Una gran película: Morazán

Por Juan Ramón Martínez

Como corresponde, un gran hombre, central en la historia de C.A., merecía una gran película. De calidad histórica y bella ficción cinematográfica. Y lo ha logrado la UPN, entregándonos, una cinta preciosa, en donde, además de preservar la dignidad del más grande prócer de Centroamérica, se nos ofrece a los espectadores, las últimas 48 horas en la vida de Francisco Morazán, en una visión artística y técnicamente, bien realizada. Respaldada históricamente; sin caer en la mecánica repetición de lo conocido. Es decir, historia crítica y ficción, juntas. Al final, una narración coherente, con diálogos precisos, imágenes bellas y personajes en movimiento. Un Morazán, valiente; pero dialogal. Fraterno; pero respetuoso de sus enemigos.

La película enseña las contradicciones que precipitaron su asesinato: los planes de reconstruir, el proyecto unionista. Y la actitud de los costarricenses, distantes de las otras provincias, poco dispuestos a la lucha armada, más interesados en la solución de diferencias entre San José, –que se rebela contra el presidente provisional del Estado– Alajuela que busca ser la capital y Cartago, fiel a Morazán que quiere con su apoyo, serlo, en una tercería apoyada por el prócer. Muestra, además el carácter de los ticos, que encuentran en Antonio Pinto, inmigrante portugués, el idóneo para eliminar a Morazán, sin ensuciarse las manos. Braulio Carrillo, depuesto por Morazán; al que no solo asegura la integridad de su familia y sus bienes, sino que lo visita, al despedirse, le recomienda: “tenga cuidado, los ticos; no son de confianza”.

Morazán, además, comete errores que la película no esconde: impone un tributo a los ricos de San José para financiar operaciones contra Nicaragua; divide sus tropas, enviando a Saget a Caldera, y se queda en San José, con solo 125 hombres, con los cuales no puede sofocar la rebelión; descuida las relaciones con un sector intrigante de la Iglesia Católica; confía demasiado en su capacidad negociadora y cree en el cumplimiento de la palabra de sus enemigos.

A partir de un guión excelente, –escrito por Dagoberto Martínez e Hispano Durón– en que la puntualidad histórica, avanza a la interpretación de los hechos, dándoles en uso de la libertad fílmica, una belleza extraordinaria. Es decir, una película –de eso se trata– que, técnicamente, está a la altura de las que se hacen en cualquier parte del mundo, con una narración emotiva y con un discurso visual que no pierde dinamismo, de modo que gusta a todos, porque tiene la belleza de las obras de arte. No aburre. No es una clase de historia, para bostezantes morazanistas. Está hecha para que veamos a un Morazán vivo, libre y digno, honra de todos.

Un grupo de actores, encabezados por el colombiano Orlando Valenzuela, Tito Estrada, Hispano Durón, Mario Jaen, Melissa Merlo, Eduardo Barh, Shirley Rodríguez, Anuar Vindel, Jorge Osorto, le dan belleza a la película, en la que, se preserva la dignidad de Morazán, se mantiene fidelidad a los hechos por medio de soberbias actuaciones, bellos escenarios, sonido casi perfecto y una cámara muy afortunada, que dan al final una obra cinematográfica. Que honra al héroe, prestigia a la UPN y confirma el profesionalismo de los actores que, para probar su valía, representan, algunos de ellos, a los personajes más odiosos: Antonio Pinto, Mayorga, Espinach. En tanto que otros, representan muy bien a Cabañas, –joven, disciplinado y fiel–, Saravia que no puede soportar la vergüenza del fusilamiento, y Villaseñor, que herido, sentado enfrenta la muerte, mientras el héroe le acaricia la cabeza.

Las escenas finales, las más emotivas y de gran belleza fílmica, son la despedida de Teresa Escalante, amante de Morazán que, le dice que está embarazada; el dictado y escritura del testamento; las órdenes al pelotón de fusilamiento y el tiro de gracia, a manos de Pinto. Gran película, para llorar de rabia, en sus momentos finales, como me ocurriera, ante el mejor homenaje fílmico que, dirigido al público en general, se le haya hecho al más grande de nosotros. Volviéndolo más humano. Tornándolo más cercano; sacándolo del aula, para que coma en nuestra mesa. Y sin miedo a los historiadores que esclerotizado, lo han alejado de la juventud. Gran película. Hay que verla. Para sentir mejor a Morazán, sin “pagar peaje” a algunos historiadores. Como “morazanista”, maestro e “historiador”, la recomiendo, sin vacilaciones.