Diálogo… ¿un bálsamo para la derrota?

Por Boris Zelaya Rubí

La política en democracia nace y vive del conflicto. En sociedades plurales, con intereses diversos e incluso hasta contrarios, la política busca ser el espacio donde las diferencias se dirimen a través de la negociación, el diálogo y el acuerdo.
El fracaso en cualquier campo de la vida, trae lágrimas y tristeza. Los aspirantes a puestos públicos no están exentos de sentirse desencantados o desanimados, si no resultaron favorecidos con el voto para optar a los cargos de elección popular que ambicionaban o ya de “perdidos”, nombrados en la administración del Estado. Constituirá un sufrimiento, la espera de otra oportunidad (de mejorar su estatus económico) que quizás no se presente otra vez. No podemos ser tan pesimistas, pero deben existir unos pocos, que les hubiera gustado servirle a la patria pensando en el bienestar de todos los hondureños.
La derrota es dolorosa. Antes de llevarse a cabo las elecciones, el señor Nasralla había manifestado que no aceptaría los resultados si él no era el ganador y que alegaría fraude. Para dirimir la crisis se ha planteado el diálogo, sin embargo, las posturas radicales anunciadas por el “tal Mel”, que según sus propias palabras son “cerradas e inamovibles”, ojalá no nos conduzca por un camino más espinoso, y el final del diálogo concluya en una molotera más dañina que todas las anteriores y resulten con un planteamiento irreconciliable, impidiendo que todos cedan y ganen, sin que lo hablado haya sido una pérdida de tiempo y el conflicto principal se haya transformado en una bomba de tiempo más destructiva.
Siempre estaremos de acuerdo que es mejor el diálogo a la violencia, y el análisis para evitar que en el futuro los perdedores en las elecciones hagan llamados a la insurrección pensando que el miedo hará que un candidato ganador claudique, ¡Ni lo sueñen! Pasado el tiempo que tomará la disección del triunfo y la derrota, estaremos de nuevo lanzando propaganda para el próximo período y todo pasará como si no hubiera pasado nada. Se recordará el gran conversatorio como una “Torre de Babel”, cuyo tiempo consumido será ideal para escribir un libro que bien podría titularse como “El gran blablablá”.
Los integrantes de la mesa del diálogo, con todas las modificaciones sugeridas, darán la impresión de ser una extensión del gobierno y un pretexto para que el mandatario, se sacuda culpas por algún fracaso de los proyectos sugeridos. De ser recomendada la reelección por una sola vez, será una gran medida a tomar en cuenta en los futuros comicios, para que nadie ni por casualidad llegue a mantenerse en el poder como Daniel Ortega, por mencionar a uno de los vecinos más cercanos entronizado vitaliciamente en el poder.
Los dialogantes no podrán aportar su contribución bajo presión, como tomas de carreteras, destrucción de propiedad privada y pública, lluvias de piedras contra la autoridad, peor si contienen amenazas revolucionarias que se vuelven intimidantes, a tal grado que todos sabemos cómo se inician pero nadie sabe como terminan. Los asesoramientos que no se refieran al verdadero conflicto (“lo toral”, como decía el “Perfumado” de El Hatillo), solamente abonarán el camino al exilio a los que habrán demostrado su intransigencia y su enfermedad de poder.
Si al famoso diálogo llegaran a integrarse el “tal Mel” y el señor de la televisión, la mesa se convertiría en un encuentro entre “Sirios y Troyanos” ¿traerá el bálsamo a los derrotados? En cuanto a las especulaciones de que se trata de repartirse el poder (como decían antes, obtener una parte del pastel) o que dictaran pautas al gobernante en materia de administración ¡van a morir engañados! Al finalizar las exposiciones de los expertos extranjeros sumados a nuestros eternos analistas, que son campeones para robar cámara, los rencores por la derrota se habrán esfumado y volveremos a la calma con resultados que no causarán pena ni gloria.
De rodillas solo para orar a Dios.