“Honduritas” Cárdenas

Por: Segisfredo Infante
La preocupación por el fenómeno de la muerte, es una preocupación eminentemente humana. Es una exclusividad dolorosa del “Hombre”, que por haber alcanzado una cierta conciencia de sí mismo, supo balancear poco a poco el valor inherente de la vida frente a la muerte, con un deseo de trascendencia que lo consolida, desde tiempos antiguos, como un sujeto histórico. A veces pensante. Gracias a esa búsqueda intensa de la trascendencia espiritual frente al acabamiento físico, los egipcios legaron su memoria histórica escrita, meticulosa, para la posteridad, que ha llegado hasta nosotros en papiros y pergaminos, y mediante inscripciones pétreas coloreadas con los paisajes del río Nilo. Los mesopotámicos hicieron otro tanto, a la par de los egipcios, pero con visiones poéticas o cosmogónicas más depuradas que las de otros pueblos instalados en urbanizaciones primigenias espléndidas, en los alrededores del tercer milenio antes de Jesucristo.
Como la muerte puede a veces presentarse en forma paradójica, ocurrió que durante la celebración post-navideña del formidable Impreunah, cayó sobre nosotros la triste información que acababa de fallecer la profesora de filosofía Honduras Cárdenas. Quise saludar nuevamente al escritor Galel Cárdenas, académico de la lengua, a fin de ofrecerle una muestra de solidaridad espontánea por el fallecimiento de su hermana; repentino desde nuestro ángulo de observación, pues nada sabíamos acerca de algún posible padecimiento terminal de esta mujer comparativamente joven. Pero Galel ya se había marchado del almuerzo post-navideño. Días después intenté llamar a su hijo Pável, pero nunca contestó el celular. (A Pável lo conocí, el año pasado, en una reunión abierta de las logias masónicas de Tegucigalpa, en donde pudimos hablar un poco sobre Sócrates y Platón).
“Honduritas”, como cariñosamente le decíamos sus amigos más cercanos, era una mujer amable, humilde, risueña, mestiza y posiblemente servicial. Había escuchado su nombre allá por el año 1982, cuando asistíamos a unos cursos libres de filosofía. De repente los prejuicios inexplicables se atravesaron en el camino, y entonces fue difícil establecer prontamente los lazos de la amistad. Por eso me resulta imposible determinar el momento exacto en que comenzamos a convertirnos en buenos amigos, con cafecitos y largas conversaciones sobre diversos temas, incluyendo el espinoso capítulo del amor. Su temprana muerte (como la de otros amigos y conocidos que fallecieron durante los meses de diciembre y enero de la presente estación invernal), me ha hundido en una inevitable cavilación sobre el sentido pleno de la vida y de su negación casi absoluta.
Nuestra amiga, hasta donde logré conocerla, nunca exhibió posturas teóricas o ideológicas pretenciosas de ninguna especie, aun cuando en su fuero personal quizás las mantuviera intactas. Su conversación se deslizaba por los suaves senderos de la aparente trivialidad, con un alto sentido de la comprensión hacia los demás. En cierta oportunidad me solicitó que le sirviera dos cursos de filosofía porque el personal estaba escaso en el “Departamento” respectivo. No recuerdo sin en aquel preciso momento “Honduritas” se desempeñaba como coordinadora de la “Carrera” o como jefa del Departamento de Filosofía de la UNAH. Pero nunca podré olvidar la iluminación de su rostro cuando le contesté que yo le serviría los dos cursos filosóficos sin cobrarle ni un centavo. Después nos encontramos en una cafetería y me explicó con el rostro apenado, casi lloroso, que los profesores, al enterarse de mi posible presencia en los cubículos de la “Carrera”, corrieron a ofrecerle los servicios que antes le habían negado. No me dijo cuáles profesores ni tampoco quise preguntarle, para evitarle una mayor pesadumbre. Pero aquella experiencia me sirvió para calibrar aún más la problemática del hondureño promedio. Aquí jamás le hubieran dado oportunidad a Jorge Luis Borges de desarrollar cursos universitarios de literatura inglesa o de cualquier otra literatura, por aquello de los rígidos formalismos académicos curriculares que todavía mantienen atrapado al sistema educativo nacional. No me sentí perdedor en aquel momento. Creo que perdieron los estudiantes, como bien lo podrían ratificar mis ex–alumnos  de “Historia de Honduras” en general, y de la Carrera de Historia en particular. En todo caso he perdido una amiga espontánea con el fallecimiento reciente de “Honduritas” Cárdenas. Sólo aquellos individuos que se han deshumanizado hasta los huesos, están imposibilitados de comprender la importancia de la vida pensante y de su memoria histórica. ¡¡Que tu nombre nunca sea olvidado profesora Honduras Cárdenas!!