UNA POETISA HONDUREÑA: CLEMENTINA SUÁREZ

Juanita Soriano.
Nada Más acercado al tratar de la poesía hondureña que pensar en Clementina Suárez. Con ella puede decirse, nació la poesía femenina de Honduras, y con ella no sería tampoco aventurado afirmar que termina, por lo menos en lo que va del tiempo. Se sabe, desde luego, que en la línea trazada de Clementina a Clementina se mueven muchos nombres femeninos de alguna importancia y se encuentras voces que se atreven a traspasar, sin lograrlo, el límite marcado por ella. Mujeres con sensibilidad lírica aparecen a menudo, especialmente en una tierra en donde la naturaleza proporciona suficiente pretexto para el canto. Tomando en cuenta estos factores brindados por un ambiente que ha deprimido tanto a hombres como a mujeres en la lírica hondureña, es digno de participar interés al caso de Clementina Suárez que, aunque no ignora totalmente la vastedad del paisaje que la rodea, sin intentar escaparse de su influencia, aparece dentro de sus motivos como tema secundario o de fondo, pues ella prefiere el paisaje interior, en el cual lo extraño apenas roza con algunos colores, su intimidad. Su poesía como expresión de su alma es amoroso ya desemboca, no en lo paisajista y descriptivo como generalmente sucede en América sino en lo filosófico, y, en otros de sus poemas, en lo social.
Hablar de Clementina Suárez es hablar de un torrente o de cualquier otra de las fuerzas incontrolables de la naturaleza. Comenzó asustando a su medio ambiente pueblerino con los primeros poemas que, más que expresión de su alma apasionada, venían siendo la confesión de su cuerpo y sus sentidos, el maravilloso descubrimiento de su ser físico, de sus demandas, su sed, su plenitud en el amor, su felicidad en la entrega sin cálculo ni reserva. Esta desnudez de sus emociones y sensaciones atrajo sobre su desamparada y valiente cabeza de artista, una tempestad de incomprensión provocada por los prejuicios de quienes s escandalizan ante el nombre de las cosas y no ante las cosas mismas, que, como es humano supone, han sido vividas por quienes no las aceptan el literatura, esperando que esta sea más o menos artificial, enunciando temas falsos, tontamente considerados bellos, en fin, anémica y no como un reflejo de la verdad o realidad.
Algunos de estos primeros poemas, considerados audaces, especialmente por haber sido escritos por una mujer, contienen esa ingenua ternura del amor y el despertar de la vida, apreciando, sensual pero juvenilmente, la revelación del amor físico, siendo sin duda, tan fuerte la pureza de su espíritu y tan alta la calidad romántica de su alma, que no encontró en la experiencia nada que no fuera digno de expresar en emocionado canto, llena de gratitud ante el sentido de la vida. Todo en ella se vuelve dulce, tierno, amoroso. Y sin embargo, fueron tan ciertas y tan sencillas sus palabras de miel clara, que la acusaron de impudor. Para apreciar la dulzura de su canto a través de la crudeza de sus desnudas palabras, es necesario conocer la bondad, bondad de Dios en todo, en el magnífico regalo concedido a los humanos, al igual que a los demás seres vivientes, en la atracción de los cuerpos, el amor espiritual y la creación del hombre y la mujer.
Identificándonos con la vida y con el plan de Dios la imaginar su universo, podemos apreciar con mente pura y corazón limpio, la belleza de la pareja humana en el amor, y la grandeza de la amante al encontrar amable todo cuanto se relaciona con su amado, su cuerpo y la descripción del mismo, el sudor, el aliento, el olor y la saliva…, todo esto, indiscutiblemente no puede repeler ni degradar a quien conoce el amor y es romántico al grado de idealizar aspectos del ser humano considerados menos idealizables por aquellos a quienes fue negada la capacidad para una gran pasión.
Contaba mi madre, que conoció a Clementina en los días blancos de su niñez, que era esta una niña extremadamente silenciosa y tan quieta que se habría podido sentar, sin peligro, al borde de un abismo que allí se la encontraría en igual posición, después de un ahora. Se quedaba pensativa mirando a lo lejos, y si alguien se acercaba con esa curiosidad de los mayores que presienten el misterio de un niño, y le preguntaba: ¿Qué te pasa Clementina que estás tan callada?
Ella sonreía enigmáticamente, como despreciando las explicaciones.
Seguramente entonces comenzaba a formarse un universo, analizando el aspecto del mundo en el que le tocaba vivir, se daba la medida de cuanto la rodeaba, y comenzaba su alma a delinear las primeras preguntas para las cuales, incesantemente buscaría la respuesta a través de toda su existencia.

Fue sin duda debido a ese quietismo interior y exterior que tuvo capacidad para compenetrarse de profundos aspectos de la vida, sus ojos se volvían internamente claros al contemplar con tanta fijeza el universo, y así descubrió el tremendo y doloroso problema social que agobiaba a su pueblo, observó a la gente campesina, a los humildes quemándose los pies descalzos en el sol de los caminos, a los trabajadores obreros, y en incomprensible contrate, difícil de compaginar dentro de su pequeña cabeza la legisladora social que aspira a la justicia, la fácil existencia de unas cuantas familias, el monopolio del dinero en poder de unos pocos, la dura conciencia del comerciante y la inmensa masa de los desamparados. Esto penetró muy hondo en su sensibilidad y se quedó para siempre en ella, como un dolor inevitable. Digno de estudio también este aspecto de su inquietud porque Clementina proviene de una de las principales familias burguesas de su localidad.
Y ahora, me adentraré a sus poemas que parecen significar cierto peligro, algo que nos habla de sus luchas sin mencionarlas pero que se sienten correr a través de sus palabras, en forma más bien subterránea. Sin duda su orgullo y su entereza de mujer se oponen a referirse a sus desgarraduras psíquicas al contrario de lo que sucede en la mayor parte de la poesía femenina hispanoamericana. Se oye, o mejor dicho, se presiente el paso de esas horas turbulentas, de dolor, pero no se ven las manchas, solo se es consciente de una espléndida serenidad, de una dignidad en la aceptación de un destino un tanto adverso, de un señorío para conllevar a cualquier fracaso y hacer respetar sus actitudes. Un día esta mujer poeta llegó por su propia voluntad a los linderos de la muerte como protesta final de quien sabe qué profundas decepciones de su alma. Rescatada a tiempo por un grupo de amigos y artistas sobrevivió a la prueba con su espíritu indomable y, aparentemente, parece no recordar este drama de su vida.
Para alcanzar una visión de sus ideales poéticos, tanto en el aspecto personal como en aquel otro en que, olvidaba de sí misma, habla por y para la humanidad, oigámosla en algunas de sus estrofas:
Despacio,
que está madurándose
la criatura de espuma
que se queja en mi entraña.
Estas pocas líneas traslucen su ternura maternal, en el poema IV de su último libro “Creciendo con la Hierba”. Su emoción maternal se vuelve cósmica al expresar el sentimiento universal de toda madre. En el mismo poema se refiere al sentimiento purísimo del amor que se ofrece limpio de dudas y pesares:
Para venir y para buscarte
ya había dejado
todos los abrojos.
Existe, para mí, algo excepcionalmente encantador en este libro, y es la dedicatoria: “Así, de compañera a compañero”.
Esa sencilla frase indica mucho respecto a su posición poética y humana, su valeroso compañerismo, igualitario, que la induce a caminar, y luchar, hombro con hombro con su compañero.
Actitud nueva en la mujer que ya no se conforma con recibir protección, sino que también puede dar y ayudar al amigo, al compañero. Si es esta una nueva política literaria dentro del sentir femenino, más consciente de su responsabilidad de lo que fueron las mujeres amantes en el pasado, tal iniciativa irrumpe en la tierra de Honduras, con Clementina Suárez. A través de su vida como persona, y de su obra literaria como poeta, se reconoce esta actitud valerosa y revolucionaria de antiguos moldes burguesas.
La clave en la poesía de Clementina es esa ausencia de lo que en la actualidad se ha dado en llamar evasión lírica, típica, según quienes nos hablan de ella, de aquellos poetas, escritores o artistas, que no ven a su alrededor los problemas vitales, y de interés general que confronta el ser humano, y, en cambio evaden esta cruda realidad, tal vez por temor, cobardía o indiferencia y prefieren sobrenadar levemente por la superficie del planeta, ajeno a sus tremendas luchas y necesidades, para dedicarse a contemplar las nubes y otros temas menos peligrosos y de menor responsabilidad para su arte. Que ignoran, en otras palabras, el conflicto actual. Clementina en cambio, se definió; y al aceptar su camino ha enfrentado lo que, de por sí, trae consigo todo compromiso:
“Oyendo está la queja
de los hombres
y sus urgentes ansias
de ser libres”.
“Creciendo con la hierba”
Clementina Suárez.
Empezaremos
a ser felices,
a quererlo ser.
Asumiendo el deber
de que sólo
por el camino humano
se puede ser feliz.
Sin lo estéril
de la desigual
solitaria felicidad.
Naturalmente, la felicidad debe ser compartida para que lo sea, pues la felicidad solitaria no existe, tendría que ser estéril, como ella asegura:
“Hoy sabe que los hombres
si sufren y trabajan

estrujados y agónicos,
es por tener su vida

y por amarla”.
Y en otra parte de su poema inquieta por la ceguera espiritual, de la que ella ya está libre, exclama:
Tienes que despertar.
Levantar tu esqueleto
del sueño.
Dejarse desnudo,
voluntario,
distinto.
No puedes esperar
a que te coman
los ojos
las hormigas.
Como dormir
en los vacíos lechos,
cuando hay una queja
y un abierto costado
que reclama la sangre.
Naciendo estoy,
visiblemente,
y trepándome van criaturas
ángeles y semillas.
Los pormenores de esta leve poesía al parecer pequeña, al parecer liviana, por encontrarse carente de ciertos recursos literarios como la sonoridad musical, son sin embargo evidentes y característicos de una gran finura de sentimientos, pero, especialmente, tiende a expresar ideas, pues en cada línea se encuentra un pensamiento definido, positivo, absoluto. Son breves líneas, cortas, pero cargadas, literalmente agobiadas de fruto. Ha despreciado la rima, pero conserva el ritmo interno, calidad más difícil de alcanzar, porque se va por dentro, sin vestidura externa que lo denuncie y que sólo puede lograr un oído esencialmente poético, socorrido por un torrente de sangre poblada de poesía. Células de poesía.
A pesar de no ser exclusivamente sensible como para convertirse en medio a través del cual se conozcan sus sentimientos y emociones, porque no puede decirse de ella que su idiosincrasia en poesía se concrete a ser lo que podría llamarse una sentidora, no puede escaparse totalmente de la expresión espontánea, reveladora de sus experiencias personales, de sus estados de ánimo, mensajera de sus observaciones vividas, de sus resultados finales o conclusión inevitable. Conocimiento o sabiduría recogida a través del existir.

Pudo ser,
pero estaba la espina…
Este pequeño, sencillo comentario a su vida, a sus posibilidades, que se convierte por su misma sencillez y aplastante realidad, en símbolo de toda vida y toda posibilidad humana, toca directamente el corazón por enunciar una verdad patética, conocida de todos pues no hay en esta tierra quien, de un modo u otro, no haya perdido su oportunidad, no haya desgarrado la alegría de sus pies confiados, y de sus manos, en la espina…
Pudo ser,
pero estaba la espina,
eterna enemiga de la rosa.
Y sola, sin orillas,
la perdida corola de mi sueño.
Esta pequeña cosa que nos cuenta, aparente pequeña cosa; es demasiado triste, demasiado vivida por todos, para no arrastrarnos dentro de su suave nostalgia, donde se adivina la transparencia de unas lágrimas ya olvidadas, de algo… de todo cuanto pudo ser… de todo lo que no fue…
Obediente la rosa a su destino,
tuvo que ir mostrando
el candor de su rostro.
Esta es la otra frase feliz:
¡Obediente la rosa a su destino”, bella por su simplicidad indiscutible, y por la enunciación de una ley fácilmente observada por todos, pero difícilmente comprensible. Todos obedecemos a nuestro destino, y la rosa, dentro de su pureza, y su poesía, más que todos, o mejor dicho, es donde mejor representado podemos ver la fuerza de este dramático determinismo.
Y pocas personas como en Clementina Suárez se puede comprobar la fuerza de este destino inevitable, para cumplir, por ejemplo, con el llamado y las exigencias que representa el aceptar la cruz de la poesía, y, como en su caso, el perseguir la ruta de su inconformismo para con un mundo ya hecho, mal hecho, sobre bases de injusticia, y al que, aunque parezca inútil, se ambiciona mejorar. Esta inconformidad la arrastró, obediente a su destino, a continuar su ruta siempre adelante, como si una voz inexorable le ordenara seguir, no detenerse, no arraigarse, no anclar sus raíces en la tierra sino caminar siempre, nómada, gitana; aprendiendo a renunciar a sus efectos personales,  sus nexos, a todo lo suyo, sin duda para ser empleada por algún propósito vital que la condena a su soledad, para que de ella surja su donación en la que abarca a todos, en el que se desprende de sí misma y de su yo, para observar fijamente e interpretar el canto de todos, es decir, aquel que interese a todos.
“Atada va la sangre
a raíces que no entiende”.
Todo en ella dice ago. No  hay una palabra que esté sin sentido, o puesta al acaso para rellenar un hueco; todo en ella es utilizable es asimilado por la mente, es alimento para el espíritu y, en ocasiones un reto a la inteligencia.
Ya que solo en la sangre despierta estará el germen creador defendido.
Su poesía habla de ¡ligaduras humanas”, y confiesa:
“Los ángeles que pasean
por mi sangre
son ángeles rebeldes.
Habla de la verdad, de la verdad que su pecho ilumina:
“Mi pecho ilumina
una verdad tremenda”.
Dice:
“No le niegues al amor tu cara.
Sólo así tu flor tendrá polen
y flotará libre,
goteando muchedumbres
tu cara creciendo con la hierba.
Distintos son los rumbos de la carne
y sólo el viento salvará
a tu pie, que en la ceniza
quedó extraviado…
Criatura de mi amor!
Sólo cuando el fuego
te lleve hasta mi grito,
recuperarás intacta
la espiga que dentro
de tu piel madura.
Fuera necesario morirme y no quererte.
Golpearme la espalda
y atar mi lengua
para no decirte
que están en ti llorando los
brotes
y detenidos los arroyos,
porque le niegas al surco
lo que es del surco.
Sólo este poema basta para demostrar que Clementina Suárez es poeta auténtico, por sus temas, por su forma, por su hondo y trascendental sentido de la vida, por sus experiencias básicas, sin límites, descrita con la serena sangre de sus frases; por su afán de “rescatar el ademán perdido”, por todos estos nuevos y singulares modos poéticos, propiedad exclusiva de su autora, ahora que, lo que escribe cualquier escritor, recuerda mucho a lo que ha escrito o escribe, otro escritor, ya fueran hombres o mujeres, poetas o no. Las poetisas, sobre todo, son como si una misma, hubiera escrito y afirmado lo de las demás. Hay excepciones por supuesto.
Prácticamente no hay poetisas en Honduras. Puede decirse que Clementina es La Poetisa, las demás se ensayan, pero no han encontrado su voz, ni se han hecho sentir, ni ha trascendido su nombre.  Repito: parecen demasiado románticas, no han superado esa etapa del sentimentalismo y parecen estar literalmente obsesionadas por los pinares. Muchos  poetas hondureños también.
La urgencia de mi paso
es un puro símbolo
-nada es mío-
una fecha se curva
dentro de tu amor.
¿No sientes deshojarse
pétalos dentro de mis sienes?
¿No sientes que mis manos
te adelantan la rosa,
el aroma y el tacto?
 Y que mi sueño
es una arteria abierta
que  calcina el gusano.
Y que precisas otro nombre
para encontrarte
con la sonrisa
de tu primer niñez.
Indudablemente tiene frases poéticas, auténticas. A veces no llega a sostener la unidad, o mejor dicho, el clima o altitud poética inicial, pero este quiebre que parece dejar algo trunco en el poema al emprender su lectura continua, es también parte de la vida y personalidad de la autora, y le confiere un sello personal, único.
Este sello lo reconocerá fácilmente quien la siga en su trayectoria poética, en sus enredaderas de inquietud, o, como diría el poeta Ángel Martínez, quien siga su cauce como el de un río hasta el fin.
San Salvador, 1957.
Fuente:
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD PEGAGOGICA NACIONAL FRANCISCO MORAZAN