El diplomático más ovacionado

Por: Segisfredo Infante

Casi siempre es interesante asistir a los eventos principales de los embajadores de otros países representados en Honduras, porque uno se encuentra con amigos, colegas y conocidos que sólo ahí se pueden encontrar. Y aun cuando sea casi imposible saludarlos a todos, o conversar con la mayoría, siempre son gratificantes estos contactos amistosos, sean nacionales o internacionales, cuando menos una vez al año. En el curso de las últimas décadas me han invitado algunos embajadores y agregados culturales de diversas partes del planeta, especialmente de la Embajada del Estado de Israel; la Embajada de Japón; la Embajada de España; y la Embajada de México. Antes me invitaban en forma continua las embajadas de Estados Unidos; de Taiwán; de Alemania; e inclusive la de Francia. Otros embajadores, como uno del Perú, me han invitado a saborear almuerzos particulares para conversar, en forma individual y directa, sobre gastronomías y otros temas. También lo hizo un ex-embajador colombiano. Debo reconocer, además, que un importante embajador alemán me invitó, regaladamente, a viajar por tierras germánicas, quizás por mis reflexiones filosóficas e históricas. Pero, en aquel entonces, me sentía como indispuesto, y determiné transferirle mis boletos aéreos al filósofo de la educación don Oscar Soriano, uno de mis pocos amigos verdaderos de la época de adolescencia.

Así que puedo hablar con alguna propiedad relativa sobre la presencia de algunos representantes diplomáticos de los países del “trasmundo”, como le gustaba decir a Ortega y Gasset. En el caso de don Miguel Albero, embajador español en Tegucigalpa, la cosa es más especial, por varios motivos y razones. La primera de todas es su condición de poeta, prosista y narrador reconocido, que hemos comentado en varios textos. La segunda, pero quizás la más importante, es porque el hombre se ha identificado plenamente con Honduras, al viajar, con la Cooperación Española, por diversos rincones del país, con miras al auxilio en las cosas básicas, y en algunas estratégicas, que ha necesitado el pueblo humilde, el gobierno y el Estado de Honduras. Por esta causa le dediqué un artículo en LA TRIBUNA del jueves 8 de junio del año 2017, en la página cinco. De hecho le había dedicado, previamente, otros artículos en estos mismos espacios de opinión. Albero me expresó en aquel momento que deseaba que sus nietos leyeran el artículo citado.

Posteriormente, mejor dicho hace unas pocas semanas, la Academia Hondureña de la Lengua le ofreció un almuerzo en la casa de Juan Ramón Martínez. El embajador Miguel Albero nos obsequió a todos un ejemplar de su libro de poemas: “De estas estampas mis Honduras”, que son una muestra fehaciente de su identificación con los paisajes y paisanajes catrachos. En medio de las múltiples conversaciones se refirió en buenos términos al ministro Jorge Ramón Hernández Alcerro, como uno de los funcionarios con visión de Estado; opinión que compartimos la mayoría de nosotros. En fechas anteriores Rolando Kattan y el autor de estos renglones, le habíamos invitado a cenar para una despedida gradual, alegre y triste, por el viaje del amigo, quien retornará a Madrid para encargarse de la Dirección Cultural de la Biblioteca Nacional de España.

Sin embargo, la mayor manifestación de simpatía y respeto, la recibió don Miguel Albero en la “Fiesta Nacional de España”, realizada el jueves 12 de octubre del año que transcurre. Después de su discurso de agradecimiento y despedida, la multitud de asistentes le aplaudió durante varios minutos sin despegar. Y le hubiera seguido aplaudiendo de no ser por la necesidad de continuar con el evento. Ya que todos le aplaudimos de corazón. Caso inusual en estas latitudes. Al final algunos de nosotros le expresamos que era el embajador extranjero más ovacionado en Honduras, y quizás en el resto de América Latina. No lo sabemos. Pero en todo caso es saludable imaginarlo.

Quiero ofrecerle al embajador Miguel Albero, a su señora esposa y a sus hijos, un humilde abrazo de fraternal despedida. Lo ideal sería dedicarle unos versos melancólicos, sinceros y profundos, de Li Tai Po, y otros versos de Tu Fu, dos poetas chinos de la dinastía “Tang”, a quienes disfrutamos en silencio desde que éramos preadolescentes, y que ahora curiosamente les han modificado sus respectivos nombres. Querido poeta y embajador, te deseo el mejor de los éxitos en tus nuevas funciones. Y anhelo que algún día remoto retornes a Honduras, porque quizás se convirtió en tu segundo país espiritual. O porque tal vez logremos, en alguna remota oportunidad, estrechar tus manos en Madrid. ¡!Salud!!