SI los dirigentes políticos opositores tuvieran mediana capacidad estratégica, a estas alturas del conflicto político ya hubieran recapacitado que perdieron la coyuntura para acudir con ventaja a las negociaciones. Ello era cuando la crisis estaba en mayúscula efervescencia. La urgencia de dialogar para apaciguar la turbulencia y complacer a la inquieta comunidad internacional que exigía sosegar el tumulto, ya pasó. Las multitudes –tienen que ganarse la vida– se fatigaron de reclamar en las calles, azoradas por los actos violentos y vandálicos. Dejaron, con el melifluo pasar de los días, perder la ansiedad que había en el inicio. No es lo mismo el sofoque de ahora a cuando rugía la incertidumbre sobre la instalación del Congreso y la toma de posesión en las horas incandescentes de agitación. Pues bien, fallaron en la táctica.
Sin embargo, así de antagonizada como ha quedado la sociedad, los espacios de diálogo siempre deben permanecer abiertos. El prediálogo de Igor ha conseguido acercar partes sueltas. No a todas pero a algunas. El chileno se quedó haciendo el mandado encomendado –se esfumaron los convocantes nacionales– auscultando si “hay voluntad de diálogo de las partes en conflicto”. Mientras, no cesa la imploración para que venga un mediador, de chaperón –aunque cuestionados en sus propios países– a meter su cuchara en asuntos soberanos del país. Ni modo, qué se le va a hacer si aquí se instiga ese feo resabio de supeditación y hay un furor irresistible al manoseo de afuera. Ello, junto al acuerdo sobre qué hacer para satisfacer los reclamos de violación de derechos humanos que achacan a las fuerzas de seguridad durante el período postelectoral, fue una de las ingentes súplicas ventiladas en los primeros encuentros. Lo más reciente que acordaron fue “darle fuerza de ley vinculante a las resoluciones” –según revela Igor– para lo cual “expertos trabajarán en la elaboración de un decreto que sea obligatorio cumplir”. O sea lo que resuelvan allá en el conversatorio unos cuantos políticos debe pasar sin tocar tablita por el Legislativo y acatado por cualquier otra institución nacional. Por lo visto, no fue precisamente eso lo que interpretaron de la plática todos los presentes. Sin embargo, para efectos de dar legitimidad a las divergentes apreciaciones particulares de cada grupo, el amable auditorio entenderá que lo dicho por el funcionario internacional de la ONU es lo que merece credibilidad.
Por lo tanto la sola manifestación pública de quien goza de la fe del auditorio –los de afuera no los de adentro– se convierte en un factor de presión a la autoridad. En este caso, al gobierno, ya que los del otro lado solo tienen que exigir y pedir mientras al poder lo que le toca es dar y ceder. (A nadie extrañe que los opositores se hagan un nudo y se planten como bloque. Y si la opinión pública es favorable a sus demandas, llegará el momento que el mediador importado –a quien interesará más su agenda y figuración personal que el rol equilibrado que debe desempeñar– estará tentado a inclinarse también hacia la percepción popular). Así que, si de tácticas inteligentes se trata, cuesta entender la renuencia de algunos a arrimarse. La argucia de estar adentro funcionaría más a su provecho que desde afuera seguirle apostando al mal temporal. A no ser que esa sea la intención.
Quedarse en vela a la espera de la tormenta perfecta. Esa es la índole característica de los diálogos que van tomando inercia y vida propia en la medida que avanzan. Quienes participan los toman como medida de éxito o frustración personal con repercusiones a su propia imagen. Por ello es importante también dar la impresión que si el ensayo fracasa no es por culpa de ellos sino que de los demás interlocutores.