LA SALIDA CÓMODA

POCO ha sucedido para abordar la crisis humanitaria urgente que embarga al pueblo venezolano, pese a que la caótica situación se deteriora con cada minuto que pasa. La violencia en las calles, la brutalidad contra las manifestaciones multitudinarias, el ambiente polarizado que linda con la anarquía, a la fecha deja un saldo de 60 muertos, mil heridos y más de 2 mil detenidos. A esa calamidad se agrega la desesperación colectiva por falta de alimento, medicinas y lo más elemental para la sobrevivencia. Una reunión extraordinaria de consulta de ministros de Relaciones Exteriores convocada en la OEA, después de 5 horas de debate de sordos, fue suspendida por falta de consenso. Discutían dos borradores de resolución. Uno auspiciado por países de línea dura y otro por gobiernos más complacientes. Sin los 23 votos, las dos terceras partes de los miembros, necesarios para aprobar una resolución, el debate fue suspendido con el ánimo de encontrar un consenso imposible.

Acercar a los gobiernos que buscan pronunciamientos concretos contra el abuso del régimen dictatorial y los contrarios que lo apoyan es casi como intentar que se entienda la oposición con la autocracia. Después de tres rondas de pláticas fracasadas, que solo sirvieron como tregua a Nicolás, la oposición, que no pudo sacar ni una sola concesión, salió otra vez a las calles. Agotada, sin disposición alguna de continuar conversando. Así que lo mismo sucederá con los cancilleres de la OEA. Como no se ponen de acuerdo en una pinche resolución –ni siquiera una tibia condena a la patarata de Constituyente que convocó Nicolás para no dar elecciones, o una excitativa para soltar a los presos políticos o cese a la represión contra el pueblo– la salida cómoda es la misma de siempre. Reúnanse, platiquen hasta el cansancio, agótense, descansen y sigan platicando eternamente, que hay molotes en el mundo más sangrientos que allá en Venezuela. Eso puede esperar. La reunión fue suspendida y el tema no será abordado –seguramente con idénticos impasses– sino hasta la Asamblea General en Cancún, a finales de mes. Se confirma lo dicho en otras ocasiones. No hay ruptura de la democracia a no ser que sea un atentado al Ejecutivo. El concepto de democracia que entienden los diplomáticos nada tiene que ver con el respeto a la separación de poderes, o a los derechos humanos, ni cualquier otro de los elementos que configuran el Estado de Derecho. Rompimiento y diligencia de actuar –como hay claro testimonio en los antecedentes– solo hay cuando el afectado es el jefe de gobierno.

Pero no hay lesión alguna a la democracia si esta proviene del poder que manda. A quien le importa el control de los demás poderes, con magistrados obedientes en el Tribunal Electoral y la Corte de Justicia para manejarlos a capricho. Nada sucede si el poder que manda está arremolinado con el ejército –y sus generales socios– para poner en cintura a sus adversarios –el 90% del pueblo venezolano– y no dar elecciones. La economía arruinada, la violencia imparable, pero que nadie se atreva a pronunciar una palabra de estupor porque esos son asuntos “propios de los venezolanos” que van a arreglarse solitos. La Asamblea Nacional, el único vestigio que queda de la representación popular, es un foro neutralizado, como florero de adorno. Pero como hasta eso estorba, el poder que manda convocó a una Constituyente manipulada para darle vuelta de calcetín al Estado de Derecho. Pero mientras todo eso transcurre, ¿para qué irse por lo difícil, cuando hay salidas más cómodas?