Los búlgaros se sumergen en aguas heladas para celebrar la Epifanía

Kalofer (Bulgaria).- Más de un centenar de búlgaros se lanzaron hoy a las heladas aguas de un río de la localidad de Kalofer para celebrar la Epifanía en un festejo con danzas folclóricas y grandes cantidades de aguardiente caliente.
Esta tradición del cristianismo ortodoxo búlgaro en la que participan sólo solteros se celebra cada 6 de enero para conmemorar el bautismo de Jesucristo por parte de San Juan Bautista en las aguas del río Jordán.
La fiesta se celebra en el río Tundza con bailes y canciones populares, en la que los trajes tradicionales son obligatorias, y ha superado el ámbito de lo religioso para convertirse en un destino turístico.
Cada vez son más los turistas nacionales e internacionales que visitan esta localidad de 8.000 habitantes, incluidos viajeros llegados desde Francia, Italia u Holanda, ha explicado a Efe Rumen Stoyanov, el alcalde de Kalofer.
El alcalde aseguró a Efe que va a empezar los tramites para que este festejo, en la que se mezcla la devoción popular, la celebración y cierta superstición, se incluya en la lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
«Iniciaré este año los procedimientos para que se incluya esta tradición en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco», prometió Stoyanov.
Y agregó que el baile tradicional tras el rito de salvar una cruz lanzada al agua por un sacerdote -algo que se repite allí donde hay un río, un lago o a orillas del mar en toda Bulgaria- garantiza una salud de hierro si se respetan las reglas: en el primer baile participan solo los vecinos y deben entonar una canción concreta que relata cómo una joven se enamora en dos solteros a la vez.
El alcalde desempeña también otro papel importante ya que tiene que recibir durante toda la noche anterior en su casa a los «salvadores» de la cruz, en un remedo de la Última Cena, donde realizan ejercicios de «calentamiento» tanto espirituales como corporales con abundancia de vino y aguardiente.
«Ingredientes claves para lograr el coraje necesario para entrar en el agua fría», asegura el regidor.
Esos preparativos para el baño helado se realizan en cada casa en Kalfoer desde el mediodía del día anterior y nadie duerme en la víspera, sin importar si va a salvar la cruz o limitarse a ver el baño desde la orilla.
Con las primeras luces del amanecer, los hombres se dan cita junto al puente de la iglesia del Santo Arcángel, justo a orillas del río, y después inician una corta procesión acompañados por una orquesta con instrumentos tradicionales.
Si el río está helado, como ha sido hoy el caso, el tamborilero principal entra primero en el agua y es el encargado de romper el hielo.
Todos entran en el agua y empiezan a bailar y cantar la canción de la joven enamorada de dos hombres mientras esperan a que el pope lance una cruz al río, que los ateridos devotos corren a rescatar y cuando lo consiguen lo festejan con nuevos bailes.
La lucha por ser el salvador de la cruz es ficticia, ya que la tradición señala que sea el participante más joven el que se haga con ese honor y reciba así la bendición del sacerdote, que le garantiza salud durante todo el año.
También es habitual que los bañistas arrojen agua hacia al público ya que se cree que lanzan gotas sagradas porque el río ya se considera bautizado después de caer la cruz en sus aguas.
Numerosos padres entran también al agua con sus hijos a hombros para que tengan un primer contacto con la tradición.
«El agua está muy fría, pocos grados por encima de cero, pero como ha sido bautizada es una garantía de que no provocará ni pulmonía ni cualquier otra enfermedad. Incluso nos curamos al bailar en el río», declara a Efe Stoyan, uno de los participantes en el rito.
«No es absolutamente obligatorio pasar por un calentamiento con vino y aguardiente antes de entrar en el río. Pero es mejor pasarlo. Da mucho más coraje y alegría», añade Donyo, otro bañista.
Algunos de los locales todavía recuerdan las dificultades para preservar la tradición durante la época comunista, cuando los símbolos y los ritos religiosos estaban prohibidos y las autoridades castigaban de diferente forma a quienes participaban.
Para encubrir su significado se llegó a transformar en un deporte invernal en la que se arrojaba una copa en vez de una cruz, pero aun así se conservó la tradición y reapareció con fuerza después de la caída del régimen autoritario hace 27 años. EFE