La conducta de Morazán y el actual orden político

Por: Óscar Armando Valladares
Del 8 de abril de 1840 al 14 de febrero de 1842, Morazán abrevó en el destierro: siempre meditador, repasando críticamente sus acciones anteriores, rectificando equivocadas credulidades -no confiar, por caso- “en los que defienden una mala causa” y aguardando condiciones para el retorno inevitable.
En Lima, Perú, donde pasó 4 meses, ahondó  saberes y procederes políticos en  “la carrera de la revolución”, con muy probables visitas a  la renombrada Universidad de San Marcos, fundada el 12 de mayo de 1551.
Una nueva usurpación del poderío naval britano, esta ocasión en San Juan del Norte, Nicaragua, dio fin a los “22 meses de confinamiento”.  En exposición remitida desde la Unión, El Salvador, Morazán prometió al gobierno del estado agredido “un buque armado con las municiones de guerra…, así como nuestros pequeños servicios en concepto de soldados voluntarios”. Al ponderar  que la existencia y desarrollo de Nicaragua y de la República centroamericana, estaba cifrado “en la abertura del gran canal interoceánico por el propio puerto de San Juan”, el documento anticolonial advertía: “Con iguales motivos a los que han servido para usurpar este puerto, podrían más tarde ocuparse las capitales de los estados, porque la codicia no tiene límites cuando encuentra un débil pretexto en qué fundar sus pretensiones y un apoyo en las arbitrariedades de un gabinete poderoso”.
Desoído el ofrecimiento patriótico,  por las presiones retardatarias provenientes  de Guatemala y Honduras, Morazán recogió  los llamamientos de ciudadanos costarricenses  acuciados por el régimen del señor Braulio Carrillo.  Dos propósitos sucesivos acarició el incansable batallador unionista: deponer al autoproclamado mandamás vitalicio y restructurar los cinco pueblos -sin las ataduras federalistas- para en definitiva edificar la República, proceso insurgente que imaginó culminar con fuerzas “que voluntariamente quisieran marchar, porque jamás se emprende -diría- una obra semejante con hombres forzados”.
Llevó a  efecto lo primero sin un adarme de sangre derramada, servicio que ameritó la declaratoria  de Libertador; lo otro, la empresa superior, apenas iniciada en circunstancias interna y externamente adversas cobró su asesinato, desde antes dispuesto. De él profirió Álvaro Contreras: “Suprimir el genio de Morazán, y habréis aniquilado el alma de la historia de Centroamérica”.
Y aquí entre nosotros, ¿no se hace a la fecha eso mismo, embozar su genio innovador y mandar a paseo  las efemérides que el Estado normó?  Si inculcó  restituir la mancillada  soberanía de Roatán,  ¿a ley de qué encaje la impronta oficial  ofrece al postor foráneo ceder a perpetuo goce santuarios territoriales? Si con ínclita conducta nuestra primera figura rehusó la tiranía, ¿cómo es que hogaño se promueven las malas causas políticas, incluso entre quienes a ratos le fingen culto convenenciero?  ¿Por qué al joven que se indigna  contra un orden chanchullero, se le agrede  y desprestigia con recursos parecidos empleados con Morazán?
Ningún otro fue befado como él, en sobrada medida  por el abuso -escribía que se hace de la imprenta-, al punto de ser visto como proclive al reino inglés.  ¡Qué inquinas y contrastes! De poco tiempo a esta parte, cuando un grueso sector oposicionista procura un emisario de la ONU para un diálogo encarecido, se revelan soberanistas los mismos que sin sonrojo son candiles de la calle Dependencia, y a fe que les cae al pelo este alfilerazo morazanista: Más extranjeros sois por vuestros propios hechos en el pueblo que os vio nacer, que nosotros en México, en el Perú y en la Nueva Granada.
Durante su ejercicio en la tierra de Juan Santa María, no devengó un centavo.  Los bienes suyos y de María Josefa, su esposa, periclitaron por dar un “gobierno de leyes a Costa Rica”.  En contraste, acá se estila exprimir y disipar el jugo del erario, endeudar el país hasta no más y demoler al común con tributos directos y encapsulados.
En fin, cuando el héroe estampó: “Si todas las autoridades faltan a su obligación, la libertad peligra y los que componen la sociedad se hallan en el caso de recobrar la facultad que delegaron en los que han abusado del poder”, lo hizo en plano extensivo hacia quienes -hoy tataradeudos de sus enemigos- alcanzan triunfos “sin escrupular los medios de conseguirlos”. Empero, a diferencia del suyo, el destierro de estos neoabusadores no trotará voluntario… ni tampoco obviarán el encierro en perspectiva…, aunque uno que otro ya por allí humea.