CONTRA LA PARED

CADA cual lleva a cuestas la cruz de su propio calvario. Imposible predecir cuándo la precaria situación económica que viven los brasileños tomará otra zambullida por el efecto dañino de la creciente inestabilidad político institucional. Varios meses en vilo mientras duró el lento proceso de “impeachment” contra la izquierdista Dilma Rousseff, hasta que consiguieron destituirla. Ahora su sucesor también se tambalea en el cargo por similares razones. “El destino político de Temer, acusado de recibir un soborno, depende de la decisión que tome la Cámara de Diputados, con decenas de legisladores investigados, de enviar el caso a la Corte Suprema para que proceda a enjuiciarlo o archivar el expediente”. Aunque si salva el primer obstáculo todavía tendría que hacerlo con los que quedan. La Fiscalía General dividió su denuncia en tres partes. La primera por soborno, la segunda por obstrucción de justicia y la tercera por asociación ilícita.

Sin embargo la carcoma en el sistema pareciera dispuesta a no dejar títere con cabeza. “El expresidente Lula, quien acariciaba la posibilidad de regresar a la arena política, acaba de ser condenado por un juzgado a nueve años y medio de reclusión por el delito de corrupción y lavado de dinero”. Había anunciado su postulación como candidato presidencial para las próximas elecciones y hasta el momento encabeza los sondeos de intención de voto. Sin embargo, el golpe asestado no solo va a tener un efecto negativo en la opinión pública sino que legalmente podría quedar inhabilitado para postularse a cargos de elección popular. Por lo visto, la justicia ha colocado a la clase política contra la pared. Ya cobró la cabeza de la primer jefe de Estado –defenestrada por una mezcla de acusaciones de manejos irregulares del presupuesto, de manifestaciones en la calle y de conspiraciones políticas en su contra– mientras se mantiene incierta la suerte que pueda correr el actual presidente. Si Temer no logra vencer los escollos, e igual que su antecesora pierde la silla, el caso de Brasil sería inédito, con tres presidentes en menos de año y medio. La prensa brasileña se lamenta que “el gran motor de la agenda política ha sido y es la Operación Lava Jato, la investigación que reveló la cenagosa financiación de los partidos políticos y su relación tras bastidores con el poder económico”. La práctica dudosa –por no decir dolosa– de hacer política en aquel país fue durante mucho tiempo simbiótico con el sistema de gobierno.

Hasta que los excesos del escándalo conocido como “Lava Jato” y las irregularidades en Petrobras, rebasaron lo tolerable. El precio que hoy paga el país –también sacudido por los efectos de una economía postrada– es la absoluta desconfianza de sus instituciones políticas. Más desconcertante aún cuando no hay claro norte de cómo construir andamiajes que sirvan de sustento al cercano futuro. El gobernante se acredita los logros de estar revirtiendo el declive pronunciado que sufre la economía. Pero ensombrecida su gestión por las denuncias en su contra. Lo lastimoso de todo esto no solo es lo dañino de la corrupción en la política, sino la forma cómo se destruye al país cuando entra en estos círculos viciosos de inestabilidad y desconfianza donde no queda nada intacto como para levantar cabeza.