Ethel García Buchard: una revisión a las Prácticas electorales y cultura política en Honduras durante el siglo XIX (1812-1894)

Por: Yesenia Martínez García¹

La obra de la Dra. Ethel García Buchard, Prácticas electorales y cultura política en Honduras durante el siglo XIX (1812-1894) (Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 2017), consta de 190 páginas. No es casualidad que en el año 2016 haya sido merecedora del  XIV Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, que otorga la Embajada de España en Honduras. Y su publicación en estos  momentos, cuando se debate si la figura de reelección presidencial es legítima e ilegítima en Honduras. Por lo que ubica la obra en una importante coyuntura nacional.

Esta historiadora hondureña-costarricense, con madurez y trayectoria en la investigación de la historia política de Honduras del siglo XIX e inicios del siglo XX, publica una obra no solo para conocer la dinámica de la legitimación del poder político durante el siglo XIX, sino también un referente para conectar y evaluar si actualmente, después de más de un siglo se puede identificar cual es el tipo de cultura política que se ha construido en Honduras.

En la introducción titulada, La construcción de la ciudadanía y la cultura política en la sociedad hondureña del siglo XIX y el primer capítulo titulado, Ser ciudadano y elector en la sociedad hondureña del siglo XIX (1824-1894), García Buchard presenta un panorama de las experiencias de la nación moderna en un contexto latinoamericano; e igual sobre los orígenes de la ciudadanía en un proceso de larga duración, que se encuentra con los inicios de construcción del Estado, después de 1821. Con interpretaciones y aportes sobre la ciudadanía Vrs gobernabilidad, ciudadanía política y formación de las naciones, plasmada en las constituciones y representaciones políticas, partidos políticos y participación ciudadana entre otras, de autores cómo: Antonio Annino, José Conde Calderón, Hilda Sábato, Xiomara Avendaño, Hugo Vargas Gonzales, entre otros en América Latina.

De estos referentes teóricos e historiográficos, la autora logra exponer en detalle el vocabulario político propio del Siglo XIX para comprender la evolución de la cultura política en Honduras, entre la idea de soberanía nacional y ciudadanía, formas de representación y legitimación del poder, la evolución del sufragio entre el voto popular, público y secreto, quién y cómo participa el ciudadano elector y elegible. E igual se refiere a las prácticas republicanas y el pactismo como forma de buscar la continuidad en el poder. Referencias para comprender los orígenes de la reelección o continuismo presidencial.

En esta obra se hilvana la historiografía nacional y latinoamericana con las fuentes primarias. En ese marco detalla como las normativas emitidas en las constituciones van presentando la evolución del ejercicio ciudadano, tomando como base la emitida Constitución en Cádiz en 1812. Este a su vez sirvió para legitimar las autoridades en las colonias de América, luego presenta las constituciones promulgadas por la República Federal en 1824 y 1825, por el recién Estado de Honduras. Es en este momento cuando se establecen los primeros criterios para el ejercicio de la ciudanía, pasando por una revisión minuciosa de las constituciones hasta 1894.

Según García Buchard, en las primeras constituciones lo que se “trataba era normativizar una sociedad que era jerarquizada y desigual por su misma naturaleza” (25). Pasar de ser vecino como referente principal para ser ciudadano y estableciendo gradualmente los criterios del ejercicio de ciudadano. Por ejemplo se manifiesta que se debe ser casado y mayor de 18 años, “tener un oficio o modo de vida conocido, de poseer renta, como medio para demostrar que un determinado individuo era un miembro útil a la comunidad y merecía el reconocimiento de ciudadano (26).

En la Constitución de 1848, no solo se aumentó el requisito de edad a los veinte años, sino que el ejercicio se limitó a hondureños que fuesen padres de familia, que poseyeran propiedad o bien que sin ella supieran leer y escribir, obligatorio saber leer a partir de 1860 (26). Para 1865, eran ciudadanos  los que tenían oficio y propiedad que les asegurara que un modo de vivir honesto y decente, además de casado, sobresaliendo la educación como requisito para un proyecto nacional, y visualizar un cuerpo político integrado por individuos con igualdad de derechos políticos (27).

Se detalla cómo se da el sufragio indirecto a las elecciones directas y populares en todo el momento de la República Federal a través de las juntas populares o parroquiales, en la división de los diez distritos electorales para la elección de diputados y sus suplentes a la Asamblea Nacional Constituyente (29). También se presenta lo manifestado en la Constitución de 1880, donde se ratificaba el sufragio directo, para demostrar la separación del elector y ser electo, donde se ratifica el voto público, que cambió a voto secreto hasta 1894 (34).

En este apartado cita un dato importante sobre la propuesta por el diputado Francisco Antonio Márquez,  aprobada en 1836, donde el pueblo es quien elige directamente a sus diputados y suplentes y su presidente y vicepresidente.

En un segundo capítulo, titulado El nuevo orden republicano y las elecciones populares en Honduras (1812-1838), se detalla cómo se da el establecimiento de los ayuntamientos, las elecciones populares en el nuevo orden republicano en las provincias. Una vez elegido el jefe y vicejefe de Estado debía prestar juramento como valor simbólico de legitimidad y obediencia y las disposiciones creadas por el Estado de la República Federal de Centroamericana. Se crearon Juntas departamentales, quienes elegían los representantes al Congreso.

En las elecciones participaron las juntas de parroquia. Se prepararon censos para inscribir la población que cumplía con requisitos de ciudadanos para participar en las elecciones. Se discutía si los pardos y mulatos estaban en condiciones de ejercer la ciudadanía, en la legislación vigente. Igualmente las posiciones sobre la participación indígena más en la contribución de los tributos.

En el tercer capítulo, El sufragio y su significado en la vida política del período republicano (1838-1865), se hace mención a los mecanismos tradicionales de expresión política: levantamientos y los pronunciamientos. Según la autora, entre 1841 y 1883 se dieron 46 sucesiones presidenciales, donde 8 gobernantes ocuparon la primera magistratura e incluso se reeligieron por más de un período. Fue una temporalidad de inestabilidad política, donde los gobernantes dejaban los cargos para atender los asuntos urgentes relacionados con los alzamientos y otros conflictos.

Al igual expone que la falta de mayoría de votos para legitimizar el poder le daba la facultad a la Cámara Legislativa para designar un nuevo gobernante, lo cual otorgaba legalidad y legitimidad. También se manifestaban las solicitudes del continuismo, mediante la reelección en lugar de perpetuarse despóticamente, desde el gobierno de Francisco Ferrera (1840 y 1844) hasta Marco Aurelio Soto en 1880.

En este período de anarquía se destaca la adhesión de militares y ciudadanos  en apoyo a las elecciones presidenciales o militares convertidos en políticos. Según la autora, ya para 1860 la vía electoral pareciera una práctica que se iba fortaleciendo, aun cuando presentaban la proclamación de los pueblos como mecanismo de continuismo. Se incorporaron formas de representación política, sin abandonarse las prácticas tradicionales.

En un cuarto capítulo titulado, El juego de la política hondureña: entre las prácticas republicanas y el pactismo (1867-1877),  casi similar a lo que hoy en día observamos en Honduras, se afirma que aún con la soberanía y comunidad fragmentada, los levantamientos, proclamas y pronunciamientos eran las maniobras y acciones de los actores políticos para apropiarse del poder.

Se buscaban  mecanismos de legitimación del poder como el plebiscito y proclamación de los pueblos, como prácticas republicanas, que rompían el orden constitucional. También como mecanismos de continuidad y legitimación del poder. Ejemplo de ello fue lo que sucedió a finales de la década de 1860. En ese entonces José María Medina buscó una tercera elección, pese que la Constitución vigente solamente permitía la reelección presidencial por una vez.

Para esta época los militares eran convertidos en políticos. La Asamblea Constituyente emitió un decreto donde se reformuló el artículo 33 de la Constitución política que prohibía la reelección presidencial por más de una vez. Esta situación provocó inestabilidad política, que terminó en plebiscito en 1871, cuando se manifestó el desconocimiento de la administración del presidente  Medina, a través de actas municipales. Se organizaron alianzas de familiares y mercantiles, se opusieron y promovieron la candidatura de Céleo Arias como presidente provisional, y se convoca a elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente. La misma tenía el objetivo de continuar de manera constitucional. Situación que provocó un Golpe de Estado y fue depuesto por el general Ponceano Leiva, hasta 1876, cuando inició el gobierno de Marco Aurelio Soto como presidente provisional de 1876-1880, y quien mediante su propuesta pretendía cimentar los fundamentos jurídicos e institucionales de un Estado Nacional.

En el último capítulo titulado Los viejos y nuevos espacios de competencia política en los procesos electorales hondureños a finales del siglo XIX, la autora  detalla los espacios para la difusión, competencia y la opinión política. Se destacan las tertulias patrióticas (conversaciones entre políticos y académicos), espacios donde se discutían y socializaban las ideas y opiniones sobre la situación política, económica de Honduras y la región. También, se perfila la utilización y el buen uso de la imprenta y la prensa, las bibliotecas particulares como espacios de consulta y diálogo y por supuesto los clubes políticos y la publicación del periódico oficial  La Gaceta.

García Buchard resalta el papel de la prensa partidista en Tegucigalpa y Comayagua, ya para fines del siglo XIX en varios departamentos. En el registro de la prensa se muestra a quien representaban, sus directores y redactores, quienes a veces fueron los mismos candidatos políticos, que surgían para promocionar su candidato o candidatura, como competencia política y a veces coyuntural. Mucha de esta prensa era el medio para justificar la reelección.

Según García Buchard, la práctica tradicional eran los pronunciamientos, las proclamas y los manifiestos de adhesión por parte de grupos partidarios, hojas volantes. Luego se logró una mayor divulgación donde las proclamas y  manifiestos de adhesión como expresión pública y el voto anticipado con mayor difusión y de opinión pública eran los mecanismos de continuismo. Este último para justificar la reelección, donde se recogía y se publicaban las firmas de los ciudadanos que buscaban la reelección del presidente de turno, mostrando personales influentes en las comunidades y sus clientelismos partidarios, muchas veces mostrando presiones e intimidaciones a los electores.

Lo que sí se logró, según la autora, fueron los nuevos espacios y formas de competencia política, pasó de la participación de facciones a la creación de partidos políticos después de la muerte de Céleo Arias en 1890. En esa coyuntura se estableció el Partido Liberal y el Partido Progresista.

Este capítulo, es muy permitente para analizar lo que antecede a las intenciones del año 2009, con la propuesta de convocatoria a la Cuarta Urna, y la reciente “aprobación” de reelección y continuidad del gobierno de Juan Orlando Hernández. Ello explica que el deseo del continuismo en Honduras no inicio con Tiburcio Carías Andino en 1936. En una práctica que se convierte en cultura política desde mediados del siglo XIX, fuese o no constitucional. Solo basta recoger firmas, reunir convencionales, presentarlo a la Asamblea Legislativa y de revisar si se integra en una nueva Constitución para legitimizar el poder político.

Si bien la obra de García Buchard es un análisis de la participación de la élite  y su dinámica política en la legitimización del poder, entre esa transición del Estado Colonial a la construcción del Estado Nacional, faltó presentar el papel de los actores subalternos en esa dinámica de construcción de ciudadanía y cultura política. Por otro, a pesar de mostrar un panorama sobre la historia electoral de Honduras del Siglo XIX, no se muestra detalles como se realizan los fraudes electorales. Quizá falta de ocultar las fuentes o es otra investigación ya preparada de la autora.

Con todo ello, se puede confirmar que esta obra es pionera en el estudio de la historia electoral en Honduras y cultura política decimonónica. Es de lectura obligada para los analistas políticos, los asesores de campañas electorales y por supuesto para los mismos políticos de turno. Por ahora, solo queda un buen sabor de boca de una parte de la historia de la cultura política en Honduras. El compromiso está para todos aquellos investigadores de las ciencias sociales que le den una oportunidad a la historiografía nacional en escudriñar otra obra similar para el siglo XX y hasta la posible “reelección de noviembre del 2017”.

En conclusión, los aportes a la historia política de Honduras que se identifican en la obra de la Dra. García Buchard no solo está en la forma como escribe y presenta la evolución de prácticas electorales del siglo XIX en Honduras. Sino también que deja la inquietud sobre si actualmente continúan los ensayos del siglo XX, o lo que pasa a inicios del siglo XXI es solo parte de la histórica inmadurez política de las élites y la subalternidad.

¹    Historiadora, docente e investigadora del Departamento de Historia, UNAH.