La mejora en seguridad requiere una institución policial reconciliada con su población

Por José Antonio Pereira Ortega
Coronel ® [email protected]

Como ya lo he propuesto antes, hoy vuelvo a reiterar que el factor preponderante en la lucha contra la inseguridad en todas sus manifestaciones, lo constituye el binomio población-Policía, recalcando que solo así podremos asegurar éxitos, en especial en los actuales momentos cuando esta relación presenta profundas fracturas, al grado que podemos comentar que pareciera inexistente.
Sin temor a equivocarme puedo señalar además que esta relación se ha profundizado, y ha empeorado al grado tal, que no se percata el ciudadano que cuando no se colabora o no se respeta el accionar del policía como el primer eslabón en esa relación, se está irrespetando a la autoridad y con ello consecuentemente se violentan las leyes elementales en la convivencia ciudadana.
Por simple observación, puedo inferir que lo que se ha producido es una fisura provocada por ambos protagonistas, ya que tanto los policías como los pobladores no han hecho su mejor esfuerzo en esta relación sinequanon para oponernos y derrotar o desestabilizar a los antisociales y sus organizaciones, tal y como lo apunté en uno de mis escritos “estamos librando una lucha desorganizada contra una delincuencia organizada”.
Está claro que por desfiguración en la formación integral del hondureño como ciudadanos, experimentamos una falencia de cultura social ciudadana, producto de las modificaciones de orden material y económico de nuestro sistema educativo, que en busca de mejoras en la educación hicieron reformas que trastocaron esa visión, al dejar de impartirse en la educación primaria y secundaria las clases de naturaleza formativa como urbanidad y la importantísima materia en Moral y Cívica, resultando esto en ciudadanos poco comprometidos con el respeto al núcleo familiar, al prójimo y a las autoridades, hecho que al final se convierte en una degradación en la convivencia ciudadana, en especial cuando tomamos la ley como una referencia para “transar lo que nos conviene” sin intención de respetarla y cumplirla.
En esta conducta atípica, nos peleamos por todo y por nada, desarrollamos comportamientos irracionales hasta por circular en el caos vial que nos provoca el sistema de calles y avenidas en especial en las grandes ciudades y en los principales ejes carreteros, que degenera en hechos violentos extremos que se manifiestan hasta en la pérdida de vidas por accidentes de tráfico y todo porque no sabemos convivir y circular en orden, paz y respeto.
En suma y como producto de tal condición, se reafirma también que nuestro ciudadano en gran mayoría desconoce o adolece del formal respeto a las autoridades y las instituciones encargadas de regular nuestra conducta y convivencia en sociedad respecto de los demás, una relación que cada día se vuelve más tensa, y nos resulta más practico culpar a las autoridades en vez de reconocer nuestras faltas como ciudadanos responsables, por ejemplo el ofrecer sobornos.
Visto así y considerando que la Policía es una institución que cumple con un mandato del pueblo, que surge a partir de la necesidad de la sociedad de contar con un actor que colabore en la regulación de las relaciones entre personas, es preciso preguntarnos si debemos ser nosotros mismos, como ciudadanos, quienes la evaluemos y la certifiquemos y sobre todo quienes debemos establecer y mantener una colaboración estrecha y permanente, nosotros sentimos una verdadera y sincera relación de compatriotas que experimentan el problema, pero que al mismo tiempo ven y validan las falencias de esas organizaciones que sufren una politización desmedida, y el fácil acceso a los sobornos de malos ciudadanos provocando con ello políticas con pobres resultados si se comparan las vidas humanas que se exponen al espectro de la delincuencia.
Es evidente e irrefutable que gran parte de esta situación incómoda, ha sido en mucho culpa de algunos agentes y oficiales de la Policía, dado que se acomodaron a las malas prácticas, actos de corrupción y los abusos en contra de los pobladores, y la mayor culpabilidad recae en los diferentes mandos policiales que sacrificaron la honra por la hacienda, fraguaron debilidad de carácter ante la embestida de los políticos y de los corruptos al apegarse a sus equivocadas y mal intencionadas políticas y directrices de seguridad alejadas de su precepto elemental: Proteger y servir.
No obstante he podido percibir en los buenos policías una fuerte preocupación por revertir su imagen negativa e incrementar sus niveles de confianza de parte de la población en el contexto actual del país, visualizando incluso una mejora continua en su proceder y ser de nuevo dignos de la confianza popular que les permita mejorar su comunicación y que el ciudadano sienta tranquilidad de que sus problemas de inseguridad serán atendidos.
Por lo anterior, estimulo a los ciudadanos dejemos la pasividad, que nos volvamos agentes de cambio en el proceso de certificación ciudadana de la Policía y así contribuir a revitalizar a los buenos policías, con procesos técnicos y apolíticos independientes de líneas de personas o de grupos, una certificación profesional integral que potencialice la urgente reconciliación con la población que es la que sufre y a quien se debe la Policía. Denunciemos y reportemos las actividades de los sospechosos y las acciones criminales sin miedo.