Por: Segisfredo Infante
Amén de mi visión aristotélico-hegeliana impasible de la “Historia”, soy humano de carne, hueso y espíritu, razón por la cual he sentido profunda tristeza por la destrucción de los negocios, y micronegocios, de los pequeños comerciantes de San Pedro Sula y de Tegucigalpa, que ni siquiera tenían un seguro que cubriera los incendios y otros tipos de tragedias que se escenificaron el jueves 30 de noviembre por la noche. Y durante los días restantes. Pero un suceso, dentro de todos, que me ha sumido en profunda meditación, es el del incendio y destrucción del “Museo del Hombre Hondureño”, localizado en la vieja casa de Ramón Rosa, sobre la avenida Cervantes del centro histórico de Tegucigalpa.
En el Museo mencionado se destruyó, según se ha informado en los periódicos, una exquisita biblioteca de alrededor de seis mil volúmenes especializados en arte. Los incendios de bibliotecas recuerdan una anécdota relacionada con unos papiros que se quemaron accidentalmente en el muelle de un puerto egipcio, en la época de Cayo Julio César, que estaban destinados para el “Museo de Alejandría”. Libros que Marco Antonio (el nuevo novio de Cleopatra) repuso aniquilando la “Biblioteca de Pérgamo”. De hecho la Biblioteca de Alejandría, que era la luz más esplendente del Mediterráneo, con manuscritos griegos, judíos, persas, sirios y latinos, fue finalmente destruida del todo en el siglo siete de la era cristiana, por motivos irracionales que por ahora deseo omitir.
También permite recordar, esta reciente fogata del Museo del Hombre Hondureño, las acciones del emperador chino Qin Shi Huang-Di, quien más de dos siglos antes de Jesucristo, ordenó quemar todos aquellos libros que fueran ajenos a su ideología y a su administración política. Se cuenta que incluso ordenó que se enterraran vivos a los escritores e intelectuales de las otras provincias chinas sometidas a sangre y fuego, que eran contrarias al primer imperio. Esta última suposición histórica no ha logrado demostrarse en forma científica. Más bien pareciera una horrible leyenda. Como tampoco se ha demostrado en forma contundente que Shi Huang-Di haya comenzado la construcción de la Gran Muralla China. Sin embargo, el proyecto monumental milenario se le adjudica a su administración. En todo caso Shi Huang-Di puede ser considerado como el más grande destructor de libros de todos los tiempos, emulado en el siglo veinte por Adolf Hitler y las juventudes hitlerianas, y otras juventudes totalitarias intolerantes diseminadas en otras partes del mundo moderno y contemporáneo.
Al momento de redactar este artículo se desconocen las causas reales del incendio de la antigua Imprenta Calderón y del Museo del Hombre Hondureño. El problema es que el siniestro coincide con los incendios ocurridos durante la misma noche en distintas partes de Tegucigalpa, Choloma y San Pedro Sula. Milagrosamente se salvó la estatua de San Miguel Arcángel y varias pinturas que estaban colocadas en otro lado por aquello de la remodelación. Se salvó, por ejemplo, una espléndida pintura mural, relacionada con la historia de Honduras, del excelente pintor hondureño Miguel Ángel Ruiz Matutte, en donde el artista logró conjugar en una sola estampa los rostros de José Cecilio del Valle y Francisco Morazán. Empero, como habíamos dicho en el segundo párrafo, la exquisita biblioteca de arte desapareció trágicamente, entre los escombros y cenizas, para siempre jamás, como si se tratara de la biblioteca cristiana y multilátera de la abadía anónima de la hermosa novela “El Nombre de la Rosa” de Umberto Eco. Recordemos que algunos libros son harto difíciles de conseguir en un país en donde escasean las bibliotecas públicas y privadas. Ya que poquísimos catrachos leen libros de autores sobrios, imparciales y profundos. Pues aquí lo que se lee en abundancia, y a diario, son los mensajitos de los celulares, cuyos contenidos yuxtaponen la información y la desinformación.
Hacemos acto de solidaridad con la directiva encargada de dirigir y administrar el Museo del Hombre Hondureño, con la ciudadanía tegucigalpense, y especialmente con el joven poeta y gestor cultural don Rolando Kattan. Esperamos que el llamado a contribuir numismáticamente para rescatar de las ruinas todo lo que sea rescatable, se haga una realidad en el tiempo necesario. Por nuestra parte hemos recibido mensajes de solidaridad del ex–embajador mexicano don Víctor Hugo Morales, desde México, y del ciudadano honduro-costarricense Leopoldo Aguilar, desde San José de Costa Rica. Esperamos que este centro de pensamiento, como dijo el embajador Morales, resurja de las cenizas.