Disimule compa disimule…

Disimule compa disimule. Así le decía Rubén Matate a su amigo René Cubeta, quien tenía la maldita costumbre de rascarse el trasero delante de quién fuera en la calle, en el cine, en cualquier lugar. Había hombres que le gritaban: “Hey vos… dejalas comer”, otros le decían “si querés yo te doy tu rascadita”, pero a él le valían los gritos de los demás no iba a dejar de rascarse porque se lo pidieran, pero cuando salía con su amigo Rubén metía breque de vez en cuando, al escuchar sus palabras: Disimule compa, disimule. No era porque en verdad le picara el ocho, sino que era como una manía, una terrible costumbre de meterse la mano atrás y empezar con su rascadera.

Un día llegué a un pueblo con unos amigos, recién llegábamos del río de pescar y andábamos con hambre. La dueña del comedor del lugar nos atendió bien, nos dijo que esperáramos mientras nos servía, al rato nos llamó al comedor, ahí habían varios niños mirando la tele, me llamó la atención –no poderosamente- como muchos dicen, que todos los niños parpadeaban seguido, era como si les arrojaran polvo en los ojos, desde el más pequeño hasta el más grande parpadeaban continuamente. Discretamente le pregunté a la señora: “Esos niños están enfermos de la vista verdad? Parpadean muy seguido”, la doña se rió y dijo: “No es eso, es que esta cipota grande así vino de la escuela, tiene una amiguita que pasa parpadeando todo el tiempo, ella comenzó a parpadear mirando la tele y todos estos cipotes papos comenzaron a imitarla. Fue entonces que al terminar de comer me levanté y dije en vos alta: “Hey cipotes dejen de parpadear porque leí en un libro que la gente se mure rápido porque la muerte entra por los ojos que parpadean mucho. Como por arte de magia todos dejaron de parpadear y se restregaron los ojos.

Un mes después regresé por el pueblo, fuí al comedor y la doña me dijo: Fíjese que no volvieron a parpadear por aquellos que les dijo, es más cuando usted se fue estaban afligidos preguntando si ellos se iban a morir jajaja, me costó convencerlos de que no era así, pero que dejaran de parpadear”. No sé por qué los cipotes todo lo imitan, a mi me tocó una vez andar imitando a un babosos que hacía un sonido con la nariz “tkmmmmm” como si tuviera un moco trabado. No podía hablar si no emitía ese feo sonido hasta que mi mamá me amenazó con no darme de comer si seguía con esa maña: “Una cosa de ver no aprenden, solo estupideces”, esa fue la cura, hambre vrs. Sonido de la nariz.

Hay quienes tienen la manía de estar hurgándose la nariz. Me acuerdo de Toño Lepaterique, solo pasaba metiéndose el dedo en la ñata, pro cierto que las fosas nasales se le habían hecho anchas por esa manía. La gente le decía: “Hoy va a ver baile en la plaza porque la están limpiando”, “ese jodido siempre mantiene limpio el salón”, saben cuál fue la cura? Tanto se hurgaba la nariz que al final terminó desviándose el tabique y le salieron granos internos al grado de obligarle a respirar por la boca.

Bubo un político que era pelón que le gustabas que llegáramos a su casa a entrevistarlo, al principio yo no sabía la razón, hasta que poco a poco con otro periodista descubrimos el porqué. Él se sentaba en una silla mecedora, se arreglaba el poco pelo que tenía y listo. Cuando le hacíamos las preguntas tomaba la pose de un artista de telenovela, suspiraba profundamente, hacía algunas muecas estúpidas cada vez que contestaba, cambiaba de pose con frecuencia pero era que se miraba en el espejo, lo mandó a colocar justo en el lugar apropiado para estarse viendo cada vez que lo entrevistábamos. Estaba enamorado de él mismo, la vanidad se lo comía por los cuatro costados, aún para despedirse de nosotros echó una nueva ojeada al espejo. O sea que tenía la manía de estarse mirando la pelona.

Había una cipota muy bonita en el barrio, que tenía la manía de abrir la boca porque –según ella- se miraba como una mujer voluptuosa, sensual. Mientras no pasaran hombre frente a su balcón permanecía con la boca cerrada, apenas escuchaba que pasaban hombres, se colocaba en el balcón y entreabría la boca tratando de estirar el labio inferior. Nos dimos cuenta que la habían enganchado que se parecía a Marylin Monroe y trataba de imitarla, los cipotes comenzaron a acosarla: “Hey Marylin piruja”, “abrí más el pico Marylin” y como dicen en mi pueblo: Santo remedio.

No volvió a asomarse al balcón porque sabía que si abría el pico más se iban a burlar de ella. Tuve un compañero de colegio al que le clavaron “peinado”, este tenía la manía de peinarse a cada rato, andaba hasta tres peines en la bolsa, con el primero que agarraba se peinaba. Nunca dejó esa manía, aún casado. La doña era la que sufría: “Aja doña… así que usted es la esposa de peinado?”, “ve esa que va ahí se casó con peinado”. Si usted tiene alguna manía hágase un favor… quítesela, ya vera qué bien se sentirá.