Campaña, pero sin ataques

Por Juan Ramón Martínez

Lo he anticipado. Con mucha preocupación, por supuesto. Y ahora, se siente en la conversación cotidiana; en los llamados medios de comunicación social y en las redes, una voluntad autodestructiva, dirigida en contra “del otro”. Como que, no se pueden aceptar las diferencias; ni entender que en la multiplicidad de opiniones y perspectivas, está la fuerza de la sociedad hondureña. Por lo que, debemos aceptarnos, los unos a los otros, como un precio para la existencia común y para la sobrevivencia de la nación de todos. Por el contrario, se palpa, cierto sentimiento de inseguridad. Angustia existencial que, tiende a resolverse desconociendo al otro, descalificándolo, porque no piensa igual que nosotros, para de este modo eliminar del escenario a los que consideramos enemigos. Desde esta perspectiva, se ha creado un clima de crispación, como nunca antes habíamos visto, con una velocidad que puede advertirse la posibilidad de confrontaciones, difícilmente manejables. Y cuando todavía no ha empezado siquiera, formalmente hablando, la campaña electoral misma. No solo por el apasionamiento, sino que por la falta de ideas diferenciadoras, compromisos con la vida social, respeto a la población y a los observadores externos. Además, ausente de límites y frenos reguladores, desde la moralidad pública, permite a los más perversos entre nosotros, hacer todo lo que les permite su ausencia de compromiso con la tranquilidad y la paz de la nación. Y, finalmente, por la tendencia a centrarse en las personas relevantes, buscando su desprestigio, dejando a un lado la discusión de las propuestas serias e imaginativas, para que los electores puedan establecer las diferencias. Y decidir, lo mejor para sus intereses y, en algunos casos, los de la colectividad nacional.
La semana anterior, hemos pasado desde el espectáculo que crea Nasralla con sus propios compañeros y compañeras en su afán de convertirse en candidato presidencial de una alianza con Libre y el PINU, hasta los ataques personales, dirigidos a mostrar fallas de carácter moral al candidato del Partido Liberal. Me parece legítimo cuestionar su visión de los acontecimientos del 2009 e incluso burlarnos de lo ilógico e incluso irracional, cuando pide disculpas por un golpe de Estado, que nunca existió. Y en el que el Partido Liberal, no tuvo responsabilidad, siendo más bien la víctima de un gobernante que buscó dar un golpe en contra de la institucionalidad. Incluso, hacer burlas de la falta de conocimiento dialéctico de Luis Zelaya sobre la dinámica del perdón –de exclusiva esencia cristiana– en que, la disculpa, al reconocer las faltas reales, busca facilitar el encuentro del otro, que lo espera con ansia, para volver a la fraterna convivencia.

Pero lo que no se puede es atacar, sin pruebas, la integridad del candidato liberal. O atribuirle de entrada, responsabilidades por actos institucionales en los que además, nadie ha demostrado que se haya infringido la ley; o violado la moralidad que se le exige a todos los ciudadanos, especialmente a los que buscan ocupar posiciones en la estructura del Estado. Creo que estas fórmulas –ahora cada día más populares, tanto por la oportunidad del anonimato que permiten las llamadas redes sociales, en que la verdad no es una prueba, sino que la popularidad de quienes las siguen, como porque escapan al control que nos dé seguridad que se trata de algo cierto– son peligrosas para la convivencia armónica de los distintos sectores que integramos la sociedad. Y no es cuestión que tenga que conocer al otro, para poder defenderlo, porque en este caso se viola el principio de inocencia, haciendo cola en la cuerda de los manipulados por los que, tienen control para vociferar en contra del honor de las personas.

Creo que el riesgo es muy alto porque además, parece que el tema de la verdad no es importante –de repente nunca lo ha sido–; pero que ahora, con el presidente Trump desde los Estados Unidos, nos vienen “contribuciones” negativas que, en vez de reforzar la institucionalidad, más bien la ponen en peligro. La enseñanza de Trump en el sentido que hay que atacar y atacar, tantas veces sea necesario, puede comprometer la estabilidad del país. Y provocar, desde una crispación desbocada, una confrontación física que comprometa la tranquilidad y la paz de la República. Empujándonos hacia la guerra civil.