Kennedy: el sueño que duró 1,036 días

Aquel verano de 1960 me encontraba en un campo de estudiantes en Tiptree, Condado de Essex, en Inglaterra, tratando de mejorar mí inglés, al tiempo que con nuestro trabajo, cortando fresas, nos agenciábamos algunos fondos para la estadía, y nos permitía conocer algunos lugares como Londres y la Universidad de Cambridge, los fines de semana.

Para comunicarnos con el mundo exterior había que acudir a los periódicos y la noticia más importante era la Convención Demócrata en Los Ángeles, del 11 al 15 de julio.

Pocos días antes, acababa de fracasar en París la última Cumbre de los Cuatro Grandes, a la que asistieron el presidente Dwight D. Eisenhower de los Estados Unidos, el primer ministro Británico Harold Mc. Millan; el primer ministro soviético Nikita Kruschev, y el general Charles De Gaulle, presidente de Francia en calidad de anfitrión.

El presidente De Gaulle había preparado esa Cumbre con especial esmero y todo el protocolo desplegado me lo había contado el doctor Carlos Roberto Reina, a la sazón embajador de Honduras en Francia y sobre todo la noche en la Opera de París de auténtico lujo. Pero todo se vino abajo, cuando el señor Kruschev sacó a colación el derribo del famoso U2 que pilotaba Francis Gary Powell en el espacio aéreo soviético. Eisenhower no encontró la manera de explicar el desaguisado y el carácter nada diplomático de Nikita hizo fracasar la Cumbre cuando dijo al general héroe de la Segunda Guerra Mundial: “con usted no tengo nada qué hablar, porque dentro de poco dejará de ser presidente y entonces lo haré con su sucesor”. Y así sucedió un tiempo después en Viena.

Visita del presidente Kennedy a París, donde fue recibido por el presidente De Gaulle y su esposa Yvonne. Con ellos Jacqueline causó sensación.

Viene todo esto a colación porque la situación del mundo no presagiaba nada de tranquilidad y para colmo, se acababa de producir la independencia del Congo y en ese conflicto tan sangriento en el que un tiempo después intentó mediar el secretario general de la ONU, Dag Hammarshold, quien pereció en un accidente aéreo, que muchos dijeron no había sido tal, sino que un sabotaje.

La Convención Demócrata tampoco no era precisamente un oasis de paz. Había demasiados puntos de vista encontrados y aunque John FitzGerald Kennedy tenía bastantes delegados, sus rivales no estaban dispuestos a dejarse derrotar por aquel apuesto joven que representaba una nueva era. Sus principales adversarios eran el senador Lyndon B. Johnson, jefe de la mayoría Demócrata en la Cámara Alta, el senador Hubert Humprey de Minessota, un hombre bastante liberal a la usanza de los Estados Unidos, el senador por Missouri Stuart Symington, el senador Wayne Morse de Oregón y el exgobernador de Illinois, Adlai Stevenson, a quien Eisenhower derrotó por dos veces compitiendo por la presidencia de los Estados Unidos de América.

Stevenson, era un político excepcional quizá demasiado intelectual, apoyado por amplios sectores entre los que se encontraba Eleonor Roosevelt, viuda del expresidente Franklin Delano Roosevelt. Pero en todo caso era Johnson el más importante contendiente. Era una lucha del sur contra el norte. Texas contra Nueva Inglaterra. Dos estilos muy diferentes, dos mentalidades y sobre todo el cambio contra la tradición.

Adolf Schärf, presidente de Austria, fue el anfitrión de la Cumbre de Viena entre Kennedy y Kruschev. Fueron acompañados por sus esposas Nina Petrovna Jacqueline Bouvier.

Todo eso debió de enfrentar el senador JFK, nacido en Brookline, Massachusetts, el 29 de mayo de 1917. Por añadidura su condición de católico no dejaba de representar una desventaja, porque se creía que la Curia o el Vaticano, que entonces los Estados Unidos no tenían relaciones diplomáticas podían influir en él. Hasta ese momento ningún católico había llegado a la Casa Blanca.

El curriculum del senador no se limitaba a ser hijo de una acaudalada familia, por parte de su madre Rose, nieto de un famoso alcalde de Boston, John Francis Fitzgerald, a quien cariñosamente llamaban Honey Fitz, ni por ser hijo de Joseph Patrick Kennedy, un exitoso hombre de negocios, con inversiones en la Bolsa de Nueva York, bienes raíces y que al derogarse la Ley Seca, adquirió los derechos para la importación de whisky escocés, lo que multiplicó su ya cuantiosa fortuna.

Como político influyente, Joseph P. Kennedy había proyectado que uno de sus hijos, Joseph, sería presidente de los Estados Unidos, pero este fallece durante la Segunda Guerra Mundial y los planes se vienen abajo por el momento. Su hijo John se convierte en un héroe al comandar la torpedera PT 109. Aquí se produce un hecho que resulta muy extenso narrar, pero se concreta a que la lancha fue embestida por un barco japonés en las cercanías de Papúa Nueva Guinea y dos de los tripulantes mueren y once salvan la vida merced al heroísmo del teniente Kennedy. Luego de varias peripecias, en las que se ve obligado a nadar primero unos cinco kilómetros y más tarde otros cinco, logran ser rescatados por un barco australiano. Pero la leyenda de JFK no había hecho más que comenzar.

La histórica visita a Berlín, donde fue recibido por el canciller Adenauer y el Alcalde Willy Brandt, pronunciando un discurso estremecedor frente al muro.

El joven millonario no se conformaba con ser un hijo de papá, porque primero incursionó en el periodismo, al que poco después abandona, porque quería entrar de lleno en la política y es así como se postula para serlo por el Distrito de Boston en la Cámara de Representantes lo que consigue con el apoyo de toda su familia. El clan de los Kennedy se había puesto en acción.

Pero la Cámara Baja le parecía poco y es entonces cuando decide luchar por uno de los dos puestos en el Senado. Debemos recordar que el Senado, o Cámara Alta, tiene dos senadores por cada Estado, con independencia de su tamaño. En cambio la Cámara de Representantes es por Distritos.

Frente a él, tenía a Henry Cabot Lodge, miembro de una de las familias más prominentes de Massachusetts, que en 1944 había renunciado a su escaño en el Senado para incorporarse a las Fuerzas Armadas y pelear en la Segunda Guerra Mundial. En esos tiempos se recitaba una especie de poesía que apenas recuerdo, pero que en síntesis decía que “En Boston, tierra de camarones, los Cabot solo hablaban con los Lodge y los Lodge solo hablaban con Dios”. Eso resume la cerrada sociedad de la época, porque ambas familias eran lo que podía denominarse la crema y nata del Estado.

Con sus hermanos Robert y Edward.

Los Kennedy a pesar de su fortuna, no tenían ese “pedigree”, porque venían de Irlanda desde hacía pocos años, podría decirse que sin el abolengo del que ahora gozan.

A pesar de eso, John Kennedy logra derrotar a Henry Cabot Lodge, quien después fuera nombrado por el presidente Eisenhower como representante permanente en las Naciones Unidas, destacándose por su talento y sobre todo porque le tocó actuar en uno de los peores momentos de la Guerra Fría.

Los primeros años de JFK en el Senado no fueron de gran brillantez. Su actuación fue relegada a ciertas comisiones, nada relevantes, pero él buscaba el momento su momento. Al fin y al cabo, era un hombre joven.

Aquella fría mañana del 20 de enero de 1961, asumió la presidencia, que despertó tantas esperanzas.

Poco antes conoce a una atractiva joven, Jacqueline Bouvier, una sofisticada damita que había estudiado francés en Grenoble, Francia, y más tarde asiste a un curso en La Sorbona de París, lo que unido a su peculiar estilo la convierte en una notoria personalidad. Ella sentía afición por la cultura y el buen gustos, lo que marcaría sus pocos años en la Casa Blanca.

Previo a las elecciones presidenciales, se pone de moda el tema de los debates en la televisión entre los candidatos. Kennedy lucía más fresco, en tanto que Nixon tenía una apariencia de no haberse afeitado en dos días. Esos pequeños grandes detalles fueron decisivos a la hora del voto, porque los comicios no fueron un paseo para el candidato demócrata. Antes bien, resultaron extraordinariamente apretados, sobre todo en el voto popular.

Ese 20 de enero, comienza un período de esperanza, porque se sentía en el mundo ese aire nuevo que surgía de la personalidad del presidente de los Estados Unidos de América. En su célebre discurso inaugural, habla por primera vez de la Alianza para el Progreso, que tanto entusiasmo despertó y que él define como “ayuda a hombres y gobiernos libres a despojarse de las cadenas de la pobreza”.

John Kennedy y Lyndon Johnson el día de la toma de posesión con el presidente saliente Harry S. Truman.

Pero lo más resonante fue su frase cuando dice a sus compatriotas “preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país” y luego señala, ¿qué podemos hacer todos juntos por la libertad del hombre?

Sin embargo, ese período de esperanzas se nubla con la invasión por parte de un grupo de exiliados cubanos, unos mil quinientos, a Bahía Cochinos, donde las tropas cubanas comandadas por Fidel Castro, dan al traste con ese plan que había sido ya aprobado en la administración anterior y con el que cargó Kennedy. Las razones del fracaso fueron muchas, sobre todo se atribuye al poco apoyo norteamericano, pero este es otro tema, aunque le causó un enorme perjuicio a la entonces nueva administración. Era el mes de abril de 1961.

Sin embargo, debe enfrentar la llamada “Crisis de los Misiles”, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética inician una tremenda discusión por la colocación de estos aparatos en suelo cubano. Recuerdo que fueron días de enorme tensión en todo el mundo, porque se dijo siempre que nunca como entonces hubo el peligro más cercano de una guerra nuclear. Para solventar el problemón Estados Unidos debió hacer una promesa formal que no invadiría la isla antillana y retirar una base de misiles en Turquía. A cambio, los soviéticos repatriaban los misiles de Cuba.

Antes que eso se produjera, se celebra una cumbre entre los dos grandes. En París en 1960 se termina la costumbre de reunir a los cuatro grandes que venía de la Segunda Guerra Mundial. Recuérdese las de Teherán, de Potsdam y de Yalta.

En Viena lo que hubo fue un diálogo de sordos, no salió ningún acuerdo relevante, pero anecdóticamente se recuerda que por primera vez se presenta un líder soviético con su mujer. En este caso era Nina Petrovna, esposa de Nikita Kruschev, quien con su apariencia de bondadosa abuela hizo una buena amistad con Jacqueline Kennedy que lucía en todos su esplendor.

En el Vaticano con el Papa Pablo VI, el primer pontífice que viajó desde Roma hasta Nueva York para pronunciar un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Eran loso años en que tres personajes acaparaban la atención del mundo. El Papa Juan XXIII, llamado el Papa Bueno, Kennedy y Nikita Kruschev. Cada uno en su respectivo campo, pero no había día en que no fueran noticia.

Kennedy viajó después a París, a lucir la finura de Jacqueline, que logró suavizar al héroe de la Segunda Guerra Mundial y figura emblemática de Francia, el general Charles De Gaulle, y sobre todo la personalidad de André Malraux, Ministro de Cultura, y uno de los hombres con mayor talento de su tiempo. París se volcó con los Kennedy y fue una gran oportunidad para limar asperezas porque De Gaulle había pedido que la sede de la OTAN abandonar Francia, por lo que debió irse a Bruselas y se lanzó por libre con su propio programa nuclear. El representaba “la Grandeur de la France”, empleado en el mejor de los sentidos.

La señora Kennedy logró que la Gioconda o la Mona Lisa, pudiera viajar a Washington y Nueva York, no sin antes tomar todas las precauciones como embalaje y seguros y venciendo la gran oposición al desplazamiento. El ministro de Cultura dijo como su mejor argumento: no debemos olvidar que muchos norteamericanos murieron por la libertad de Francia (en la Segunda Guerra Mundial) y gracias a ellos tenemos nosotros estos tesoros artísticos. La Exposición en ambas ciudades fue grandiosa, con un público ávido por ver esa joya del arte.

El 26 de junio de 1963 llega JFK a Berlín donde es recibido por Willy Brandt, alcalde-gobernador de la ciudad y por un pueblo eufórico cuando pronuncia la célebre frase “Ich bin ein berliner”, “Soy un berlinés”, la que tradujo al igual que su impresionante discurso el doctor Robert Lochner, ciudadano alemán quien vivió muchos años en los Estados Unidos y que fuera director del Instituto Internacional de Periodismo, donde años después, 1973 realicé una pasantía en calidad de becario del gobierno de la República Federal de Alemania.

André Malraux, entonces ministro de Cultura de Francia, y su esposa, al inaugurarse la exposición de Mona Lisa en Washington. Con ellos los Kennedy y el vicepresidente Johnson.

La Casa Blanca se transformó por completo. Jacquie, procedió a una estupenda decoración, se abrió a los intelectuales y a los artistas más destacados y era la admiración del mundo. La presencia de sus dos hijos pequeños, Caroline y John Jr. era la nota simpática. Durante una recepción la niña irrumpió en el salón con unos zapatos de tacón de su madre, despertando un gesto de amable complicidad.

Llegó el fatídico viaje a Dallas, parte de su campaña reeleccionista, que muchos aconsejaron no se hiciera en ese momento. Aparece la mano asesina, atribuida a Lee Harvey Oswald, casado con una joven rusa, Marina. Nunca se pudo convencer al mundo de la autoría del joven pese a los voluminosos informes que presentó la Comisión Warren. Le echaron la culpa a tantos como a Fidel Castro, a los soviéticos, a los grandes magnates del petróleo, a una conspiración. Hubo audiencias, acusados, pero nunca una prueba fehaciente y convincente. Muchos fuimos seguidores de la tesis de Jim Garrison, fiscal del Distrito de Nueva Orleans, quien no creía las conclusiones de la mencionada comisión encabezada por el Presidente de la Corte Suprema de Justicia. Creo que este misterio nunca se podrá resolver.

Inclusive se dijo que en uno de sus discursos el presidente desvelaría uno de los más grandes enigmas de la humanidad, la presencia de seres de otros mundos, de lo cual se decía tenía serios argumentos para revelarlo. Se dijo que expresaría la frase “no estamos solos”. Sigue el misterio a pesar del paso de los años. La figura de Kennedy se agranda cada vez más, sobre todo si se le compara con alguno de sus sucesores. Se reviviría el caso Roswell, que afirmaba que en un rancho de esa localidad se había estrellado un objeto de ignorada procedencia, un UFO.

Se esfumó la gran esperanza que había despertado. A nosotros nos quedó la Colonia Kennedy construida con el apoyo de la Alianza para el Progreso que Lyndon Johnson eliminó. Aquel 22 de noviembre fue una fecha trágica para millones de personas en el mundo. Se perdía aquel encanto del hombre que hizo revivir la palabra “carisma”.

“Nunca habrá otro Camelot”. En tan solo 1,036 días en la Casa Blanca, John Fitzgerald Kennedy se había convertido en la gran ilusión.