Justin Trudeau

Por Victoria Matute de Velásquez

En 1977, cuando llegamos a Canadá al desempeño de nuestra primera misión diplomática, Justin, Sacha y Michel Trudeau eran los niños más famosos de aquel bello país. Su padre, Pierre Eliot Trudeau era el primer ministro o sea el jefe de gobierno, puesto ganado en elecciones generales. Trudeau, un político excepcional, modelo que debieran seguir quienes se dedican profesionalmente a esta actividad. En el día lo encontrabamos en su puesto de trabajo, en el edificio del Parlamento, pero en la noche se codeaba con el pueblo en los sitios que frecuenta el populacho, en las plazas, en las discotecas. Era un bailarín invencible. De profesor universitario saltó exitosamente a la política.
Poseedor de mil virtudes, destacaba de ellas el tiempo que dedicaba a sus tres pequeños hijos. La ciudadanía reparó en esta cualidad y lo hizo ganar una tercera elección general. Conmovía verlo reconcentrado en su hogar haciendo el papel de papá y mamá.
Mucho se dijo, por sentida que fue, la muerte trágica del menor de los hijos de Trudeau. Michel pereció esquiando en Kokanee Glacier Provincial Park. Este desafortunado suceso, se dijo, afectó la salud del progenitor, quien no recuperó la salud perdida. Falleció en septiembre del año 2000.
En ocasión del desaparecimiento físico del exprimer ministro, el gobierno canadiense le rindió tributo. Desarrolló un programa en sus exequias, uno de cuyos puntos era mantener el féretro por algunas horas en el seno del Parlamento. A la hora que le tocó su turno, Justin pronunció su oración fúnebre, en la que hacía alusión a las lecciones de civismo que de niño le enseñó su padre. Las palabras dichas por Justin hicieron derramar lágrimas a la concurrencia. Dijo Justin “…Pierre Elliot Trudeau significó para mucha gente un hombre de estado, intelectual, profesor, autor de textos, abogado, periodista, escritor, político, pero para mí fue un padre que amé con pasión y devoción…”.
Hay de Justin un pasaje en su vida junto a su padre, el cual, por moralizador conviene relatar: Justin apenas tenía ocho años, cuando su padre, entonces diputado, lo llevó al restaurante del Parlamento en horas del medio día. En el mismo lugar y hora, para hacer lo mismo, comer en el sitio. Por mera casualidad coincidieron Trudeau, líder de la mayoría liberal, acompañado de su hijo Justin, por un lado, y por el otro, Joe Clark, 15 años menor que Trudeau, líder del partido de oposición (conservador), a quien acompañaba su hijita.
Instalados en sus respectivas mesas, hubo un momento en que Justin, pensando que quedaría bien con su padre, le relató un chiste de mal gusto, sobre Joe Clark. La anécdota que hacía referencia a este la había escuchado en la escuela.
Solo terminó Justin su relato, cuando Trudeau le clavó la mirada y la dejó fija en la del hijo. Muy seriamente le dijo: “Justin nunca ataques al individuo, uno puede estar en desacuerdo con alguien, pero por ello no se le debe denigrar”.
Trudeau cogió de la mano a su hijo y lo condujo a la mesa de Joe Clark, donde mozalbete y líder de la oposición fueron presentados y conversaron por varios minutos. Justin encontró en Joe Clark un político capaz de entender a los niños, pasar un rato agradable con estos y no sentir repulsión por su presencia.
Con la estrella luminosa que en su carrera política trazó Pierre Eliot Trudeau, Justin en una campaña electoral muy recia, ganó las elecciones generales y ahora es el primer ministro de Canadá y a la vez jefe de gobierno.
En ese país se ha producido en forma natural el relevo generacional. Canadá es una nación que tiene todos los atributos para llegar a ser el país líder de los países del tercer mundo, liderazgo que era ostensible cuando Pierre Eliot Trudeau estaba en su clímax político. Veremos qué le depara el destino a Justin en el ideal que estuvo en la mente y corazón de su querido padre.