“El centinela del General Morazán” 2/2

Por: Dagoberto Espinoza Murra

Dijimos, en la primera parte, que el abogado Rivera Hernández -destacado profesor universitario, diplomático y magnífico escritor-, publicó un excelente trabajo basado en la información brindada por el historiador Turcios Ramírez, quien usó por algún tiempo el pseudónimo de “Justo Pérez”. Siendo ya el  abogado Rivera Hernández un autor consagrado, editó, en 1963,   su valiosa obra “Un toque de suspenso”, en cuyas páginas encontramos abundante información sobre la vida del morazanista Miguel Banegas, centinela del General Morazán.

Citamos: “Tras permanecer por unos cinco meses en el manicomio general del barrio de San Jacinto, en San Salvador, fue  traído por su familia a Cantarranas, lugar de su nacimiento, en donde vivió hasta su muerte, ocurrida en fecha reciente, después de más de cincuenta años de tenebrosa noche mental, porque habéis de saber, caro lector, que Miguel Banegas permaneció  desde 1908 sumido en esa impenetrable sombra, la locura, que Víctor Hugo ha dado en llamar, con enigmática frase, “el secreto del abismo”.

A continuación leemos: Un médico que pasó por Cantarranas convirtió su locura, de furiosa que era, en apacible. Vivió, Banegas, continúa el relato, a pocos pasos de la célebre casa en donde nació Francisco Ferrera, el sacristán -agregamos nosotros- que comenzó siendo fiel soldado de Morazán y que después se convirtió en su acérrimo enemigo.

Rivera Hernández nos brinda una magnífica descripción de la conducta del señor Banegas; los grandes escritores, creemos, también son buenos psicólogos. Veamos: “Acostumbraba -el enfermo- pasearse en un radio de dos o tres cuadras, alrededor de su cuarto, sin traspasar nunca esos límites. Era muy amigo de los niños, a quienes constantemente obsequiaba con frutas… A pesar de su locura ejecutaba la guitarra, escribía y leía con corrección, y en ciertos días parecía recuperar la lucidez mental, circunstancia que aprovechaban los que bien le querían para charlar con él. Fuera de estos cortos períodos permanecía siempre triste y silencioso, con la mirada fija en las remotas lejanías, como si tratase de encontrar en ella su razón perdida”.

Si esta información hubiera estado al alcance de los estudiantes que cursaban la clase de psiquiatría, a que hicimos  referencia, no cabe la menor duda que la discusión diagnóstica se habría enriquecido. Más de alguno de ellos hubiera escrito en la pizarra: “A pesar de su locura ejecutaba la guitarra, escribía y leía con corrección, y en ciertos días parecía recuperar la lucidez mental”. Pero otro -señalando lo opuesto- con buen criterio, argumentaría: “Fuera de esos cortos períodos permanecía siempre triste y silencioso, con la mirada fija en las remotas lejanías…”.

Permitamos que sea Rivera Hernández quien nos siga brindando -en su elegante prosa- datos adicionales del morazanista Banegas: “Una tarde, acompañado con mi amigo don Horacio Díaz, dispusimos entrevistarlo. Lo encontramos terminando de cenar, solo, en un corredorcillo interior de la casa  en que vivía. Después de cambiar con él unas pocas palabras, le contamos que alguien, un amigo suyo, había escrito algo referente a su permanencia en El Salvador, y le preguntamos si quería leerlo. Nos contestó afirmativamente, y entonces le extendimos el periódico… Lo tomó con el mayor cuidado y se puso a leer, muy despacio, como empeñándose en grabar en su memoria, probablemente extinguida, cada uno de sus renglones”.

En las siguientes líneas, Rivera Hernández nos hace una descripción médica magistral: “Mientras leía se iba dibujando en su semblante una dulce sonrisa, como de niño. Al terminar, nos devolvió el periódico en silencio. ¿Te acuerdas Michel -lo interrogamos- de esos amigos tuyos que figuran en esa crónica? “Sí -nos contestó- recuerdo que regresé con Tomás Ayestas, hermano de Claudio”. Poco después se levantó dirigiéndose a la puerta; pero lo detuvimos para pedirle nos escribiera su nombre al pie de la crónica leída. Tomó la pluma fuente, que le alargamos, y, sobre una mesa y al pie de “El centinela del General Morazán”, puso, con bellísima letra, su firma. Acto seguido nos devolvió la pluma, y girándose con increíble rapidez sobre sus talones, se alejó precipitadamente de nosotros, como si algún asunto extraordinario e inaplazable lo llamara”.

En este mes de la Patria Grande -cuna de Francisco Morazán- hemos querido compartir con los amigos lectores la crónica del escritor Turcios Ramírez, “El centinela del General Morazán” y la ampliación que, en magnífica prosa, nos legara el distinguido intelectual Alejandro Rivera Hernández. Para ellos, nuestro humilde reconocimiento y, para la memoria del señor Banegas, un respetuoso saludo, de la manera que él lo hacía frente a la estatua del más grande hombre de Centroamérica.