de eludir.
Todos los hombres nos vemos sometidos a un intenso conflicto que consiste en saber conciliar nuestro tiempo personal, necesario para desarrollarnos como individuos, con las horas que hay que compartir con nuestra media naranja, fundamental para nuestra estabilidad emocional. Que lo primero prime sobre lo segundo puede ser consecuencia de que consideremos a nuestra novia o a nuestra esposa como algo que se encuentra en nuestras vidas por descontado.
Inconscientemente descuidamos a la persona más importante porque es como si esa parte estuviera ya completa, olvidando que la pareja no es jamás una meta, sino un proyecto que se construye con el tiempo y que evoluciona. Concebir de este modo a nuestra compañera implica entenderla como una propiedad, por lo que al poseerla (de manera simbólica, se entiende) abandonamos la tarea de tener que ganárnosla cada día. Necesitamos comprender que las épocas en las que estamos con alguien tienen todavía muchos puntos en común con las etapas iniciales de galanteo y de conquista.

Evitar la catástrofe

Si estás leyendo este artículo no tienes excusas, no puedes escudarte en que nadie te lo había prevenido.
Es necesario, por consiguiente, saber cómo actuar, saber protegernos antes de que sea demasiado tarde. Schanfarber tiene claro cuál es la principal necesidad de las mujeres. Ellas quieren ser escuchadas y saber que estás ahí cuando comparten lo que sienten
Este es quizás el momento más delicado, el que hay que saber identificar, pues no vale abstraerse y asentir como si nada, fingiendo que estamos poniendo atención a sus palabras. La cosa no consiste tampoco en apoyar sus ideas y peor aún es interpretar el papel de abogado del diablo. Los hombres tendemos también a entender que alguien se dirige a nosotros como si nos pidiera una solución, craso error.
Volvemos a subrayar la clave: escucharla y que sienta nuestra presencia. Si notamos que nuestra mente se aleja, una buena estrategia es probar a mirarle a los ojos durante un largo periodo, el contacto visual es una buena manera de encontrar un enganche con la otra persona.
Cuando acariciamos a nuestra pareja hagámoslo empleando todo nuestro sentido del tacto. Concentrémonos en la sensación que aparece en nuestras manos. Preguntémosnos qué experimentamos, qué nos ocurre por dentro al realizar una acción tan simple, pero tan esencial.
Cuando llega, por supuesto, el momento de mayor intimidad, no vale el sexo superficial entendido como un trámite de la relación. El sexo es la mejor ocasión para demostrar nuestra existencia al otro, tanto desde el plano físico como desde el psicológico. Con el sexo las dos personas se aceptan mutuamente de una forma muy profunda hasta el punto de que nuestras partes aparentemente más sucias y vergonzosas, nuestros deseos más insólitos, nuestros monstruos, quedan legitimados.
Y si la vida no nos ofrece mucho tiempo, dejemos a un lado las pomposas ceremonias, las cenas caras, los planes de película. Bastan cinco minutos de plena intensidad. Cinco minutos para abrir completamente nuestra alma a la otra persona, sin que aparezcan juicios que distorsionen ese breve, pero profundo, periodo de unión. Instaurada como costumbre, dicha práctica se puede convertir en una droga beneficiosa que señala y enfatiza cada día el lazo y el acuerdo que nos mantiene unidos para que nunca se rompa.