Una vocación mantenida

Por Dagoberto Espinoza Murra

Pompeyo del Valle y Miguel R. Ortega, los dos narradores y poetas, pertenecen a la denominada generación de 1950 y, afortunadamente, a una edad provecta gozan de buena salud mental y… literaria.
En reciente ceremonia, efectuada el sábado 26 de noviembre, en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán y auspiciada por la Academia Hondureña de la Lengua, tuvimos la grata oportunidad de asistir al homenaje tributado al escritor Pompeyo del Valle, con motivo de habérsele conferido el Premio Ramón Amaya Amador por el conjunto de su obra admirable, recogida en libros ya insertos en las letras hondureñas, como La ruta fulgurante, El fugitivo, Nostalgia y belleza del amor, Retrato de un niño ausente, Los hombres verde de Ula y la Ciudad con dragones.
El conductor del acto, escritor Nery Alexis Gaitán, secretario de la Academia, ponderó la trascendencia del evento y luego dio lectura al orden del programa. En emotiva alocución, el licenciado Juan Ramón Martínez -recientemente distinguido con el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa-, puntualizó las razones novelísticas y sociales que motivaron a la Academia para bautizar el premio con el nombre de Amaya Amador y, de igual manera, los móviles, justificados por cierto, para adjudicarlo -en su primera entrega- al maestro Pompeyo del Valle. El presidente de la docta institución puso de relieve los aportes coincidentes del novelista de Olanchito y del poeta galardonado, sus luchas ardorosas en el ámbito social y el compromiso de ambos compatriotas en pro de nuestra cultura.
Por su parte, el abogado y poeta Livio Ramírez, vicepresidente de la Academia, profundizó agudamente en el trabajo continuo de Pompeyo del Valle como periodista, literato, editor, promotor cultural y sobre todo en la cálida fluencia de su poesía, amorosa y humana, de la que compartió el escrito que calza el epígrafe: “No hay vida sin canto, como no hay vida sin sol”, de Julio Fusiik:
“Comprendo que esto tiene que ser así. /No debemos olvidarnos de la alegría. /A pesar de todo y sobre todo/tenemos que ser fuertes para reír /y para crecer en la dulzura./Y sobre todo ser sencillos,/ser como deben ser los hombres limpios:/ser claros y luminosos como la lluvia/que trabaja alegremente/y hace palpitar la tierra/como un gran corazón enamorado./Ahora lo proclamo. La esperanza/es una bella posibilidad futura…”.
Además de las palabras sinceras de la señora embajadora de México, Dolores Jiménez, agradó sobremanera el sentido mensaje del ilustre homenajeado, quien con voz suave y bien modulada, externó sus emociones por recibir en vida el merecido tributo unánimemente acordado. Su mensaje de agradecimiento -sobria y manualmente elaborado- es por demás indicativo de una vocación literaria mantenida a la altura de sus 88 años, cumplidos gozosamente el 26 de noviembre. La joven Zaira Búlnes musicalizó y, acompañándose de su guitarra, cantó dos poemas del poeta; sonoros aplausos premiaron su intervención.
Influido quizás por la euforia revolucionaria que desde la Sierra Maestra se extendía en toda América Latina, mi hermano Randolfo (QEPD), asemejaba la obra de Pompeyo a la del poeta ruso Vladimir Maiakowsqui, símil que a decir verdad eran muchos los que lo compartían. En mi caso, guardo en la memoria, con particular emoción, el que tal vez sea su canto más divulgado:
“Sobre esta Honduras de fusil y caza, /de asfixiante color y amarga vena,/se oye gemir el mapa de la pena/que en murallas de sal se despedaza./Bajo esta Honduras de metal y maza,/de enterrado perfil -laurel y arena-,/como un tumulto de cuchillos suena/la atormentada sangre de la raza./Pero otra Honduras de potente aurora,/decidida y total y vengadora/alza la frente perseguida y bella./Porque una noble juventud se agita/bajo su cielo y en su voz gravita/el porvenir, fundado en una estrella”.
Conservo, asimismo, las impresiones de Otto René Castillo, el malogrado aedo centroamericano, conforme a las cuales la poesía de del Valle sirve una finalidad concreta: demuestra que los poetas llenos de fervor y ante la agonía de sus pueblos tienen un asidero auténtico en el amor; por ende, su poesía busca el corazón del hombre para decirle: anda, levántate, ama, lucha y vive muchos milenios sobre la faz de la tierra. Términos muy similares a los de nuestra Clementina Suárez, para quien el poeta Pompeyo “nos ha dado unas lección valiosa: la esperanza compartida”.
Felicitamos a los directivos de la Academia Hondureña de la Lengua por la acertada escogencia y premiación a uno de los más sobresalientes poetas del terruño, cuya obra rebasó las fronteras de la patria.