Scorts masculinos cuentan sus experiencias, incluyendo sus malos momentos

Como toda ocupación, la prostitución masculina tiene sus gajes. Ahondamos en sus momentos más embarazosos, contados directamente por ellos

Coches de lujo, ropa cara y un estilo de vida elevado. Películas como ‘American Gigoló’ tienen la culpa de haber creado ese mito de glamour asociado a la prostitución masculina. Sea cual sea el sexo del individuo, la transacción esencial no cambia: un sujeto se acuesta con otro a cambio de una compensación económica y los motivos para aceptar tal tarea no dejan de ser tampoco los consabidos.

Todos intuimos que la ocupación de escort tiene más sombras que luces, pero indagar en la realidad de un empleo que se mueve en un terreno muy opaco no es una fácil labor. Por fortuna, ahí están para los más curiosos los populares foros de discusión de internet, con ‘Reddit’ y ‘Quora’ a la cabeza, donde diferentes sujetos confiesan abiertamente sus experiencias más secretas protegidos por el anonimato que les otorga la máscara del sobrenombre.

Me dijo que tenía cáncer y quería divertirse ya que su novio no hacía otra cosa que trabajar para pagarle el tratamiento

Recurriendo pues, a las confidencias más interesantes que hemos hallado en tales páginas, así como a algunas declaraciones publicadas en prensa, estas son las situaciones más embarazosas de las que pocos se atreven a hablar en el turbio negocio de los escorts masculinos.

Las particularidades de las clientas

Una de las preguntas que ronda con frecuencia por la cabeza de muchos es cómo consigue un hombre rendir o mantener una erección si la demandante de los servicios no le resulta especialmente atractiva. El redditor ‘BlackLabelBaloo’ desvela su particular solución: “ Tengo que recocer que la mayoría de mis clientas no son particularmente apuestas. En ese momento me resulta fácil fantasear con otras mujeres o con otras experiencias, ya sea cerrando los ojos o dirigiéndolos a un punto en el vacío imaginándome a una compañera más interesante. Lo que me funciona es pensar en algunos de mis mejores encuentros, así como en mis orgasmos más intensos”.

El usario ‘ryanjames01’ desvela el perfil medio de las clientas: «Las hay de todas las edades, de 20 hasta 70 años. De todas las formas y tamaños. Si curras como trabajador sexual y discriminas en base al aspecto no vas a tener mucho éxito». ‘BlackLabelBaloo’ reconoce incluso que si solo tuviera clientas no podría mantenerse económicamente: “Me considero ‘hetero’, pero practico felaciones a hombres. No es precisamente lo que más me gusta, pero por extraño que parezca me siento más cómodo dando yo sexo oral a un hombre y no al revés”.

Cada vez que un marido me pilla, le digo que este no es mi problema. Lo tiene que solucionar entre su chica y él

Bellas o no agraciadas, por el íntimo contacto con la cliente a veces puede emerger la historia personal que explica por qué acude a estos servicios. El usuario ‘JakeWolfe87’ dice que trabajó durante un tiempo en el sector a través de las páginas de anuncios por palabras. Como ‘BlackLabelBaloo’ admite que casi todas las mujeres que reclamaban sus servicios no le resultan particularmente atractivas, sin embargo, “tuve una vez a una chica. ¡Dios mío! Teníamos la misma edad. Tenía todo el cuerpo tatuado y piercings en los pezones y en los genitales. Quedamos en un motel próximo a donde ella vivía. Tras acabar, encendí un cigarrillo. Ella salió corriendo hacia el baño y se puso a vomitar. Media hora después apareció por la puerta pidiéndome perdón mientras comenzó a a sacar de su bolso muchos botes con pastillas. Ante mi sorpresa, me empezó a explicar que tenía cáncer y que estaba buscando un poco de diversión ya que su novio no hacía otra cosa que trabajar para pagar las facturas de su tratamiento, y se encontraba siempre demasiado cansado como para dedicarle un poco de tiempo. Esta situación me hizo sentirme particularmente triste”.

Por otro lado está la fina línea que existe entre las necesidades afectivas de las damas que demandan estos servicios y el trabajo en sí del trabajador sexual: “Existe un mito urbano que dice que los traficantes y los escorts necesitan dos teléfonos móviles distintos, puedo asegurar que es más cierto de lo que se cree”. Cuenta uno de estos profesionales a ‘The Guardian’.

 

A veces, sin embargo, son los propios escorts los causantes de las desagradables situaciones. Revela ‘BlackLabelBaloo’: “Una vez sí hice algo de lo que me avergüenzo. Una mujer me estaba practicando una felación y sus dientes raspaban mi miembro sin querer. Por alguna razón tensado un poco mi pene aquello se hacía más llevadero. De tanta tensión no pude evitar que se me escapara una ventosidad. Fue bastante violento”.

Inesperadas sorpresas

Madison James es un gigoló de 37 años que se vende al diario ‘The Sun’ como todo un experto a la hora de complacer a las mujeres. Lo certifican también los comentarios que ellas dejan en la sección de testimonios de su propia página web. Las situaciones que ha tenido que vivir no han sido, sin embargo, poco embarazosas.

¿La más corriente? Tenerse que enfrentar al marido o pareja oficial de la clienta en cuestión. “Me han pillado en varias ocasiones”, confiesa. “Mi respuesta suele ser: ‘Bueno, escucha, este no es mi problema. Lo tenéis que solucionar entre tu chica y tú’. Si quieren desahogarse, yo les dejo que expresen todo aquello que les apetezca. Aún así es mi negocio y no puedo permitir que la situación se vuelva aún peor para mi cliente. Es un caso en el que hay que apechugar de la mejor manera posible”.

Con todo, son a veces los propios esposos los que contratan los servicios para ellas, solicitando, sin embargo, los más extraños requerimientos. El redditor ‘KingOfCon’ que afirma que trabajó como gigoló solo para mujeres en Shanghai, cuenta su historia más asombrosa: “Fui contratado para tener relaciones con una mujer de unos treinta años delante de su esposo que era mucho más mayor. Ella le gritaba qué sé yo qué en chino mientras practicabamos sexo, mientras él permanecía sentado en una silla en una esquina del cuarto, vestido solo con la ropa interior, una camisa y su chaqueta de traje. Él parecía siempre muy cabreado cada vez que ella le decía algo. Cuando le miraba tenía que refrenarme para no echarme a reír. Pero al mismo tiempo la situación se volvía cada vez más incómoda y me empecé a poner paranoico pensando que podría ir en cualquier momento a por un cuchillo”.