El «gaslighting» y sus consecuencias  

El “gaslighting” o «Hacer luz de gas», es el tipo de violencia psicológica, que está afectando a millones de personas en el mundo actualmente.
Quienes sufren por este tipo de abuso psicológico suelen ser mujeres, pero los hombres no están exentos. La experiencia por la que atraviesan, sin embargo, es similar para todos.
Según una publicación del diario Metro de Puerto Rico y la BBC de Londres, lo que empieza como una relación de pareja ideal, termina siendo una tortura. La manipulación arruina su autoestima y sume a estas personas en un estado de confusión, duda, miedo y dolor.
Estos son los testimonios de tres personas a quienes les cambió la vida a consecuencia de la violencia psicológica a la que estuvieron expuestos.
¿Qué es hacer luz de gas o gaslighting?

  • Es una forma de manipulación y abuso psicológico que hace que la gente cuestione su propia memoria, percepción y cordura
  • El término proviene de una obra teatral de 1938, «Gas Light«, en la que un marido intenta convencer a su esposa y a otros de que está loca: cuando atenúa las luces de gas, insiste en que ella se lo está imaginando
  • Hay tres etapas de gaslighting en una relación: idealización, devaluación y descarte
  • En la etapa de idealización, la víctima pierde la cabeza por quien hace luz de gas pues proyecta una imagen de sí mismo como el compañero perfecto
  • La etapa de la devaluación golpea fuerte: la víctima pasa de ser adorada a ser incapaz de hacer algo bien, pero después de haber probado el ideal, está desesperada por arreglar las cosas
  • Luego viene la etapa de descarte en la que se deja caer a la víctima para pasar a la siguiente: esto sucede a menudo simultáneamente con la fase de idealización con la próxima víctima

 
«No fue feliz hasta que no tuvo absoluto control sobre mi»
Me mudé de Inglaterra a un pequeño pueblo en Escocia para vivir con el amor de mi vida, un hombre guapo y encantador que me hacía sentir especial y viva, mucho más de lo que me había sentido en toda mi vida.
Justo antes de hacerlo, una amiga me dijo que pensaba que mi novio no iba a ser feliz hasta que no me tuviera viviendo en el medio de la nada y lejos de todos mis conocidos. En ese momento me reí, pero ella tenía razón.
Al principio él era muy atento. Conducía un camión, así que pasaba tiempo lejos, pero me llamaba en las mañanas, en las noches y durante el día. Era un lindo gesto. Hasta que empecé a notar que se molestaba cuando no podía contestarle, porque había ido al baño o estaba comprando algo.
Se indignó cuando le conté que había empezado a hacer amigos, lo que hacía que peleáramos cuando hablábamos por teléfono.
Un día, después de que él se fuera a trabajar, una mujer que vivía en el pueblo me invitó a su casa a tomar una copa de vino. La pasamos muy bien. Cuando regresé a casa y revisé mi celular (se me había quedado), me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas.
También me envió varios textos que empezaron preguntando por qué no contestaba y terminaron con ofensas y con acusaciones de que le estaba siendo infiel.
No podía creer lo que estaba leyendo, me cayó totalmente de sorpresa. Le mandé un texto explicándole dónde estaba, inmediatamente me llamó y me gritó durante 10 minutos, no me dejaba hablar.
Las peleas me hacían sentir horrible, él me culpaba porque no podía concentrarse ni dormir porque siempre estaba preocupándose por mí, y por eso podría tener un accidente en el camino. Pero después de la discusión, me enviaba unas flores, y yo me sentía agradecida porque él ya no estaba molesto.
Estaba en un estado permanente de confusión y preocupación, no sabía qué era lo que estaba haciendo que lo molestaba tanto. Además me angustiaba que pudiera sufrir un accidente.
En otra ocasión, cuando estaba caminando de regreso a la casa, el propietario del terreno en el que vivíamos se detuvo. Conversamos un rato mientras contemplábamos el paisaje.
Cuando entré, mi novio estaba sentado en una silla mirándome con rabia. Decía que no había ningún problema, pero no me hablaba y seguía viéndome con furia.
Eventualmente me dijo que ya sabía qué era lo que había estado haciendo: ¡teniendo un romance con el propietario! No podía creerlo. Trataba de hablar con él, pero no me escuchaba.
Un tiempo después, dejé de ver a los amigos que había hecho en el pueblo. No me atrevía a salir de la casa en la noche porque él podía llamar para confirmar si estaba ahí. Tampoco le gustaba que saliera a trabajar, así que pasaba los días encerrada en una casa en el medio de la nada.
De cierta forma era un alivio porque no tenía que disimular delante de los demás ni fingir que todo estaba bien.
Los siguientes nueve años los pasé como si estuviera caminando sobre cáscaras de huevos, sin saber si estaba haciendo las cosas bien o mal. Su castigo final fue intentar suicidarse.
De hecho, lo hizo en más de una oportunidad después de que teníamos alguna pelea. Destrozó la confianza que tenía en mí misma.
También intentó convencerme de que estaba volviéndome loca afirmando que había dicho cosas que no había dicho.
Había incidentes tontos. Por ejemplo, me acusaba de añadirle zanahorias a una pasta boloñesa para molestarlo, pese a que la había preparado como siempre. O decía que no había limpiado la habitación, pese a que sí lo había hecho.
Pueden parecer eventos triviales, pero él era tan convincente, que empezaba a dudar de mí misma. De hecho, llegué a pensar que tenía problemas de memoria.
Llegó un punto en el que no podía pelear más. No podía ni responder porque sus argumentos eran totalmente irracionales. Era más fácil aceptar lo que decía.
No era yo. No le gustaba que me cortara el cabello porque mi peluquero era un hombre, así que empecé a hacerlo yo misma. Dejé de maquillarme y de usar tacones. Si me arreglaba, decía que lo estaba haciendo por alguien. Tenía que pensar en todo lo que decía.
Me convertí en una persona aburrida y callada, la sombra de quien fui. Cuando me dejó, lo que quedaba de mí era un cascarón. Antes era una persona feliz, independiente, confiada, siempre estaba riéndome.
Me entrené para ser infeliz. Algunos amigos me han preguntado cómo se logra algo así. Era la única forma desobrevivir.
Traté de abandonarlo en dos oportunidades. Sentí que había sacrificado mucho por él. Esperaba que las cosas mejoraran, pero eso nunca pasó.
El día que me dijo que quería separarse, sentí que me había ganado la lotería. Pero unos meses después, decidió que quería que volviéramos a ser una pareja.
Cuando me negué, intentó convencerme de que regresara a la casa. Fue aterrador. Tenía una misión: si yo no podía ser de él, no sería de nadie. Temía que me matara y se suicidara.
Pasé tres años escondiéndome de él, me mudaba constantemente. Desaparecí. No me di cuenta del tiempo que me tomaría recuperarme del daño que me hizo.
Nunca lo perdonaré.
Estoy contando mi historia esperando que pueda ayudar a otra persona.
Caroline, Reino Unido (*)