FUERA DE CAUCE

PARA cualquier ciudadano medianamente informado, resulta demasiado difícil mantenerse al día con los acontecimientos nacionales, regionales y mundiales, en tanto que los mismos suelen amontonarse cada día, cada semana y cada año, en forma desmesurada y estrepitosa, produciendo grandes túmulos de información y desinformación planetarios, y una especie de temblor material y espiritual en lo más íntimo del alma de cada individuo y de cada grupo social consciente de los gravísimos problemas que se perciben en el entorno, como el de las viejas amenazas termonucleares paradójicamente “inminentes” en cada ciclo histórico contemporáneo, en una época en que se presumía que tales amenazas eran cosas del pasado, propias de los museos polvorientos, mohosos y desvencijados.

Y es que para los viejos medios de comunicación masiva, ya sean periodísticos, televisivos o radiales, han venido a sumarse la televisión internacional por cable y las llamadas redes informáticas (o “redes sociales”), en donde abunda mucho más de todo hasta dar náuseas, repitiendo lo mismo, con inconsistencias y mentiras apabullantes, en materia histórica, en economía, en finanzas, en política, en lenguaje, en ideología, en biografía y en otras hierbas múltiples, incluyendo los reiterados vaticinios del “fin del mundo”. Algo análogo al “fin de la historia” que algunos subgrupos triunfalistas decretaron en los años ochentas y noventas del siglo recién pasado. Y es que tales inconsistencias, mentiras, superficialismos e inmediatismos utilitarios con las distorsiones subsiguientes de los hechos –exagerándolos o minimizándolos– se han elevado al más alto exponente de la desinformación. Desde luego que hay redes sociales, periódicos digitales y algunas páginas de revistas respetables en “las nubes”, en que sus autores se comportan con la indispensable seriedad, con el fin primordial de auxiliar a las personas interesadas en informarse sobriamente, científicamente. Pero son como la excepción de la regla.

Resulta comprensible que en este contexto, antes y después de tales revelaciones tangibles e intangibles, se convierta en una especie de imperativo categórico kantiano, la necesidad de poseer gradualmente una sólida formación académica; pero, sobre todo, autodidáctica, a fin de lograr diferenciar aquellas balseras de detritus informáticos respecto de las verdaderas consistencias de lo que ocurre en todo el mundo, porque diariamente llegan hasta nosotros correntadas de informaciones vagas acerca de la vida política y económica de los centros metropolitanos y de lo que sucede en el interior de cada región, país y subregión. Es doloroso y lastimero observar cómo decenas de millones de personas de ambos sexos se alimentan de las tremendas superficialidades de cada día; o de lo primero que pueden releer, que dicho sea de paso son el sustrato para que hayan reaparecido y recrudecido los odios canibalescos en las acciones y en los lenguajes de las gentes, a veces con más virulencia e ignorancia que en las décadas pasadas. Con el agravante que los receptores pasivos reproducen las mismas correntadas negativas que reciben en “las redes sociales”, y que se salen de todo cauce.

Por eso, a pesar de los pesares, ya va siendo hora que los individuos aprendan a  abstraerse de los acontecimientos excesivos –o del exceso de detalles semanales–, para encontrar algunas conexiones lógicas, por leves que sean, entre los fenómenos históricos, económicos, ideológicos y políticos, que aparecen como inéditos, pero que están enmascarados en la noche tenebrosa de los hechos, en un juego dinámico entre lo concreto y lo abstracto. Es casi un asunto de vida o muerte detenerse a estudiar los acontecimientos nacionales y universales con un amplio margen de serenidad y prudencia, porque de lo contrario quedaremos sumergidos en la demencia; o dando palos de ciego por todas partes, con arrogancias indescriptibles.