El último cacique, muerte del general Ferrera

Con la muerte del inquieto insurgente intibucano, se cierra para Honduras un cielo de revueltas intestinas, y la paz de la República cobra alientos definitivos. Nosotros, como humanos, tenemos sentimientos de pesar por la muerte de un hondureño; pero, como pacifistas, entendemos que la República no está de luto por la muerte de Ferrera. Pues él, con su obstinación por la revuelta armada, justifica o no, se había convertido en elemento adverso a la paz y al progreso de Honduras. Con Ferrera desaparece el último jefe de los que surgen de los campos fratricidas, que tenían todos los relieves de un cacique mas o menos modernizado. Una mayoría de los pobladores del departamento de Intibucá, de los de raza indígena, todavía restos de los aborígenes, le seguía en sus azonadas: gente valerosa hasta la temeridad, acostumbrados a las inclemencias de las guerras intestinas, daban a Ferrera ese aspecto interesante de gran jefe. Y él, Ferrera, aprovechaba esta coyuntura para tener en jaque constante a la obre patria hondureña, sin importarle los graves daños que cada vez le hacía. Colocado en esta situación ventajosa para sus caprichos políticos llegaban a él proposiciones halagadoras de los que buscaron el medro por medio de la guerra intestina. Sabían que contaban enseguida con el jefe intibucano. Desaparece Ferrera del escenario de sus continuas azonadas, pero deja a Honduras con una deuda de más de dos millones y medio, por lo menos sobre la que él, mas que otros, venía acumulándole desde hace años. Su última insurrección que le ha servido de su diario, ha sido la menos justificada, y la mas criminal, pues vino en la hora culminante en que Honduras se dedicaba a su formación de país nuevo, de país moderno, de país culto, y en que las libertades eran sol brillante, las garantías eficientes, y la armonía conciudadana tejía los mejores alientos para el futuro de la patria.
De nuevo empuñamos mas confiados el pendón de la paz, y volvemos a decirnos a la vida civil, de trabajo y progreso.