“Maras” y brujos se apoderan de los cementerios públicos

Todo parece que fuese uno de los escalofriantes “Cuentos y Leyendas de Honduras”. Pero no es así, es la pura realidad que viven miles de capitalinos que viven en zonas pobres y ante la muerte de un pariente tienen que hacer uso de los cementerios públicos.

“Juanita” fue corriendo el jueves pasado al cementerio Divino Paraíso, pues le mataron un sobrino y andaba buscando donde enterrarlo, pero su sorpresa fue que le dijeron que se apresurara, porque apenas había uno y era muy adentro del camposanto.

Sudorosa caminó unos 15 minutos, el panteonero le señaló con la mano de que por ese muro había uno, pero no la acompañó.

Cuando la mujer, de unos 30 años de edad, llegó a la zona, miró a dos hombres abriendo una sepultura sobre una tierra lajosa, que echaban chispas cada vez que la piocha chocaba con la tierra.

“Qué vos”, le grito un tipo de unos 25 años, quien con una camiseta dejaba ver los signos de la mara a la que pertenece.
“No, nada, ando buscando un pedazo para enterrar a mi sobrino”, dijo entrecortada la mujer.

Muchos mausoleos están abiertos por personas que se visten de negro y llevan una estrella de cinco picos en el pecho.

“Y a qué perro mataron”, le dijo el otro individuo, quien secándose la frente con dos dedos, le dijo, si es a ese que le “dieron para el suelo” de la Villanueva, mejor ándate, o a todos los vamos a meter en este hoyo”.

“Ni modo” dijo casi corriendo, alejándose de la zona “Juanita”, quien dijo a este rotativo que si los cementerios tienen dueño, esos son los “mareros”, pues allí se entierran a quienes ellos quieren, no a los que se les otorga el permiso la alcaldía.

Es notorio que en el cementerio Divino Paraíso hay muchos mausoleos, pero uno era de unas monjitas, pero no hay nadie enterrado, pues les da temor llegar allí. En otra, es de un actual diputado y antes regidor, pero tampoco lo visita, pues necesitaría seguridad. Y en los demás, están apartados, pero temen a ser asaltados por los “mareros”.

El cementerio Divino Paraíso, ubicado en la colonia del mismo nombre, aún cuenta con lotes, pero no para seguir operando a largo plazo.

Este espacio, que posee una extensión de 19 manzanas aproximadamente, hasta el momento lleva un registro de 39,500 tumbas.

También este es el lugar donde anteriormente el Ministerio Público realizaba entierros masivos de cadáveres, que no eran identificados o reclamados por los familiares en la morgue o los hospitales.

Por mucho tiempo aquí se realizaban fosas comunes y fue el cementerio donde no había llanto ni dolor, ni ningún sentimiento al enterrar a 20 o más cadáveres de diferentes edades en un solo sepulcro.

Sin cerco perimetral el cementerio Divino Paraíso y sus orillas están abarrotadas de basura.

HAY LOTES, PERO NO CERCA

El encargado, Noel Toledo, dijo que “aquí todavía hay lotes que no se han vendidos, están en la parte más alta del cementerio. Nosotros al año vendemos entre 100 y 150 lotes para personas adultas”.

“En este cementerio hay lotes que están comprados por los familiares para futuros entierros, estos son entre 400 y 500 lotes”, explicó Toledo.

Aquí un lote para una persona adulta cuesta 900 lempiras y para un niño 300 lempiras. Pero no crea usted que al llamarse Divino Paraíso el lugar cuenta con un fácil acceso, una buena ubicación geográfica o un muy buen cerco perimetral.

Aquí no existe los límites para entrar o salir del terreno, ya que no hay un cerco que divida el lugar, el terreno que está muy cerca de la calle en sus orillas está abarrotado de basura, bolsas, botes, cartones y muchos desechos que se pueden distinguir desde larga distancia.

Los niños y animales juegan entre las tumbas sin ningún problema, también hay evidencia como alguna vez entre los sepulcros existieron algunos lugares que fueron usados como casa o refugios para personas que vivieron entre los muertos.

También existen algunos nichos que fueron construidos con capacidad para varias personas y que nunca fueron usados, estos ocupando un espacio que podría servir para quienes llegan a preguntar o solicitando un espacio, ya que están ubicados en buen punto.

Mucho usaron el lugar para vivir entre los muertos y hoy solo quedan las fachadas de las improvisadas casas.

ALGUNOS EN EL AIRE Y OTRO EN LO MÁS ALTO

En la aldea El Durazno está el cementerio San Juan del Durazno, donde ya no hay más lotes para comprar, los único que están son los que los familiares de los difuntos adquirieron hace mucho tiempo atrás.

El lugar que geográficamente está ubicado entre las montañas y árboles, ya está lleno de tumbas, ya no tiene espacios y muchos de estos sepulcros están en el aire.

Aquí los lotes estaban valorados desde los 1,300 lempiras hasta los 400 lempiras, según el espacio que ocupara el cuerpo que sería sepultado, adulto o niño. Este campo de descanso, en el que normalmente no se dan entierros solitarios, uno que otro llega a visitar a su difunto.

Este cuenta con una extensión de aproximadamente de 18 manzanas en su quebrado territorio, en el que se han enterrado más de 200 mil cuerpos, entre adultos y niños.

Nazario Gonzales, encargado del lugar, dijo que “aquí ya todo está lleno, no hay lotes de venta, los únicos espacios que están vacíos ya tienen dueños…”

“Para hacer un agujero aquí, hay que sudar porque uno escarba en un lugar y la tierra está súper abajo. Aquí en todo punto el terreno está inclinado y es pura piedra, hay que sudar un buen rato”, manifestó el panteonero.

Hasta el predio son pocas las personas que llegan a visitar o hacer reparaciones de algunas lápidas o cosas así, y quienes van caminando con la mirada bien “puesta” en el camino, ya que un paso en falso le costaría muchas cosas.

En El Durazno normalmente ya no hay entierros y tampoco lotes disponibles para venderlos.

YA SE LLENARON

El hecho es que los cementerios públicos están totalmente colapsados, y algunos como el Sipile, son utilizados como refugio de delincuentes, según denuncias de vecinos.

Otros sirven a los pobladores de los lugares cercanos para acortar camino y lo usan como calle cruzando entre las tumbas como una vía alterna.

En el Divino Paraíso solo se pueden hacer entierros en la parte más alta del lugar, que es bastante inclinada y rocosa. En El Durazno ya no hay lotes disponibles para la venta, está totalmente lleno, sino lo compró antes menos ahora.

Pero si hay algo en lo que las autoridades deben priorizar, en estos cuatro lugares, es en sus fachadas, obras de infraestructura y cercas perimetrales, ya que están muy deterioradas y en algunos falta seguridad.

La gente que vive frente al camposanto está saliendo despavorida por lo que sucede en su interior.

CEMENTERIO ES UN PASTEL

“Mire… allí pasan los brujos destapando tumbas para sacar los huesos y con eso a saber qué cosas hacen”, dijo David, quien vive cerca del cementerio Divino Paraíso y por eso ahora prefirió poner a la venta su casa, pues queda al frente del camposanto y allí ya después de las 6:00 de la tarde es intransitable.

“Aquí miramos cosas bien feas. Cuando los mareros llevan a sus víctimas y las torturan, las amarran, le tapan la boca y las dejan en unos mausoleos por días, después los sacan y allá arriba, en la mera punta de la colonia, tienen una casa loca. Pero allí ni la Policía entra, porque cuando vienen por aquí (a la orilla del anillo periférico”), ya todos se han escapado.

“Nos habían dicho que iban a hacer un cerco perimetral, por eso compré en frente, además soy pobre”.

“Pero mire ahora, vendo a precio de “gallo muerto” mi casa, pues la otra noche, le comento que unos tipos vestidos de negro llegaron y prendieron unas candelas, recogieron tierra, abrieron un mausoleo, le llevaron la cabeza, los nudillos, el fémur y unos órganos, porque no tenía ni un mes de haberlo metido allí”.

“Allí llevan también a cipotas y las dejan violadas, ha tenido que venir la Cruz Roja a llevárselas, porque los vecinos no se atreven”.

“Una cosa sí le digo, que cuando vienen mareros, no están los hombres de negro o viceversa. Entonces nos preguntamos, o sea que ese cementerio es como un pastel que se lo reparten”.

A 25 kilómetros el nuevo cementerio
Este será el lugar donde posiblemente se ubicará el próximo cementerio público, con una capacidad superior a los 9,000 lotes.

Los espacios públicos para enterrar a un ser querido en los cementerios públicos de la capital se han terminado, es por eso que la Alcaldía Municipal del Distrito Central (AMDC), ya tiene listo el nuevo terreno que servirá de cementerio público.

La nueva área que estaría disponible para los capitalinos está a 25 kilómetros de la capital, en la carretera que conduce a Talanga.

Se presume que el terreno tiene una capacidad que supera los 9,000 lotes aproximadamente, según las autoridades de la comuna capitalina. Se presume que los lotes medirán 1 metro de ancho por 2 metros de largo.

El terreno ya ha sido adjudicado y se construirán aceras, iluminación, calles pavimentadas para facilitar el acceso al mismo y contará con una rigurosa vigilancia.

El nuevo necrópolis se le dará un buen mantenimiento para tratar de que el espacio sea utilizado y se pueda ampliar el número de entierros en el lugar.

El alcalde capitalino, Nasry Asfura, dijo que “el lugar ya está listo, que pronto se empezará a trabajar en la nueva obra, para que los capitalinos tengan un nuevo cementerio público”.

Este estará ubicado en el kilómetro 25, en la carretera que conduce al departamento de Olancho, cerca de la aldea Río Abajo.

Esta iniciativa se ha tomado porque los dos cementerios públicos que se estaban utilizando en la capital ya uno de ellos no cuenta con lotes y el otro que aún tiene espacio para futuros entierros está en un lugar de difícil acceso.

Unos años atrás en la ciudad se contaba con cuatro cementerios públicos, de los cuales dos de ellos han colapsados, el Sipile, ubicado en la colonia del mismo nombre, este fue clausurado por una falla geológica que se produjo después del huracán Mich.

El Cementerio General se clausuró porque ya no hay espacios para más tumbas, entre este y el Sipile suman más de 60 manzanas de tierra que fueron utilizadas por más de cien años, uno de ellos inaugurado en el gobierno de Marco Aurelio Soto, en el año 1983.