Saúl Toro: La muerte de un hombre de teatro

Nos ha sorprendió dolorosamente, la muerte inesperada para nosotros porque no teníamos noticias de enfermedad le aquejara, de Saúl Toro, profesor de español, director teatral, hombre de cine y en sus años de retiro, pintor de emocionantes imágenes. Las últimas veces que lo vimos, lo imaginamos, desde los ojos del afecto, saludable y feliz, con la vida, con sus amigos y con la sociedad.  Originario del occidente del país, de baja estatura, sonrisa a flor de piel, seguro de sí mismo y sin afán de protagonismo, más allá del que emanaba de sus propios méritos, valorados por quienes le conocíamos, llevó una vida dedicada a la cultura, en la que sobresalieron los esfuerzos destinados a la enseñanza del español y a la preparación de artistas para el teatro y el cine.

Nosotros tuvimos la oportunidad de conocerlo en la Escuela Superior del Profesorado en la década de los sesenta del siglo pasado. La simpatía que irradiaba, fruto de la cercanía que es natural a los occidentales del país, lo hacía convertirse en un amigo inolvidable. Aunque no manejamos una continuidad en nuestras relaciones, siempre que nos veíamos, continuábamos la interrumpida conversación que, muchos años atrás, habíamos dejado inconclusa. La última vez que le vimos, fue precisamente en el Paraninfo Ramón Oquelí, de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, donde conversamos brevemente. Después de las bromas mutuas, que expresaban el gusto de vernos, me contó que vivía en Valle de Ángeles y que en su retiro, buscando otras formas de expresar su visión de la realidad, estaba dedicado a la pintura. Le recordé a Churchil que, también pintaba . Y sonrió con enorme gusto, tras un poblado bigote que no enturbiaba la belleza de su simpatía de actor teatral. Y mucho más cuando le conté que en algún momento, había pensado pintar; pero no para mostrar mis “obras”, sino que para tener algo con que controlar mis ansiedades. Después, me dijo, “no es una mala idea”. A mí me relaja mucho pintar. Síguelo pensando. Y nos dimos la mano, por última vez. Pero ninguno de los dos lo sabía.

Ahora frente a la noticia de su muerte, no nos queda más que sus recuerdos, las obras de teatro en las que le vi actuando y la profunda simpatía que nos dispensaba a todos los que nos cruzábamos en su camino, de forma natural, sin esperar nada a cambio. Porque era un hombre bueno, sencillo y agradable. Que estoy seguro que nunca imaginó que escribiéramos en su honor, estas notas con las cuales queremos hacer llegar nuestras condolencias a sus familiares, a sus numerosos exalumnos y por supuesto, a sus compañeros, amigos y múltiples admiradores.