Por: Segisfredo Infante
Hace varios años publiqué un artículo, en estos mismos espacios, sobre el rey egipcio “Tutankamón”, quien falleció a la edad de diecinueve años, suceso misterioso sobre el cual se sigue investigando. Previamente había publicado un ensayo más o menos extenso sobre el rey monolátrico “Akhenatón”, en “Pensamiento Hondureño”, revista de la Carrera de Filosofía de la UNAH, la cual es posible encontrarla en los archivos privados del doctor Oscar Soriano, de la segunda mitad de los años ochentas. Creo que también se reprodujo en el Boletín Literario-Informativo “18-Conejo”. Recuerdo que la profesora Stefania Natalini utilizó mi ensayo con sus estudiantes, en una clase de Historia Universal Antigua. Nunca le había podido agradecer este pequeño pero importante gesto a la profesora Natalini. Pero nunca es tarde para recordar las cosas realmente buenas.
El artículo aludido sobre el faraón “Tut”, estaba encaminado a criticar a los autores “rosa” que han exaltado demasiado la figura del joven rey egipcio, perdiendo de vista a los recios faraones de distintos momentos históricos que ayudaron a moldear la civilización del Antiguo Egipto, cuyas acciones concretas han quedado impresas en los monumentos pétreos más importantes, y en los papiros insoslayables. Decía en el casi olvidado artículo que Tutankamón había sido un rey anodino con escasa importancia histórica; y mucho antes había subrayado que el rey “Tut” había emigrado hacia el bando de sus propios enemigos politeístas, a pesar de ser hijo del rey “monoteísta” o monolátrico Akhenaton. Un amigo de la ya lejana adolescencia, el economista Pedro Morazán, me replicó verbalmente en tanto que, según sus expresiones, él había sido un admirador de Tutankamón. Algo de cierto subyacía en las palabras del doctor Morazán, por los recientes hallazgos arqueológicos y genéticos del famoso rey “Tut”.
Aparentemente, el rey Tutankamón, a pesar de su corta edad y de sus múltiples enfermedades, desempeñó un rol importante en la pacificación de los sublevados pobladores del país de Nubia. También participó en forma directa en una guerra contra el Imperio Hitita, una nación de guerreros de probable origen indoeuropeo, cuyas gentes llegaron a las tierras mediterráneas en por lo menos dos o tres oleadas importantes durante los siglos segundo y primero antes de Jesucristo, y, consecuentemente, se asentaron en Grecia (sobre todo en el Peloponeso); en el Bajo Egipto; en Anatolia (hoy Turquía); y en la Franja de Gaza. Hay registros arqueológicos visibles sobre la posible participación directa de Tutankamón en la guerra con los hititas o “heteos” del Antiguo Testamento. Sin embargo, se debe tener cuidado porque a partir de la dieciocho y diecinueve dinastías, los faraones comenzaron a caer en distorsiones y exageraciones históricas. Ramsés Segundo es el ejemplo más notable de la falsificación histórica al exagerar sus hazañas en el enfrentamiento más fuerte contra el Imperio de los Heteos. Y al terminar de “borrar” la memoria de Akhenatón. Igual que en el proceso de construcción de sus propias estatuas descomunales. Desde luego que Ramsés Segundo tuvo una vida longeva que le permitió crear su propia leyenda, cargada de mentiras y ambigüedades. Mientras que Tutankamón no tuvo tiempo para construirse ningún monumento. Así que podrían ser creíbles sus juveniles hazañas, que han aparecido impresas en algunas piedras desperdigadas y en paredes.
Veamos los detalles. Según estudios forenses científicos sobre la genealogía de Tutankamón, el hombre padecía de graves enfermedades hereditarias. Su momia exhibe un alargamiento o desprendimiento de los dedos de su pie izquierdo. Una subespecie de deformación “reumática”. Motivo por el cual utilizó más de sesenta bastones que le servían para apoyarse al caminar, como no se registra con ningún otro faraón. Esta enfermedad la había heredado de su padre Akhenaton, y la compartía, posiblemente, con su hermana y esposa “Anjesenamón”, y con una de sus dos pequeñas hijas, que murieron entre los cinco y los siete meses y medio antes de nacer.
Aparte de lo anterior hay una fractura en una de sus rodillas, como consecuencia de la guerra con los hititas; o de sus frecuentes actividades de caza. Finalmente se ha detectado que padecía de la peor de las malarias, y que probablemente murió por consecuencia de esta horrible enfermedad; o simultáneamente con lo de la fractura de rodilla. De tal suerte que ha comenzado a despejarse la verdad sobre la corta vida del faraón “Tut”. Una verdad construida con fragmentos propios de la modernidad y posmodernidad actuales.