Centros de Educación Primaria y Secundaria a merced de pandillas y bandas criminales

Por José Antonio Pereira Ortega
Coronel ® [email protected]

Inexplicablemente nuestras autoridades de educación erraron en descuidar a los niños y adolescentes matriculados en primaria y en secundaria, al grado tal, que por estar en luchas infecundas y en componendas entre unas no muy útiles asociaciones de padres de familia, quienes depositaron en unos desobligados profesores la confianza para hacer de sus hijos mejores personas, y fallaron porque estos se conformaron con desarrollarse en una desenfocada y confrontativa lucha gremialista, arrastrando incluso con su mal ejemplo a una niñez que se fijó en la mente la idea de la protesta en la calle como su única forma de resolver desacuerdos.

Por eso no nos debe extrañar hoy, que esas primeras lecciones de “violencia pasiva” a su vez perfeccionadas en el tiempo, resurgen con inusitada violencia en los predios de la UNAH donde hoy sus dirigentes proponen llevar su lucha “hasta las últimas consecuencias”.

Así inconscientemente, dimos paso a la incultura y excesiva tolerancia del Estado y de la sociedad (incluidos nosotros como padres de familia), creando las condiciones y espacios para que nuestras promesas juveniles fueran seducidos por tener “una vida cool”, acceso al dinero fácil, o simplemente ser sometidos vía amenazas, e integrarse así a las pandillas y organizaciones criminales que afincaron en los predios de los colegios y escuelas sus negocios ilícitos como el narcomenudeo y la extorsión, extendiendo a la par sus actividades de reclutamiento y demarcación territorial.

Hay que mencionar que el fenómeno de las pandillas en Honduras es de larga data, pero con tremendas diferencias en su propósito y concepción, mientras las pandillas de los años sesentas (Los Armandos, Los Stomper, las más reconocidas en Tegucigalpa y San Pedro Sula) no eran criminales, su razón de juntarse era por rebeldías juveniles, la monta de motocicletas, etc. Ya en los ochentas aparecieron otras como Los Mau Mau, Los Phantoms, Los Demonios, etc., constituidas en los ámbitos colegiales, pero ya vinculadas al negocio de las drogas por lo cual ya se constituían en problemas para la seguridad, y se destaca ya en el 86, la aparición de pandillas de mujeres en los colegios de secundaria como Las Panudas en el Instituto Central Vicente Cáceres.

Hoy día el problema está desbordado, todo por haber sido tolerantes e indiferentes con el mismo, obviando los avisos que desde tribunas como esta, muchos hondureños hemos venido señalando, estos grupos proliferaron al amparo del lado mercantil de la educación en los centros privados y en los centros públicos no había tiempo ni deseos de actuar, los consejeros y orientadores se esfumaron, traicionaron su profesión educadora y la confianza depositada de los padres de familia, a quienes no podemos eximir de culpa porque afanados en el trabajo y otras “ocupaciones” no hicimos la tarea con nuestros hijos.

Señalan los expertos que “hablar de las bandas y pandillas, es hablar de los agrupamientos de jóvenes entre 12 y 24 años, que desde hace varias décadas han existido prácticamente en todo el mundo, construidos inicialmente en torno a una identidad territorial, reunidos en las calles como único espacio de socialización y conformados por personas de bajos recursos económicos”. Hoy día el grupo etario se extiende a los de 5 a 10 años y han mutado en sus reclutamientos integrando por igual jóvenes de medianos y altos recursos económicos, que no obstante su posición, son presas de la indiferencia social y familiar y acusan por ello bajos recursos morales.

Hay que señalar que se han elaborado planes y puesto en marcha muchas acciones de instituciones estatales y privadas, pero creemos que han sido mal enfocados, resultando en adelantos pírricos porque no se les da seguimiento o no se consolidan. Un mal ejemplo de esto es la política de mano dura sin aliviar o reducir los problemas de pobreza y de inequidad, los esfuerzos han derivado en una guerra que como tal está llena de odio y violencia en ambos frentes, afectando a la hondureñidad en su totalidad.

Los especialistas coinciden en señalar que un curso de acción eficaz en el tratamiento al problema es organizarse y actuar de manera integral, no insistir con procesos aislados de los diferentes poderes del Estado afincados en un pacifismo demagógico irreal, deben conformarse fuerzas de tarea con participación de los órganos, organismos e instituciones estatales, sociedad civil (pero una con plena representación otorgada por el pueblo) y como parte de esta los padres de familia convencidos de que tienen la mayor responsabilidad.

Hecho esto, hay que delinear y poner en marcha un plan estratégico y operativo eficiente que entre otras cosas desarrolle:

A. Plan de medidas pasivas que incluya:

1. Proceso de información y capacitación a maestros, padres de familia y alumnos sobre el problema, para conocer qué son y cómo tratar con las maras, pandillas y organizaciones criminales.

B. Un plan de medidas activas (operacional) que incluya:

2. Recabar información y producir inteligencia.

3. Identificación y ubicación de los grupos y bandas criminales.

4. Operaciones de intervención, neutralización y captura.

5. Ocupación y consolidación de áreas en riesgo, previo mapeo de riesgos.

6. Persecución y desbandamiento de los grupos antisociales.

En los centros educativos deben mantenerse permanentemente oficinas de la Policía Comunitaria, como sucede en otros países y algunos estados de la Unión Americana (EE.UU).