“QUE ACABE PRONTO”

FALTAN apenas dos semanas y días para la celebración de la Nochebuena. De continuar esta agitada atmósfera va a acabar aguando las fiestas navideñas. Menos sería el precio de lo perdido si los daños solo fueran materiales. Pero se lesionan valores más altos. Es el ánimo de las personas lo que se lastima, su derecho a la paz, a la convivencia armónica y familiar durante esta época especial. El tiempo que siempre ha servido para reanimar los espíritus, para olvidar los rencores y restablecer la concordia en la familia hondureña. Triste que toda esta conmoción electoral se haya dado ahora. Cuando la sociedad se prepara para confraternizar, obsequiar y halagar, no para estar en pleitos. Es una lástima que el país no cuente con la credibilidad institucional suficiente para lidiar con los reclamos, las protestas, los desacuerdos, las emociones encendidas que ocasionan resultados electorales tan apretados.

Si este alboroto no se sofoca y se soluciona pronto va a amargar la única parte del año donde los hondureños disfrutan de unos días de unión y calma.

Los establecimientos comerciales ya sufrieron el duro embate del pillaje mientras los empresarios –aquellos que no se dejan amedrentar tan fácilmente– hacen denodado esfuerzo por volver a abastecerlos. El gobierno debe romper toda esa maraña de trabas burocráticas que impide desaduanar los artículos que permanecen almacenados en la ENP. Revisar si no sería conveniente –logrando que el liderazgo político haga un llamado al orden– levantar esas medidas del toque de queda que están ahogando la actividad comercial, económica y turística en muchas ciudades. La administración pública debe responder a la urgencia que plantean los empresarios que necesitan sacar los artículos que importaron del exterior, tanto como materias primas, insumos o para la venta. Este no es momento para retener innecesariamente mercadería que ocupan las tiendas y los almacenes. Requieren surtir la inmensa demanda que se acentúa en estas semanas previas a la Navidad. La inmensa mayoría de ellos –salvo uno que otro timorato que barajusta a la primera detonación de un cohetillo– absorbiendo la pérdida, se ha esmerado en abrir nuevamente su negocio y ponerlo al servicio de su clientela. Ninguno de los que aman su país se ha dejado abatir presa del miedo. Que los políticos arreglen como mejor les plazca sus enredos sin que ello arruine la tradicional celebración del nacimiento del Redentor.

Pueblo son los vendedores de los mercados, los supermercados, las tiendas, las pulperías, las abarroterías, los almacenes, los negocios grandes, medianos y pequeños, los centros comerciales, los restaurantes, los que ofrecen golosinas en las calles o despachan desde sus hogares, las cafeterías, las reposterías, los vendedores ambulantes y del sistema informal. Pueblo son las amas de casa que ocupan surtir la alacena y comprar sus regalos. Pueblo son los padres de familia y los niños que no quieren que les arruinen su esperanza de dar y de recibir regalos. Pueblo es toda esa gente esforzada y trabajadora con su modesto negocio que lucha todos los días por llevar ingresos al hogar. Los que esperan en estas semanas festivas recibir rédito de su emprendimiento o bien recuperar las pérdidas que sufrieron durante el año. Pueblo son los buseros, los taxistas y los usuarios del transporte que sufren por esta anormalidad. El pueblo es un montón de gente que quiere que esto acabe pronto. Así que es menester, para que el pueblo esté a gusto, desenredar rápido la maraña política.