Al son de las guitarras

Por: Dagoberto Espinoza Murra

Desde la niñez me ha agradado escuchar instrumentos musicales, especialmente el violín y la guitarra. En el último año de primaria -durante la fiesta patronal- entraba al salón del cabildo del pueblo a escuchar la marimba, mientras los aldeanos -estrenando pantalones de dril o azulón y camisas de manta- bailaban con sus señoras o con sus novias, que lucían brillantes vestidos de claro de luna.

Mi padre, maestro de escuela, ejecutaba muy bien el violín; con menos frecuencia tocaba el clarinete y solo ocasionalmente, cuando llegaba algún amigo a la casa y se tomaban unos  “traguitos” de Yuscarán, rasgaba las cuerdas de la guitarra. También escuchábamos, en el pueblo, música en victrolas, instrumento al que había que darle cuerda manualmente; pero cuando los discos estaban “rayados”, la aguja daba pequeños saltos y se perdía la continuidad de la melodía.

Con esos antecedentes musicales llegamos a la capital a estudiar magisterio. Un día, el profesor de música dijo que se había recibido una donación de instrumentos musicales y que cada alumno podía escoger el que más le gustara con el fin de formar la orquesta normalista. Cuando llegó mi turno, el profesor preguntó por mi preferencia y, como movido por un resorte, le contesté: ¡El violín! Me quedó viendo con alguna sorpresa y luego me pidió entonar las notas de la escala musical. Mi voz desafinada aumentó su sorpresa inicial y, con un gesto de desaprobación que todavía recuerdo, me dijo: “Busque otro instrumento, porque para el violín no tiene oído”. A estas alturas considero que aquella advertencia fue improcedente, pues quedé con la idea que tenía algún grado de sordera musical.

Cuando me jubilé -de eso hace dos años- un colega amigo, a quien le había contado la experiencia arriba relatada, me invitó a incorporarme al conjunto de “guitarristas” que recibe clases en las instalaciones del Colegio Médico. Un grupo de conocidos especialistas en los diferentes campos de la medicina y profesionales de otras carreras, todos jubilados, estamos aprendiendo a ejecutar este magnífico instrumento musical.

Coordina estas actividades, por parte de INPREUNAH, la licenciada Gladys Gaviria y el conductor  musical es el distinguido profesor Gerardo Ramírez, persona que se ha ganado el respeto y cariño de todos los alumnos, por su trato afable y la paciencia con que nos enseña, desde los rudimentos (para los comenzantes) hasta las complejidades del acompañamiento a los adelantados.

En el grupo participan, entre otros, Jonatán Castillo (barítono), José Zelaya (tenor), Abraham Espinal (barítono); estos tres amigos, además de cantar con elegancia, se acompañan muy bien con la guitarra; lo mismo hacen, en algunas ocasiones, Irma Mejía , Jenny Barahona y Carmen Rubio. Fausto Agüero, con su teclado electrónico, entona bellas melodías para que sigamos el ritmo. Mario Girón tiene gran habilidad musical, pues no solo ejecuta la guitarra, sino que nos deleita con la armónica, la flauta de pan sudamericana y también con la mandolina; cundo el profesor -por razones de enfermedad- se ha ausentado, Girón toma la batuta y todos obedecemos sus instrucciones. Es agradable compartir dos veces a la semana con Mario Tito Díaz, Eulogio Pineda, Víctor Godoy, Miriam Callazo, Manuel Elvir, Trinidad Oquelí, Pablo Moya e Irene Hernández estos espacios musicales que traen sosiego al espíritu. Con la enfermedad del profesor  Gerardo el grupo ha estado muy preocupado y todos pasamos pendientes de la evolución de su tratamiento. El también profesor Freddy Matute nos ha servido las últimas clases y poco a poco el grupo se va acoplando a su forma de conducción.

En lo personal he logrado algún progreso, pero las nuevas nomenclaturas fácilmente me desorientan. Por ejemplo: En el pueblo aprendí, con Pioquinto, hacer el término de sol mayor en una forma my conocida y lo mismo su relativo. “¡No!, me dijo el profesor, ya no se llama relativo de sol; ese término -enfatizó- corresponde a “re séptima”. En otro momento una compañera me entregó unas copias y encontré un grupo de letras mayúsculas; ante mi sorpresa, me explicó: “La C corresponde al “do”; la E es “mi”, etc.”. Me da problemas hacer el “fa” con el índice cruzado; prefiero hacerlo de otra forma más sencilla. Poco a poco he logrado ponerme a tono con los compañeros principiantes y, como dice uno de ellos: “Aquí no hemos venido para ser un Macuré o un Segovia, sino a tocar este instrumento de acuerdo a nuestras potencialidades musicales. Disfrutemos, entonces, al son de las guitarras”. Pero el autor de estas líneas, ante el luto de la patria, ha decidido silenciar las cuerdas de su guitarra.