PENITENCIA Y ALEGRÍA

POR regla general, en el primer domingo de diciembre de cada año, comienza la temporada de “Adviento”, dentro de la larga historia del catolicismo universal. No se sabe con exactitud el momento en que comenzó a conmemorarse esta temporada cristiana prenavideña. Se dice que fue a partir del Concilio de Éfeso, durante el año 431 de nuestra era. En todo caso hay varias tradiciones rituales en torno a la “Venida” de Jesucristo, porque “Adventu”, en lengua latina, significa precisamente eso: El advenimiento del Salvador del mundo. Sin embargo, con el paso de los siglos el concepto adquirió una doble significación: En primer lugar la segunda venida de Cristo, que según la tradición apocalíptica, sería la definitiva. Y secundariamente el nacimiento del “Niño Jesús”. De donde deriva una especie de tensión espiritual entre la penitencia y alegría de los creyentes.
Lo que significa que los católicos, los ortodoxos y los ritualistas derivados, se preparan en estos días para un doble acontecimiento, la segunda venida del Señor, y la conmemoración de su nacimiento en la ciudadela de Belén. Fenómeno que de reflexionarse a fondo combinaría sentimientos encontrados. De verdadera alegría por un lado, y de completa incertidumbre espiritual y material por otro. Para una de las tradiciones católicas y ortodoxas, la temporada de Adviento solamente dura cuatro semanas. Para otra de las tradiciones abarcaría seis semanas, hasta llegar al “Día de los Reyes Magos”. Esto significa que en materia ritual el catolicismo universal es bastante flexible, al revés de lo que se imaginan aquellos que pasan atacándolo, por ignorancia histórica o por fanatismo religioso.
Sin embargo, lo que realmente ocurre es que tanto los católicos en general, como sus “hermanos separados”, evitan reflexionar a fondo sobre este tema. La temporada de Adviento es de supuesta alegría, de muchas cenas y fiestas por celebrarse, antes del veinticuatro de diciembre, mediante un consumo exagerado. Los consumistas irredimibles compran cualquier baratija en los almacenes más accesibles, para calmar sus ansiedades o para compartirlas con los demás. Los que caminan con las carteras vacías se entretienen entre el alcohol, las canciones de “estanco” y un poco de tristeza por los seres queridos que se han marchado; o por algún mal amor desencontrado en el camino. Los potentados, por su parte, gastan decenas de miles de lempiras y dólares en fiestas y regalos; pero sin recordar a Jesucristo ni a sus hermanos más humildes, que son el verdadero motivo de la conmemoración.
Naturalmente que resulta imposible negar que las temporadas frías, o más o menos frías del Hemisferio Norte del planeta, se prestan para la alegría y la ensoñación, sobre todo si la gente involucrada en el festejo cobra conciencia que se trata de una de las conmemoraciones más importantes relacionadas con el hombre más amoroso y más piadoso de la historia del mundo, es decir, el Rabino de Galilea. Así que el verdadero amor al prójimo se pone a la orden del día, y los espíritus generosos o filantrópicos se involucran en actividades colectivas para el bienestar pasajero de los menesterosos, que por motivos climáticos requieren de un auxilio mayor que el acostumbrado. También es la temporada más apropiada para reunir a las familias integradas y a las desintegradas, porque el amor, según algunos autores, debiera comenzar en casa, aun cuando las acciones y los discursos de Jesucristo remitan, inclusive, hacia las personas más desconocidas en nuestras vidas incluyendo a los “enemigos”. La temporada de Adviento presupone otra actividad generosa, que conecta con la gastronomía particular de cada pueblo, con sus exquisiteces, que sólo tienen sentido cuando se comparten con los demás.