Entre luces y sombras

Por Dagoberto Espinoza Murra

“La fotografía es un medio activo y creativo, es una mezcla de arte y técnica. Hoy todo el mundo está de acuerdo en que la fotografía es un medio de expresión y la cámara una herramienta y que la responsabilidad del equilibrio entre arte y técnica recae en la persona que está detrás de la cámara, es decir, en el fotógrafo”. Así escribía, en la revista del IHADFA, 1999, el fotógrafo profesional don Juan Pablo Martel, fallecido el pasado 25 de junio.

Juan Pablo Martel dedicó gran parte de su vida al trabajo fotográfico; pero no era un simple “tomador de fotos”, era un fotógrafo profesional, un artista que miraba, a través del visor de la cámara y captaba con la magia de la lente, detalles que pasan desapercibidos para las grandes mayorías. Poseedor de novedosas técnicas educativas, se convirtió por muchas décadas en el profesor de numerosos grupos de niños, jóvenes y adultos deseosos de plasmar en una postal algún personaje, un paisaje o eventos significativos en la vida del que porta la cámara.

Ese fue el profesional que conocimos cuando nos desempeñábamos como director del IHADFA y desde el primer día de trabajo pudimos percibir que se trataba de una persona capaz, entusiasta y con gran voluntad de servicio en una tarea tan difícil como es la de concienciar a la población de los daños provocados por el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas (drogas).

Podríamos decir que fuimos grandes amigos. En algún momento, sentados sobre una piedra a la orilla de una quebrada, en una lejana aldea –mientras nos comíamos un emparedado–, esbozando él una ligera sonrisa, me dijo: “¿Sabía usted, cuando me contrató, que soy cachureco?”.

(Estábamos en un gobierno liberal) Claro que sí –le contesté–. Su familia es muy conocida. Pero, le advertí: ¿Sabía que el subdirector es de la Democracia Cristiana? Continué diciéndole que ignoraba la filiación política de los médicos y trabajadoras sociales que laboraban con el Instituto. Y, para seguir bromeando, le dije: yo he militado en el M-LIDER y la administradora es “rodista” (corriente conservadora del Partido Liberal). ¡Vea, pues, qué combinación tan extraña hay en nuestra institución!

Después de la amena plática tomó su cámara para fotografiar a un labriego que, valiéndose de una yunta de bueyes y usando un arado de madera, roturaba la tierra para sembrar el maíz que le daría sustento a su familia. Cuando reveló la película, dijo que aquella foto le serviría en clase para decirles a los alumnos que el trabajo en el campo es saludable y que hasta allí todavía no han llegado las drogas. Con Juan Pablo y el equipo educativo recorrimos los 18 departamentos del país, brindando charlas en escuelas y colegios. En los sitios donde había grupos de AA se nos invitaba para que habláramos de los enfoques médicos del alcoholismo.

Juan Pablo tomaba fotos de aldeas y caseríos; de lugares pintorescos: ríos y montañas; de gentes caminando por veredas o subidos en una carreta tirada por bueyes o por cabros, como se observaba en San Lorenzo. Un día –con cierto aire de satisfacción–, me dijo: “El doctor Jesús Aguilar Paz con su mapa logró una fotografía del territorio nacional; nosotros, con estos aparatitos –y señalaba las cámaras que portábamos– estamos fotografiando el rostro social de nuestra patria”.

Sus fotografías nos servían para los afiches del Instituto, para ilustrar la Revista del IHADFA y dar algunas clases en centros educativos. En la junta directiva siempre dejamos constancia de la valiosa colaboración del gran fotógrafo y en Navidad, cuando su esposa, doña María Hortensia (QEPD), nos invitaba a su casa a degustar nacatamales y torrejas, le decíamos que su marido se había convertido en un abanderado de la lucha contra las adicciones, tanto legales (alcohol y tabaco), como ilegales (marihuana y cocaína).

Juan Pablo siempre tuvo predilección por las fotografías en blanco y negro, tomadas de preferencia con cámaras mecánicas, pues así se ponía a prueba –opinaba– la pericia del fotógrafo. Mostrándonos el rostro de una anciana, nos decía: “Si esta foto se hubiera hecho a colores, no resaltarían estos detalles (arrugas de la frente, vivacidad de la mirada y esbozo de una sonrisa maliciosa), que le dan vida a esta campesina. En blanco y negro, proseguía, transcurre nuestra existencia: hay luces (triunfos y alegrías) y sombras (fracasos y tristezas) en nuestras vidas y la más enigmática de las sombras –enfatizaba–, es la de la muerte”. Yo le decía que para Píndaro, “La vida es la sombra de un sueño”. Descansa en paz, distinguido amigo!