Ismael y María: Los rostros de la bondad

Autor: Luis Alonso Gómez Oyuela
E-mail:[email protected]
Fotos: Lourdes Cruz
DANLÍ, El Paraíso. La edad adulta, los viejos, adultos mayores, tercera edad, rucos, decrépitos, ancianos, abuelos y más, son los calificativos utilizados para referirse a personas que pasan de los 60 años, aunque algunos a los cincuenta, muestran ser más viejos que aquellos que cargan con los 80 años que todavía viven una vida plena y llena de satisfacciones.
El trato despectivo que se da a las personas mayores es el reflejo de una sociedad sin valores y principios, son una muestra que las buenas costumbres y el respeto se van perdiendo cada día. Llegar a viejo es un estigma, al grado tal que después de los 35 ya somos viejos inservibles, no calificamos para un empleo aun y cuando sea un excelente profesional con mucha experiencia acumulada.
La Biblia dice que la vejez es corona de la creación. Adolfo Robleto, escritor cristiano cuando se refiere a la edad adulta dice que es, ese tiempo de vida del hombre que media entre la juventud y la ancianidad. La edad adulta es la madurez del hombre, es cuando uno alcanza su máximo en todo. Las dos épocas anteriores son de formación. El hombre adulto ya es lo que va a ser. Es la edad de la responsabilidad plena, y en todos los sentidos.

Esta es la cocina improvisada del matrimonio de Ismael y María en el Pozo Bendito.
Esta es la cocina improvisada del matrimonio de Ismael y María en el Pozo Bendito.

Quizá mis caros lectores al momento de leer este reportaje piense que para usted la vida terminó, que solo tiene que esperar la campanada final para rendir cuentas. Pues fíjese que no es así, si usted tiene 60,70, 80 o 90 años y llevó una vida tranquila, con buenos hábitos en su juventud y mediana edad, tenga la plena seguridad que su vejez es maravillosa.
El ejemplo de esa vejez maravillosa lo encontré en la comunidad del Pozo Bendito a 10 minutos de esta ciudad. María García y su marido Ismael de Jesús Zelaya Lara 91 y 90 años respectivamente. Ella nació en Protección, Santa Bárbara, el 31 de enero de 1926. Ismael omitió la fecha de su nacimiento y lugar pero dijo estar seguro de haber cumplido los 89 el año pasado.
Ambos viven a la orilla de una quebrada, bajo la sombra de varios árboles en una casita de adobe sin puerta desde siempre. Bajo los árboles en una improvisada galera esta la cocina, un fogón y una pequeña tabla que utiliza como molendero, en el patio varias gallinas cacarean y picotean el monte en busca de insectos. A escasos metros se encuentra la residencia de campo del diputado José Celín Discua y su esposa Luz Victoria, exalcaldesa de este municipio.
Doña María junto al fogón humeante. La tortilla lista en el comal.
Doña María junto al fogón humeante. La tortilla lista en el comal.

El murmullo de la corriente de agua de la quebrada da la impresión de una sinfonía, secundada por el canto de las aves y más atrás, la bullanga de los niños de las casas vecinas hace que la vida de estos dos ancianos sea alegre a pesar de su extrema pobreza.
Me llamó la atención que doña María saliera a nuestro encuentro como si nos hubiera estado esperando, “bienvenidos, pasen adelante”; mientras con paso firme y seguro se acercó al vehículo estacionado en la pequeña pendiente. La sonrisa de María me cautivo al instante. Observé en su mirada y en su rostro una expresión de bondad que hoy día no es común. Entre la gentes que viven agobiadas por los problemas y la violencia que vivimos los hondureños. Seguí con atención todos sus movimientos alrededor del tablón donde hace las tortillas, pensé que el mejor titular para este reportaje podría ser, los rostros de la bondad.
Con ese pensamiento iniciamos una amena conversación mientras Lourdes tomaba las fotos de todos los ángulos. La voz cantante siempre fue la de María, su esposo Ismael se afanaba tratando de encender el fuego para hacer café y ofrecer a las visitas.
Ya no usa las palma de la mano para hacer las tortillas para eso está la maquina.
Ya no usa las palma de la mano para hacer las tortillas para eso está la maquina.

“Mi vida es como una novela, tuve una juventud dura, triste, llena de malos tratos. Estuve viviendo en Santa Rosa de Copán, después llegué a San Pedro Sula, allí conocí a Pedro Antonio Lara, es el padre de mis dos hijas, Aurora del Carmen y Cándida Rosa.
¿Pero cómo llega a Danlí? “Pedro tenía un primo aquí que trabajaba con don Arturo Aguilar, allí consiguió trabajo pero como era borracho y me golpeaba decidí mandarlo a la porra, dije: son papadas yo hasta aquí llego con este mal hombre”.
¿Quién era el primo de Pedro? “Aquí esta lo bueno, es Ismael que ahora es mi marido, jajaja, este no perdió el tiempo y como yo estaba enterita me conquistó, me pidió matrimonio, era mi oportunidad para atrapar un marido; ya pasaron 50 años de estar juntos, no me quejo. Ismael que escuchaba con atención a su mujer terció en la conversación, diciendo: “un matrimonio que no gustó a mi padre; me corrió de la casa porque le había quitado la mujer al primo”, pero hombre de que te quejas, si yo ya no quería a Pedro, vos me conquistaste con tu bondad y buenos y tratos y ya ves; aquí estamos juntos hasta la muerte.
Ismael se encarga de encender el fogón.
Ismael se encarga de encender el fogón.

¿Y cómo le salió Ismael?  Ah, le ha dado por retroceder, cree que tiene 15 años y ya no puede caminar, a veces peleamos por cosas que no valen la pena, pero es una forma de ponerle alegría a la vida. Yo soy la que salgo a buscar la vida, como ve, vivimos en pobreza pero nos gusta compartir aunque sea una taza de café. Ismael no quiso quedarse callado, mujer es que eres muy celosa, tú te vas para Danlí y no digo nada, pero vos tienes que cuidar la casa que no tiene puerta. Ambos ríen mostrando en sus rostros la bondad que sale de sus corazones.
¿Que sienten con esos 90 años encima? “Son muy cansados, pesados pero alegres porque la vida es como un regalo. Es verdad que necesitamos ayuda, ya no podemos trabajar y si después de los 35 no le dan trabajo a nadie, que podemos esperar con 90.
Después de la entrevista, María continuó con sus labores hogareñas. Sobre una mesita guardaba dos hermosos patastes, la masa para hacer las tortillas y el jarro de café. No aceptó que regresáramos con las manos vacías, nos regaló tortillas calientes y los patastes diciendo, llévenlos que la mata tiene más.
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