Lo de ayer y lo de ahora

Por Juan Ramón Martínez

He leído un correo, en donde un “feligrés”, le exige al Cardenal Rodríguez que salga a la calle a defender la Constitución. Al margen de cuestionar el hecho que el exigente solicitante esté cómodamente sentado en su casa, y no haga lo que recomienda; pasando por alto que vivimos en un estado laico, donde la Iglesia no representa poder político alguno, vale la pena comparar lo ocurrido en 2009 con lo que pasa ahora. Hay que aclarar que, aunque así lo pareciera, lo que ocurrió ayer, fue, aparentemente, más que defensa de la Constitución, un rechazo generalizado de la “clase media” ante las amenazas, que para su seguridad y sus bienes, representaba Manuel Zelaya. La llegada de Chávez y Evo Morales, especialmente el discurso amenazante del venezolano, hicieron creer a la misma, que el comunismo en Honduras, era inminente. Algunos marxistas ilustrados, se unieron a Zelaya, porque creyeron factible que bajo su sombrero, hacer la “revolución”, para cambiar el sistema económico y político. Lo que precipitó las preocupaciones en los sectores más conservadores del Partido Nacional que, usando recursos a su disposición y de la empresa privada, apoyaron la revuelta de las “camisas blancas” que, los principales asesores de Zelaya, menospreciaron. En efecto, ni Eduardo Maldonado y mucho menos Rafael Alegría, pudieron anticipar la reacción popular contraria. Creían que contando con el gobierno y el apoyo de Venezuela, ni la Virgen de Suyapa impediría la realización de la “cuarta urna” y el “golpe de Estado” en camino, con el cual, Zelaya impondría su proyecto “bolivariano”.
Otra diferencia entre aquello y esto, es que Zelaya se confrontó con todas las estructuras institucionales del país. Incluso rompió con el Partido Liberal que no pudo mantener a sus espaldas, mientras JOH conserva control sobre el PN como si fuera un mecanismo de relojería. El de Zelaya era un movimiento loco, solitario y sin nervio organizativo –incluso las fuerzas sociales eran muy difusas y de poca capacidad de movilización– asentado más en el campo que en las ciudades. La población que le respondió en las elecciones pasadas, que rebajaron la crisis, fue la motivada por el alza del salario mínimo que, por otro lado, confirmó que la “clase media” se convenciera de su peligrosidad definitiva. Pero además, es que el liderazgo de lo intentado en el 2009, era muy personal, individualista, nervioso, lo que hacía difícil la conducción. El 28 de junio, mostró sus vacilaciones cuando Orellana Mercado y el Estado Mayor Conjunto declararon la imposibilidad de cumplir la orden recibida, porque la cuarta urna había sido declarada ilegal por un ahora magistrado de la Corte Suprema de Justicia. En vez de detener a los militares, los dejó irse para sus cuarteles, permitiendo que estos se agregaran al rechazo en contra del gobierno que presidía.
JOH no amenaza a nadie. En vez de la calle violenta, hablan las instituciones. El TSE ha declarado que JOH puede ser candidato, como lo anticipáramos, en una interpretación de la ley, que al margen que guste o no guste, no asusta sino a muy pocos. JOH sigue un guión preciso, desde fuera de la discusión. Zelaya, siempre errático, lo apoya a que busque la reelección. En la creencia que puede enfrentarlo y derrotarlo en las urnas. Contradictoriamente, prepara un recurso ante la Corte Suprema, cuestionando la resolución del TSE. Cuando en el fondo, la respalda, para ser candidato, lo que favorece a JOH, porque todos los que le temen a Zelaya, preferirán al Presidente actual, antes que volver a caer en la inestabilidad que, provocaría un triunfo suyo; o de su esposa, que en términos de posibilidades, tiene más opciones que su marido, en vista que luce más coherente, ordenada, simpática y dialogante con la clase media.
Finalmente, hay que apreciar que mientras ayer, todos –o la mayoría– creían que estaban frente al fin del mundo, ahora, hay la idea que la defensa de la Constitución está en las urnas y en el Congreso, por lo que no hay mayores sobresaltos; ni desesperación. La lucha electoral, les parece legítima. Que no hay porqué pedirle al Cardenal Rodríguez, que salga a defender la Constitución o la paz. Porque ninguna realmente, hasta ahora, está amenazada, por los políticos y sus seguidores. La paz, sí lo está por los delincuentes y por los autoritarismos desbocados. Representados por los grupos antidemocráticos.