Gruñir, crisis del idioma

Por Juan Ramón Martínez

El martes, una “persona”, con ánimo violento, al salir del Museo de la Identidad Nacional, me gruñó, repetidamente. Antes, en el 2009, después de bajar del tercer piso del edificio administrativo de la UNAH, un profesor del postgrado de Ciencias Económicas, hizo lo mismo. Mientras el del martes pasado gritaba, iracundo y descontrolado, ¡fuera JOH!, en cambio el “docente” de la UNAH, más personal, repetía, “golpista”, “golpista”, en ánimo de pelea, la que evité. No pudo con su gruñona animalidad, hacerme perder los estribos, por lo que ni siquiera volví la cara para verlo. Ahora, se muerde las uñas en su incómodo retiro familiar. En los dos casos, domina la pasión; la derrota del sentido común; la eliminación de la tolerancia y el menosprecio del lenguaje como expresión civilizada. Porque más que argumentos para convencer –Unamuno decía que “además de vencer hay que convencer”– predomina el propósito de la fiera que, lo que busca es destruir, amedrentar y eliminar al adversario. Desconocido en los dos casos. Apenas, identifico el nivel educativo. El más antiguo, “educador” universitario. El último, sin formación alguna, manipulado por quienes con criminal “talento”, son capaces de impulsar a los amargados para que, nos agredamos y nos matemos. Pero en los dos casos, lo que aprecio es el empobrecimiento del lenguaje, falta de dominio del idioma para ofender, y destrucción de lo humano que, en la medida en que no tiene recursos argumentales, termina gruñendo, camino a la animalidad, por más erguido que camine.
Es evidente que hay una relación entre empobrecimiento del lenguaje y comportamiento irracional. Ocurre que, antes que esta pelea por el presupuesto y los cargos públicos arreciara, ya habíamos observado algunos hechos preocupantes. El primero de ellos es el empobrecimiento del lenguaje político. Nasralla, Zelaya Rosales, Zelaya Sarmiento, Santos Ordóñez y Hernández Alvarado, no tienen discurso político. Apenas balbuceos. Expresiones de ocasión, llenas de lugares comunes. De forma que, cuando desaparezcan de la faz de la tierra –cosa que ocurrirá inevitablemente– los panegiristas que les sobrevivan, no encontrarán las expresiones con las cuales rubricar la tapa de sus tumbas, en los cementerios en donde, coloquen sus despojos.
El lenguaje de los comunicadores ha sido derrotado por la prisa y la falta de lecturas. Hay un encanto desmesurado por la irresponsabilidad, en el uso del lenguaje. Hablar bien no distingue a nadie. Incluso, se cree que ser tonto, hablar estupideces, es un derecho humano. Al grado que hay un canal de televisión que se llama “Hable como Habla”, en que posiblemente, sin quererlo, se hace apología a la pobreza expresiva; a la oscuridad en la comunicación interpersonal, y a la superioridad de la pasión sobre la razón.
En las escuelas, los colegios y las universidades, no se está enseñando el español, con la dedicación y la fuerza que se merece el mecanismo de acercamiento a la realidad más importante que tenemos. Educadores muy experimentados, me han dicho que ahora el problema es que los niños y los jóvenes, no pueden leer, no leen y, lo peor, no quieren hacerlo. Un universitario amigo, con el cual por razones profesionales me veo cotidianamente, me ha hablado del orgullo de los jóvenes de 21 a 36 años, por no haber leído jamás en su vida, un libro. Y como me refiere Segisfredo Infante, los profesores no ayudan. Las tareas de lectura que dejan para el día siguiente, son un castigo, una tortura. De forma que, cuando concluye sus estudios, la mejor forma de liberarse, es no volver a leer nunca. Solo acumulando amarguras.
Hace un tiempo, decían que el enemigo eran las Fuerzas Armadas. Después, agregaban, eran los periodistas. Ahora, parece que son los profesores que, sin formación –y esto en su defensa– enseñan una materia que, no conocen; y en la que no creen. Porque ellos –o la mayoría– no leen. Y más bien, en vez de hacer del aula, un espacio del bien decir, gruñen como los que me gritaron. Nadie puede enriquecer su expresión, si no lee. Antes, los buenos profesores eran los más leídos.
Lo grave es que, esto no se tome en serio. No les da pena a los líderes educativos que AID esté financiando el mejoramiento del español. De repente, en la monotonía burocrática, están aprendiendo a gruñir, también. Sí, Marcial Solís?