El síndrome de Hubris

Por: Dagoberto Espinoza Murra

El distinguido psiquiatra, doctor Américo Reyes Ticas, me invitó a su programa de Canal 10 para que abordáramos conjuntamente un tema psiquiátrico: El “síndrome de Hubris”, también llamado síndrome de la arrogancia o de la desmesura.

Después de la amplia introducción, en la que el conductor hizo referencia al trabajo de David Owen y Jonathan Davison, publicado en la revista científica Brain (cerebro), me cedió la palabra, no sin antes advertir el colega amigo, del peligro que conlleva este síndrome, pues está íntimamente ligado al ejercicio del poder en un Estado, trátese de una república o de una monarquía.

En mi intervención inicial me permití definir el concepto de síndrome, tal como lo aprendimos en la clase de Semiología que cursamos en el cuarto año de la carrera de Medicina, y que decía más o menos así: “Conjunto de signos y síntomas que encontramos en un enfermo y que, auxiliados por la historia clínica, nos orientan a establecer un diagnóstico”. Ya con esta aclaración, continuamos expresando que en el síndrome de Hubris podemos encontrar -en la persona que lo padece-  algunas de las siguientes características: 1 Ve el mundo como un lugar para autoglorificarse a través del uso del poder. 2. Muestra una  preocupación desproporcionada por su imagen y presentación. 3. Exhibe una idea mesiánica. 4. Muestra excesiva confianza en sí mismo. 5. Manifiesta desprecio por los demás. 6. Pierde contacto con la realidad. 7. Recurre a la imprudencia y a las acciones impulsivas. 8. Recurre a maniobras “turbias” en su accionar político. 9. Los líderes que lo padecen son resistentes a la idea de que pueden estar enfermos, ya que esto sería un signo de debilidad. 10. Son propensos a utilizar algún tipo de drogas para mejorar su rendimiento.

El moderador del programa -que con gran acierto condujo el postgrado de Psiquiatría de la UNAH- se explayó en la sintomatología del síndrome en referencia, remontándose, por momentos, a la mitología griega, en la que la diosa Némesis se encargaba -como justiciera vengadora- de volver a su lugar a aquellos que osaban desafiar la altura de los dioses.

Siguiendo el hilo de la mitología, dijimos que “Hybrys”, de donde deriva Hubris, es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura” y que alude al orgullo, a la arrogancia, a la exagerada confianza en sí mismo, especialmente cuando se ostenta el poder. Mesura –expresamos- indica moderación, sobriedad; en otras palabras, la medida en todas las cosas. La desmesura, por el contrario, la encontramos en lo excesivo, en lo inmoderado y en lo desmedido; quienes la exhiben, pueden lindar en la insolencia y el irrespeto. En la arrogancia, de la que siempre dan muestras quienes padecen el síndrome tantas veces mencionado, encontramos orgullo, soberbia, altivez, jactancia, altanería y engreimiento.

Como en el estudio a que hizo mención el doctor Américo Reyes, sus autores (Owen y Davison), lo aplican a presidentes de los Estados Unidos y primeros ministros del Reino Unido, quisimos hacer referencia a dos gobernantes hondureños: Terencio Sierra (liberal), que gobernó al filo de dos siglos (de 1898 a 1902), dio muestras de autoritarismo irreflexivo; prueba de ello es el trato grosero que dio al eximio poeta Juan Ramón Molina por críticas que este le hiciera a su gobierno. El otro caso es el de don Julio Lozano Díaz (nacionalista), presidente de facto que asumió todos los poderes del Estado al romperse el orden constitucional en 1954. En lugar de restablecer el estado de derecho -como aconsejaba la sensatez cívica- se propuso seguir gobernando, siquiera por un quinquenio. Ni las críticas ni los consejos fueron atendidos por el pequeño dictador. Un golpe de Estado militar -uno de los pocos remedios para quienes presentan el síndrome de Hubris- puso fin a su mandato.

Como el síndrome que hemos comentado es un trastorno de la personalidad, dijimos que otros gobernantes: Juan Manuel Gálvez (nacionalista) y Ramón Villeda Morales (liberal) no dieron muestras de este padecimiento. Aunque diferentes en su concepción del manejo de la cosa pública y sus relaciones interpersonales, ambos han pasado a la historia como los mejores presidentes del siglo pasado. Gálvez, flemático, parco en el hablar, no aceptó la reelección. Villeda Morales, gran orador, ya había convocado a elecciones para que el pueblo hondureño escogiera a su sustituto, pero fuerzas antidemocráticas interrumpieron aquel proceso esperanzador. Los dos podrían ser ejemplo para sus seguidores políticos, pero desafortunadamente, la historia actual no parece  seguir los pasos de la lógica y el buen juicio.