Por: José María Leiva Leiva
“El médico rural se ha convertido en el héroe por antonomasia. Asume un papel social fundamental, creando un vínculo entre generaciones y luchando contra el aislamiento y la soledad de sus pacientes. He querido rendir homenaje a este oficio”. Quien se expresa así es Thomas Lilti, director de “Un doctor en la campiña” (2016), un homenaje a la medicina rural francesa, y yo diría, por extensión, a las zonas de campo alejadas de las grandes urbes en todo el mundo.
Lilti, que estudió Medicina y ejerció como médico en hospitales antes de dedicarse profesionalmente al mundo del cine, descubre la realidad de las prestaciones médicas en las zonas rurales y la dificultad de un trabajo muy sacrificado y solitario encarnado en su personaje Jean-Pierre (interpretado por François Cluzet, el cuadrapléjico de “Amigos intocables”), un abnegado médico de familia en la campiña, que vive por y para sus pacientes. Pero un día éste cae enfermo, así que llega Nathalie (Marianne Denicourt, que ya participó con Lilti en “Hipócrates”), una médico del hospital de la ciudad, para ayudarle en su trabajo, aún en contra de su voluntad.
Comprometido con el tema de la salud, Lilti ya había dado un primer paso al filmar en 2014, “Hipócrates”, trasladando su acción a un hospital parisino, donde un grupo de abnegados médicos cada día deben hacer frente a todas las miserias humanas, en lucha contra la crisis de los hospitales públicos. Destacan entre estos, Benjamin (Vincent Lacoste), hijo del director del centro hospitalario Abdel (Reda Kateb), un facultativo argelino más experimentado que él, en trance de superar las pruebas que le permitan trabajar en Francia. Javier Ocaña, en la edición digital de Diario El País de España, escribió: “Interesante acercamiento a la condición laboral de la medicina, a sus dimensiones científica, ética y social”.
Por su parte Julien Rambaldi, dirigió “El médico africano” (2015), Una historia singular y reveladora sobre el fenómeno migratorio africano y el miedo a la diferencia (en forma de racismo) de la Europa rural de los años setenta. En concreto, es la historia de Seyolo Zantoko (Marc Zinga), un médico congoleño licenciado en la facultad de Medicina de Lille que recibe la invitación del alcalde René Ramollu (Jean-Benoît Ugeux) de la pequeña villa de Marly-Gomont, para atender a sus vecinos.
De entrada, se presenta el primer obstáculo: La gente le tiene temor y desconfianza porque nunca han visto a una persona de raza negra. El rechazo y el racismo con el que la mayor parte de este pueblo anclado en la región de Picardía, recibe a los zairenses y a sus hijos, recrudecen la ya de por sí dura vida en el campo. ¿Y vosotras qué miráis? ¿Tampoco habéis visto nunca a un negro?”, les grita Anne, la esposa de Zantoko a un grupo de vacas blancas que pastan junto a la aldea.
Y es que el racismo llega hasta tal punto que los aldeanos se niegan a ir al médico, a pesar de ser el único en 15 kilómetros. No obstante, el doctor Zantoko atiende partos a domicilio, propone hábitos saludables, incluso es recibido a tiros desde lejos por un paciente que previamente había requerido sus servicios. En la incomodidad del medio rural, a bordo de su utilitario Citröen, transita por angostos caminos rústicos, embarrados y sin asfaltar. A cualquier hora del día y de la noche, el teléfono de su hogar suena reclamando asistencia médica. Y allá va el abnegado doctor africano.
El 30 de agosto de 2009, a los 68 años de edad, el Doctor Zantoko falleció en un trágico accidente de tráfico. Un año antes había recibido la medalla del mérito por sus servicios prestados. Su viuda Anne se marchó a vivir a Bruselas, cerca de sus primos. Sus hijos, Sivi, estudió enfermería y ejerce en París, mientras que su hermano Kamini trabaja como músico y artista cómico en Lille.
Para concluir, sumamos a esta lista, la cinta japonesa el “Doctor Akagi”, dirigida por Shohei Imamura (“La balada de Narayama”, “La anguila”, “Lluvia negra”), una historia emotiva que narra las vicisitudes de Fuu Akagi (Akira Emoto), un respetado médico del pueblo pesquero de Okayama, entregado por entero a su profesión y que trata, en lo que se convierte en un quijotesca empresa, de investigar y combatir una plaga de hepatitis, que asola a la nación nipona, provocada por la desnutrición y la falta de sanidad, consecuencias directas de la contienda bélica que libra Japón poco antes de los bombardeos de Nagasaki e Hiroshima.
Como lo recuerda Josep Carles Romaguera, en el sitio http://encadenados.org, “la sacrificada pugna del doctor Akagi, se extiende al estamento militar, desde donde se cuestionan las recomendaciones que el protagonista hace a sus pacientes, ya que les aconseja descanso y una buena nutrición, condiciones imposibles de cumplir en un país en crisis y que necesita de su población civil para resistir una guerra más que perdida”.
Ante la gravedad del asunto, Akagi decide comprometerse más allá de sus labores profesionales para ayudar a los necesitados. Contacta con un antiguo monje y un médico adicto a los fármacos, más una joven asistente que ha heredado de su madre, el oficio de la prostitución y forma un equipo sanitario que actúa por y para los enfermos. Desde luego, ser un médico rural no es un asunto de escuela y de libros, sino de vocación, servicio y entrega.
Por ello, permítaseme que a manera de tributo dedique en primer lugar este artículo, a mi padre José María Leiva Vivas, que hizo de sus 50 años de ejercicio profesional, un apostolado de entrega y amor en nuestro pueblo Santa Bárbara. Él es un retrato hablado de aquellos galenos cinematográficos. Así mismo, lo dedico a mi hermano menor José Erick, que se ha sabido ganar el cariño y la confianza de sus pacientes en Puerto Cortés; a mi hijo Ricardo Arturo, hoy en servicio social, y a mi sobrino José Wendell, alumno de sexto año. Todos ellos, orgullo familiar.