Pocos minutos filosóficos

Por: Segisfredo Infante
No es un tema totalmente nuevo. De hecho habíamos abordado en este mismo espacio, en el año 2006, una propuesta análoga del escritor polaco Witold Gombrowicz, en su “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”, encaminado a la reflexión filosófica en pocos minutos. Recuerdo que le obsequié una fotocopia del aludido texto al doctor en psiquiatría Dagoberto Espinoza Murra, cuyo estado de salud espero que mejore ostensiblemente. Recuerdo, además, que el escritor aludido padecía de una enfermedad terminal, razón por la cual había decidido compartir los conocimientos filosóficos, con cierto nivel de seriedad, mediante conferencias ofrecidas a los amigos y parientes. Dentro de sus intereses cabía incluso “la filosofía del Ser” de Martin Heidegger.
Pero el libro al que deseo referirme, en esta oportunidad, es el que lleva por título “El Filósofo de quince minutos” (de octubre del año 2014), de Anne Rooney, prestigiosa profesora universitaria en los Estados Unidos de Norte América. No encuentro, todavía, la manera de reaccionar positiva o negativamente frente a este proyecto de lecturas. Inclusive me es difícil comprender el título del texto habida cuenta que se trata de un volumen de 304 páginas. Quizás se refiere, un poco a la manera de Gombrowicz, a lecturas de quince minutos diarios. Creo (la memoria puede traicionarme) que el escritor polaco proponía solamente cinco minutos.
Este capítulo cobra sentido por la ausencia de lecturas serias, en casi todo el mundo, que hemos venido detectando en los últimos años. O en las últimas décadas. Razón por la cual podríamos justificar, hasta cierto punto, las obras filosóficas informativas de autores como Witold Gombrowicz y Anne Rooney. Percibo que el propósito de los dos charlistas de filosofía es loable porque ellos han intuido, o han comprendido, que las personas del mundo contemporáneo (incluyendo el renglón posmoderno) se han enemistado con el pensamiento sobrio, sistemático y profundo. Por eso sugieren a los hombres y mujeres de la calle, que cuando menos dediquen unos pocos minutos diarios al conocimiento de la filosofía, en tanto que las preguntas centrales de este saber antiguo, medieval y moderno, subyacen en la vida cotidiana de la sociedad. La gente común y corriente se hace preguntas cuasi filosóficas sin percatarse de la hondura de sus propias interrogaciones.
Sin embargo, con esta clase de textitos informativos se corre el riesgo, voluntaria o involuntariamente, de banalizar el conocimiento de la gran “Filosofía”. Los mismos riesgos que se corrieron con los manualitos de materialismo histórico y dialéctico, que desde la “Europa del Este” inundaron los mercados de libros latinoamericanos en los años setentas y ochentas del siglo veinte, con sus “verdades” lapidarias a diestro y a siniestro. A contrario sensu, en el “Mundo Occidental” está ocurriendo un fenómeno análogo a los de los viejos manualitos. Por ejemplo, Matthew Stewart, eminente profesor de la Universidad de Oxford, publicó hace algunos años una “Historia irreverente de la filosofía”, exhibiendo una capacidad inusual para bromear “exquisitamente” con los postulados más serios de los filósofos de todos los tiempos. Seguidamente podemos registrar el nombre del erudito francés Michel Onfray, con su “Antimanual de filosofía” (2001, 2006), en donde se encarga de ridiculizar casi todos aquellos pensamientos y métodos diferentes al suyo. Con esta clase de autores más o menos pragmáticos, parlanchines y chistosos que atentan contra la historia y el contenido de la “Filosofía” desde adentro, es difícil predecir el futuro de la más importante disciplina abarcadora del pensamiento profundo del planeta.
Anne Rooney propone que Sócrates “fue el iniciador de la filosofía occidental”. Tal afirmación contiene algo de cierto y algo de falso, ya que Sócrates se ocupó de una variedad de temas como nadie lo había hecho antes. Pero, desde mi punto de vista personal, fue Parménides el primero que esbozó un corpus de pensamiento más o menos completo, eminentemente filosófico, para su tiempo y la posteridad. El genial Heráclito, en cambio, se limitó a escribir sentencias filosóficas aisladas, o fragmentarias, que en el curso de los siglos dieron sustento a una buena parte de la filosofía del gran Guillermo Hegel.
Nosotros, en Honduras, sin mayores pretensiones, leemos y estudiamos a los filósofos extranjeros. Y frente a la pedantería y la trivialización contra la gran “Filosofía” en el mundo actual, preferiríamos seguir el camino de los eremitas del desierto, algunos de los cuales escribieron tratados teológicos y filosóficos desde una casi absoluta soledad.