Política y sociedad

Por: Benjamín Santos
El titular parece el nombre del capítulo de un libro, porque da lugar a un desarrollo extenso. Sin embargo la intención solo es  desarrollar la idea de  que no puede haber sociedad sin política ni viceversa. Es que algunas personas persisten en la posición de que no se meten en política como si  con eso la política no se va  a meter con ellos. El problema es definir qué se entiende por esa actividad que los griegos bautizaron con un nombre derivado de  las polis, las ciudades que los romanos llamaron cive de donde derivan  otras palabras  que usamos como civismo.
No puede haber sociedad sin política ni política sin sociedad. Lo que pasa es que a  veces la política se reduce a solo uno de sus aspectos, el más visible y traumático  que es  la lucha por el poder. Es la concepción  que divulgó Maquiavelo, pero sino se  complementa  con el fin  para el cual se busca el poder, el concepto queda trunco y la actividad  misma se desprestigia. Quienes luchan por el poder deben decir para qué lo quieren y por eso deben acompañar a sus aspiraciones un plan de gobierno  que plantee los problemas  que pretende resolver y cómo. Por eso la política es la actividad humana  que organiza, regula y conduce la convivencia social mediante el uso del poder para  garantizar el orden, la paz, la justicia, la seguridad y el desarrollo individual y colectivo. Cómo piensa avanzar en el logro de esos objetivos es lo que le preguntamos y queremos oír del político.
La sociedad por su propia naturaleza es heterogénea, compleja y conflictiva tanto a nivel nacional como internacional. No se puede ni se debe actuar sin un plan  para  la política interior y exterior que haya sido compartido con los  electores al momento de solicitar su apoyo. Hacer lo contrario, pedir el poder sin decir para qué, es actuar a  ciegas y pedirle a los electores que hagan lo mismo. Nadie emprende un camino sin saber para dónde va y cuál es el propósito así como sin  una prevención de cómo  va  resolver los problemas que encuentre en el camino. Eso ocurre a nivel individual y con mayor razón hay que hacerlo  cuando  la marcha es colectiva, es toda una sociedad la que va a emprender el camino.
¿Qué pasa entre nosotros? Pues que no vamos, sino que nos llevan y no sabemos hacia dónde, porque al pedir nuestra confianza en el líder no nos señala el camino que vamos a recorrer ni el destino hacia dónde nos lleva. Y como la sociedad es compleja, heterogénea y conflictiva   a veces nos encontramos desorientados con la única convicción de  que hay que seguir confiando en quien nos conduce. Recién salimos de un proceso electoral en el cual  el tema central fue el fraude anunciado desde antes de que  empezara el proceso y todavía no termina.
Ahora estamos a la espera de que las aguas bajen a su nivel y que retomemos  juntos  el camino.  La  sociedad hondureña  nunca  ha podido  tener claro cuál es la ruta que va transitar para salid del subdesarrollo y alcanzar  mejores niveles de bienestar.  El gobierno del presidente  Lobo se inició con la firma  de una Visión de País y Plan de Nación que se elaboró y se anunció  con bombos y platillos. No hemos oído por dónde vamos en la  ejecución de ese plan  que se proyectaba que duraría varias  décadas. Suponemos que todavía no ha sido echado al cajón de la basura y que se sigue utilizando como guía para la acción gubernamental.
Lo peor que nos puede ocurrir es que la política se quede en la primera etapa: la lucha por el poder.  Cuando no hay un plan  que guíe la acción gubernamental, el poder se desvía  hacia el beneficio personal o de grupo con la consecuencia  que  tanto nos afecta: la corrupción. Este vicio tiene hondas raíces en el comportamiento de los hondureños. Tiene sus antecedentes más lejanos en la época colonial cuando los cargos públicos se vendían al mejor postor y las  disposiciones que se recibían de España  los  colonizadores se las ponían sobre la cabeza y decían  se acata, pero no se cumple. La política requiere de parte de quien la ejerce, aparte de  una vocación de servicio público, un alto grado de responsabilidad y una indeclinable inclinación a sacrificar el bien personal por el bien público. Sin eso se convierte en un  negocio personal.
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