Fulton y Guillermo Bueso

Por Juan Ramón Martínez

Puedo lucir anticuado. De repente lo soy. Pero no acepto la mentira como necesaria. Y que se use para lograr finalidades, por nobles que las imaginen.
Crecí en una familia en la que recibíamos castigos por decir mentiras. E incluso, en el aula escolar se nos enseñaba que ante la mentira, “mejor era morir”. Así, aprendimos que la mentira tiene patas cortas y que la verdad, al final, la alcanza. Y que el mentiroso, no es digno de confianza; o respeto alguno.
Ahora, la mentira ha ganado terreno. Y no por culpa de “Internet”. Ese es un medio, neutro como todos. El contenido lo ponen los mentirosos, –los que lanzan la piedra y esconden la mano–, en un ejercicio en que, junto a la mentira, se exhibe la falta de hidalguía y la ausencia de caballerosidad. Pareciera que la moralidad fuese en retirada. Y que, se impusieran las “fake news”. Y que los jóvenes, además de intolerantes –lo que supone un sentimiento de inferioridad– son incapaces de diferenciar el bien del mal. Y que por ello, un poco entregados a la animalidad que renunciamos al erguirnos, han optado por el mal. Justificándose a sí mismos, en el logro fácil de resultados.
“El fin, no justifica los medios” sosteníamos y sostenemos. Porque el uso del mal, no puede producir buenos y legítimos resultados. Ahora, la violación de esta máxima, es una muestra de viveza y habilidad. Todo es legítimo, con tal de destruir al otro, y a las instituciones sobre las cuales se construye la convivencia social.
Se me ocurren estas reflexiones mientras leo al filósofo Fernando Savater –“Ética para Amador”– y me entero, que se suplanta a la Encargada de Negocios de la Embajada de Estados Unidos, usando su “twiter”, para enlodar, sin prueba alguna, con montajes para bobos, a Guillermo Bueso. Al que, conozco. Valoro su personalidad íntegra y sus compromisos con la ley, la verdad y el bien común. La señora Fulton es representante de un gobierno amigo. Merece respeto. Y nadie está autorizado para poner en su boca, expresiones que no ha proferido. El que lo hace, cae en la impostura y al ofender, al gobierno y al pueblo de Estados Unidos, nos coloca como una sociedad de infantes con corbata, vociferantes, lanzando piedras, creyendo, ingenuamente que, así nos respetarán más.
La suplantación es un acto canalla. Expresión de falta de valor e integridad para decir las cosas de frente, por lo que se recurre al lenguaje de los cobardes que, no dan la cara.
Guillermo Bueso es un dedicado banquero que, igual que otros, ofrece en forma profesional su talento en forma de servicios útiles para el funcionamiento de la economía, dirigiendo instituciones como el Banco Atlántida, propiedad de miles de trabajadores y socios ahorrantes, orgullo de los hondureños. Las preocupaciones que expresa de tarde en tarde; las sugerencias que da y las preocupaciones que comparte, lo convierten en un hombre útil para el país, al cual le debemos obligado respeto y consideración. Y como es un ser humano como todos, cuando se equivoque, hay que decírselo en forma directa, sin recurrir a patrañas. Sin manipular la cuenta de la señora Fulton.
Es fácil utilizar la emboscada y atacar desde la obscuridad. Lo que requiere valentía, es decir las cosas de frente; criticar lo que está malo para que se enmiende, sin recurrir al uso de máscaras, truculencias o mentiras. Pero claro, ahora muchos, se cubren la cara. En nuestros tiempos juveniles lo que queríamos, no era ofender o mentir, sino que nos permitieran transformar a Honduras. Jorge Arturo Reina, Elvin Santos, Aníbal Delgado Fiallos, Ezequiel Escoto Manzano, Ramón Custodio López, se erguían sobre sus miedos, para mostrar que estaban hechos para ser útiles. Por ello, nunca se cubrieron el rostro, ni siquiera cuando algunos, empuñaron las armas en contra del dictador Lozano Díaz. O lucharon, contra López o Álvarez Martínez.
No pretendo que todos compartan estos juicios, y que estén de acuerdo conmigo. Por supuesto que no. Lo que sí reclamo, de frente, como corresponde, es que no nos cubramos la cara para decir mentiras y ofender. Que respetemos a las personas. Que no recurramos al uso de la infamia para impulsar los cambios revolucionarios que, si no tienen calidad moral, no son cambios. Ni, revolucionarios.