Por Juan Ramón Martínez
El mal resultado electoral –el peor dicen las cifras, desde 1956– logrado por el Partido Liberal en las elecciones del 26, rebaja a Luis Zelaya a la condición de peor candidato que jamás haya tenido ese partido. Fue incapaz de unirlo como correspondía. Le negó espacios a Gabriela Núñez, a quien derrotó en las internas, con lo que impidió que los votos de ella, se unieran a los suyos. Y no le dio atención al hecho que el Partido Liberal es, más que un candidato triunfalista que había sido convencido por su asesor costarricense que ganaría solo las elecciones, una voluntad colectiva orientada al poder. Por ello, desconoció el liderazgo liberal tradicional, creyendo que todo empezaba con él. Y para rematar los errores, “se rodeó de perdedores” en palabras de Jorge Yllescas, un dirigente que, ha conocido muy bien los ires y venires del liberalismo. Por ello es que cuando le quisieron ayudar en la campaña, se negó a aceptar la cooperación que le brindaban. Solo, como era natural, fue incapaz de avanzar, y abrirse paso en la polarización creada por el dúo Nasralla-Zelaya, contra JOH. Por eso Zelaya, nunca fue, en la campaña un candidato opositor. Tímido, de voz suave, sin personalidad y sin ideas de lo que querían oír los liberales, no pudo mostrar energía y fuerza para atraerlos, ignorando que, desde hace bastantes años, vagan incómodos en el desierto, sin esperanza de atisbar siquiera la tierra prometida. Ciego a las cosas del pasado y sin comprensión de la situación actual, terminó mostrando sus debilidades al pedir perdón por el desempeño del Partido Liberal en los acontecimientos de junio del 2009, pasando por encima del hecho que, el liberalismo, fue víctima de la traición de Manuel Zelaya que entonces, le hirió el costado donde ha continuado manando sangre y perdiendo fuerza, lo que ha postrado al liberalismo, que vaga desorientado y sin dirección alguna.
Pero sí fue mal candidato, ha sido mucho peor como dirigente vencido. En vez de ver hacia los suyos, para justificarse con ellos, consolándoles por haberles fallado, se saltó las trancas y corrió a declarar –sin autoridad y menos necesidad de hacerlo– como ganador a Salvador Nasralla. Con lo que se situó al lado de quien, había empezado a destruir al Partido Liberal, buscando que, ahora dentro de la crisis, le diera el golpe final para hacerlo desaparecer. Estamos seguros que Zelaya no es consciente de sus debilidades y tampoco tiene el juicio político básico para valorar los efectos negativos de sus imprudencias verbales; o de su errático comportamiento. Mucho menos, entender el impacto que tiene para la democracia que, el líder liberal, rinda sus banderas ante un enemigo que se mueve en el campo político bajo del autoritarismo primario y las exageraciones del histrionismo televisivo.
Luis Zelaya, sin formación política y en consecuencia sin conocimientos estratégicos, no se ha dado cuenta todavía que el proceso de aniquilamiento del Partido Liberal, sigue su curso. Y que él, sin saberlo, está contribuyendo para que el segundo polo de la controversia política, en vez del Partido Liberal, sea Libre. El que bajo todas las máscaras se posiciona como la fuerza antagónica del Partido Nacional.
Creímos que, aun desde la debilidad en donde lo llevó su incapacidad como conductor político, descubriría que podía jugar a una tercería esperanzadora, estableciendo distancias entre el Partido Nacional y Libre. Para así, llamar la atención del electorado que ha sido empujado hacia los extremos, ofreciéndole en cambio, una opción de centro, democrática, respetuosa de la ley, que rechaza la violencia y que, defiende las prácticas civilizadas, como única alternativa para resolver las diferencias. Pero no hizo nada de esto. En un machismo que no le viene bien a su comportamiento sutil y delicado, apoyó –sin que nadie se lo pidiera, en un oportunismo trasnochado– a las fuerzas que junto a las del Partido Nacional, atizan la confrontación y animan el relajo para resolver las diferencias. Otra cosa le esperaría al Partido Liberal, si se hubiera erigido en la conciencia responsable que, reclamase gallardamente, limpieza electoral, respeto a las instituciones y rechazo a la violencia.
Prefirió ponerse de rodillas, buscando acomodo bajo el sobaco de Nasralla, convirtiéndose en un “cadáver” político que Libre, echará a la basura, por mal oliente y desagradable.