En mi tierra natal

Manuel Aguilar Palma

Siempre que visito mi tierra natal, Soledad, El Paraíso, mi estadía está llena de imborrables recuerdos, que me provocan, profundas oleadas de nostalgia. Y es que no es para menos, allí viví los años más bellos de vida: la infancia, de allí son nuestros progenitores y  toda  una cadena de parientes.

Confieso que, desde hace varios años no me acercaba por aquellos lares, en vista de que me había declarado en estado de rebeldía, como consecuencia; de las últimas disposiciones tomadas por la Corporación Municipal de sustituir el histórico empedrado de nuestras calles, por el pesado concreto hidráulico.

De ello, ya tenía conocimiento, lo que no sabía es que también la inolvidable Plaza Municipal, centro de imborrables recuerdos de generaciones, también pasó al recuerdo, hoy está convertida en un parque, que a los ojos del visitante se ve muy bien, pero que a la luz de aquellos   que bregamos por aquellos hermosos  tiempos, es  un desacierto  provocador  de una  profunda melancolía.

Así, saboreando estos dos  desaciertos, visitamos calles y avenidas, riachuelos, lares de antaño, sin dejar desde luego, de pedir audiencia con aquellos  contemporáneos  con quienes compartimos  el avío helado, la rapadura de  dulce,  (panela) como postre, y jugueteamos  en la inolvidables Plaza Municipal como en la inmortal poza de “El Calvario “ y  “El Murciélago” donde concurríamos en masa, “los escueleros” a darnos el consabido “chapuzón” a lo “zopilote” como era conocido este baño, por no usar jabón.

En mi estadía me encontré con un pueblo totalmente diferente. A  ratos me parecía que no era mi amado Soledad, se ha hecho muchos trabajos en la infraestructura  que lógicamente han influido en su presentación física; como también, muchas viviendas  históricas  que pertenecían a familias fundadoras del pueblo, han sido derribadas para hacer nuevas construcciones, una de ellas es la casa, propiedad de mis abuelos maternos, luego de mis inolvidables tías, las hermanas Palma: (Bricelda y Lucila) que fueron derribadas como otras más, sin reparar en su valor histórico.

También, me encontré con curiosas sorpresas, el tráfico vehicular es intenso. De todas las aldeas convergen automotores   de todas las clases, (carros de pasajeros, carros de trabajo y de lujo”,  motocicletas” y “mototaxi”) durante todo el día y noche, particularmente en horas de la madrugada que pasan por el mero centro del pueblo, con dirección   a los centros comerciales de la Sultana del Sur, la ciudad de Choluteca o bien, a esta capital. De donde regresan ya en horas de la tarde, cargados también de abundante mercancía para su venta. Los habitantes se caracterizan por eso, por conservar la vena de comerciantes natos.

Sorpresa fue la que me encontré con el tradicional medio de trasporte, reinante   por aquellos años y yo diría desde tiempos primitivos, la bestia mular, caballar o el burrito brioso, son medios de locomoción prácticamente en extinción, sus habitantes y los comerciantes en particular, prefieren ahorrase unos centavos más, sacrificarse en muchos casos, para darse ese placer de comprar un vehículo como medio de trasporte para trabajar.

A manera observaba, mis recuerdos se retrotrajeron a aquellos años cuando los comerciantes del pueblo, particularmente los hermanos Aguilar: (Cruz del Carmen e Isaías), tenían que realizar grandes esfuerzos para hacer llegar la mercadería a la comunidad. Todo era a lomo de mula. No había otra salida.

Entre expresiones del recuerdo y de afectó, me despedí de mis queridos paisanos, no sin antes, escuchar opiniones positivas y negativas sobre la nueva imagen (cara) que presenta nuestro pueblo, pero contento de estar en mi entrañable tierra natal.

Periferia de San Miguel de Heredia, abril del año 2017