Democracia y corrupción

Por Juan Ramón Martínez

Las últimas denuncias presentadas en un tribunal de los Estados Unidos, han estremecido a la opinión pública. No han faltado los que las celebren para obtener beneficio político electoral. Lo que es normal en todas partes. Lo que sí no es correcto es, creer que la democracia y el estado de derecho permiten la corrupción, por lo que en consecuencia, lo que hay que establecer es un régimen dictatorial, en donde –dicen los defensores de estas tesis– la honradez y el buen comportamiento de los funcionarios, es garantizado por el dictador, que omnipotente, todo lo ve, lo censura y castiga a los infractores. Pero lo que ocurre es que, en el régimen dictatorial no hay libertad de información, nadie se da cuenta de nada. Porque es hermético, mantenido bajo siete llaves. En tiempos de Carías, nada se sabía de los juegos y las trapisondas del poder. En tiempos de López Arellano, ocurría lo mismo. Solo cuando se produjo el soborno bananero, ignorado totalmente aquí, sino hasta que los periódicos de los Estados Unidos hicieron la denuncia, obligó al régimen a crear una comisión investigadora, encabezada por monseñor Héctor Enrique Santos. La que al final, ante la resistencia de López Arellano para autorizar que se investigaran sus cuentas en Suiza, el Consejo Superior lo obligó a renunciar a cambio de la impunidad. Porque aquello, fue un escándalo, sin culpables. Y por ello, nadie fue castigado.
La corrupción no es nueva. Lo que es diferente es el asunto que la motiva. Los empresarios, activos o de maletín, invierten en las campañas. No pagan sobornos, sino que hacen anticipos a cambio de contratos. Un expresidente me contaba que los europeos y los asiáticos, tenían una tasa para el gobernante; y lo único que  preguntaban era por el Banco del exterior donde se las depositarían, una vez que el contrato por la obra fuese aprobado.
De esa manera, los estadounidenses quedaban fuera del mercado, porque sus leyes condenan esas prácticas. De otra manera, no se puede explicar el entusiasmo que algunos exhiben por la política, en donde encuentran, la oportunidad de hacerse ricos. Y no volver a trabajar jamás. No solo tenemos familias que han vivido pegadas al presupuesto, sino que además, personas que llegan pobres al poder y nunca jamás vuelven a trabajar porque terminan convertidos en potentados, en exitosos empresarios, dueños de empresas e incluso en un caso, hasta de la línea aérea nacional.
Por supuesto, la ciudadanía, los grupos de poder –amigos de la truculencia para sus objetivos– y con políticos, de poca espiritualidad, como me dijo Villeda Morales, con escaso compromiso con los objetivos nacionales y la falta de una prensa cuestionadora, que investiga todo; que duda de la palabra de los gobernantes si no está, respaldada por las pruebas, crea un espacio obscuro en la democracia, que permitirá el engaño, la trampa y la deshonestidad. Además, el sistema burocrático, no tiene un mecanismo auténticamente confiable, de rendición de cuentas. En Estados Unidos –hasta antes de Trump que ha venido a invertir los conceptos y a poner en crisis al sistema de la confiabilidad democrática– los ciudadanos sabían cuál era el capital del gobernante, los montos de los impuestos pagados y se le exigía, el retiro de cualquiera actividad económica, para evitar conflictos de intereses. Aquí carecemos de una entidad que haga posible la rendición de cuentas, en forma confiable. Y la Fiscalía General, no ha conseguido toda la confianza pública, en la medida en que no ha podido imponerse sobre los compromisos políticos, entregándose solo al cumplimiento de la ley, “caiga quien caiga”. Especialmente los que se creen inmunes.
Es fácil tirar la primera piedra. Al sistema, a los partidos y a los políticos. Lo complicado es perfeccionar el sistema público, para que deje de operar el actual “capitalismo de los compadres”, en donde el financiamiento político y de sus candidatos, se pague con contratos gubernamentales… Creo que hemos dado un pequeño paso con la legislación del financiamiento electoral. Pero además, requerimos quitarle a los partidos el control del sistema electoral y de la marcha de la burocracia.
Necesitamos partidos democráticos y políticos, escogidos desde abajo, por un pueblo que críticamente, escoja a los mejores. Para que estos pongan el gobierno, al servicio del bien común. No hay de otra.