“EL HÁMSTER” Y LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

NO deja de tener razón el embajador español en su reciente artículo –objeto de una exquisita conversación– publicado en El País de España, obviamente que dirigido a un público mucho más culto. Sostiene que “Existe una crisis de la democracia representativa y que la receta a la que se recurre es aplicar más democracia directa”. “La proliferación de consultas de toda índole –cuyos resultados pueden disuadir a muchos de convocarlas en el futuro– es el mejor reflejo de esa crisis de la democracia representativa”. Apunta que, “hemos convenido en hacer polisémica la voz democracia, y por la clásica metonimia de la parte por el todo a equipararla al sistema que tenemos”. (Por ello decíamos que el escrito va dirigido a un auditorio más ilustrado). ¿Qué entendimiento pueda haber en los políticos de patio de los vocablos “metonimia y polisemia” –para mayor confusión arrojados en la misma oración– si muy pocos de ellos leen?

Concluye que si el sistema se trata de un “Estado Social Democrático de Derecho” tal vez la solución a la crisis no sea más democracia, sino reforzar y proteger los otros elementos de la fórmula, como la separación de poderes, garantía de los derechos humanos, como que haya suficientes contrapesos en el sistema que permitan que quien llega por la vía democrática al poder, no se dedique a eliminarlos”. A propósito de esta sesuda reflexión que a no dudar compartimos, la tentación de resolver los problemas del sistema, aplicando más democracia, sin reparar en los otros componentes básicos de la ecuación, para mantener el equilibrio, también ha sido algo que ha venido a contagiar la política vernácula. Así fue que irresponsables –renegando al solemne juramento a la Patria– embrocaron al país en aquella crisis endemoniada. En eso consistió la inconstitucional cuarta urna y la treta de la “constituyente” –igual a lo que hace Nicolás para profundizar el caos en Venezuela– con el fin de burlar las elecciones y dar vuelta de calcetín al Estado de Derecho. La vaina de todo eso fue que los políticos, en vez de tomar aquello como histórica lección, con ánimo de no repetir colosales errores, se pusieron otra vez a manosear la Constitución. El artículo 1 constitucional establece que “Honduras es un Estado de Derecho soberano, constituido como república libre, democrática e independiente, para asegurar a sus habitantes el goce de la justicia, la libertad, la cultura y el bienestar económico y social”. Y el artículo 4 claramente define que “la forma de gobierno es republicana, democrática y representativa”.

Aún así, desconociendo el significado jurídico y doctrinario de los anteriores atributos, en esa forma improvisada como acostumbran hacer las cosas sin profundo estudio de la armonía que debe guardar el texto constitucional, introdujeron una reforma, pese a que la misma Constitución prohíbe –en las normas calificadas como pétreas– reformar los artículos constitucionales que se refieren a la forma de gobierno. Hasta el día de hoy el mecanismo ese no ha sido utilizado. Con todo y lo bien que suena la intención de ir, en forma directa, a consultarle las cosas “al soberano”. Se ha planteado algunas veces como amenaza, pero solo ha quedado como asunto pendiente. Como bien expresa el diplomático en su artículo –referido obviamente a Europa y no a Honduras– “nos hemos convertido en una sociedad líquida, y esa sociedad líquida camina deprisa a ninguna parte; es el hámster en la rueda que va a toda velocidad, pero sin rumbo. Es esa vida de lo efímero donde los valores y referentes tradicionales ya no funcionan, la que marcha a toda velocidad”.